La Delegada del Gobierno en Madrid, Mercedes González, mintió cuando dijo que no había datos para prever que la manifestación del pasado domingo en Chueca acabaría como acabó, con los asistentes luciendo su simbología fascista y gritando consignas homófobas. Desde antes del sábado, la Delegación sabía que uno de los organizadores era un neonazi, exlíder de Ultras Sur.
González se excusa asegurando que fue engañada por los convocantes, cuya intención formal era protestar contra las agendas 2030 y 2050 del Gobierno. Pero incluso si diéramos por válida la teoría del engaño, faltaría aclarar por qué la manifestación no fue disuelta cuando los convocantes se salieron, homófobamente, del guion.
Las mentes conspiranoicas aprovechan estos ángulos ciegos para tejer sus teorías, ignorando (como suelen) que entre los mortales abundan más los torpes que los estrategas. La hipótesis más extendida es que la concentración nazi fue autorizada para encubrir los actos de homenaje al terrorista Henri Parot y, de paso, culpar a Vox del ascenso del clima de odio en Madrid. Personalmente, doy poca credibilidad a esa teoría, pero me interesa detenerme en los motivos que existen para que cuaje.
En filosofía se habla de “justificación epistémica” para determinar si una creencia es razonable, es decir, si encaja dentro de un sistema coherente. Y lo que hemos observado, desde los sobres con balas de la campaña de Madrid a la falsa agresión homófoba de Malasaña, es que el Gobierno y medios afines están obcecados en demostrar que la extrema derecha se acerca, lenta y letal, como la lava del volcán de Cumbre Vieja.
El objetivo de la Alerta Nazi no es debilitar electoralmente a Santiago Abascal, sino deslegitimarlo como socio de gobierno. El PP no tiene posibilidad de gobernar en solitario y el éxito de la campaña volvería socialmente inaceptable su potencial pacto con Vox.
La estrategia tiene sus debilidades. Por una parte, el PSOE, tras sus alianzas con el nacionalismo y su pacto de Gobierno con Podemos, carece de autoridad moral para señalar las malas compañías. Y en segundo lugar, porque si al PP finalmente le dieran los números para gobernar con Vox, Sánchez tendría en su mano evitarlo apoyando la investidura de Casado u ofreciéndole un gobierno de coalición.
Si no lo hace, y permite que el PP gobierne con Vox, confío en que los analistas que tanto han insistido que Albert Rivera obligó al PSOE a pactar con Podemos, culparán a Sánchez de arrojar a Casado a los brazos de la extrema derecha.