Del chantaje al ridículo, el procés ha pasado por estadios diferentes. Ahora ya es solo el imponente espectáculo de un pueblo renunciando voluntariamente a sus libertades. Al fin entendemos lo que trataban de decirnos con aquella cadena humana que en la Diada de 2013 atravesó Cataluña de uno a otro confín. Basta leer el borrador de la Ley de Transitoriedad Jurídica, esa suspensión de garantías que es el puente diseñado por la Generalitat hacia la independencia, para comprender que la reivindicación nacionalista no es más que un "Vivan las caenas" rotundo y festivo.

La servidumbre voluntaria es un fenómeno fascinante. Freud nos enseñó que un código legislativo es un compendio de pulsiones humanas. Hay una ley que prohíbe robar porque siempre existirán hombres que sientan la tentación de hacerlo. Si hay determinados derechos que se han declarado inalienables es porque siempre habrá personas dispuestas a renunciar a su dignidad, ya sea por motivos económicos, religiosos o por puro placer masoquista. Hay libertades que merecen ser protegidas incluso de sus propios titulares.

La única certeza que pueden tener hoy los catalanes respecto de la independencia, porque su gobierno lo ha escrito en el borrador de un texto legal, es que traerá el control de los jueces por parte del ejecutivo, que los medios de comunicación estarán al servicio de la patria y que solo una de las dos lenguas que hablan mayoritariamente tendrá carácter oficial. Será una república más pequeñita, opresiva y pobre que la monarquía parlamentaria de la que se habrá independizado, lo cual confirmaría que eso que los nacionalistas llaman incomodidad no es otra cosa que agorafobia y que, si bien todo anticolonialismo tuvo su movimiento de liberación, lo que secuestra desde hace un lustro la vida política en Cataluña es un movimiento de reclusión. Una reclusión que para algunos sería voluntaria y para otros, da igual que sean minoría o mayoría, forzada.

Puigdemont y Junqueras, los doctores que asisten el alumbramiento con fórceps -qué tranquilidad-, dirán que estas son las contracciones propias de cualquier parto y que no hay de qué preocuparse. La norma suprema del ordenamiento jurídico de la Cataluña independiente limitará gravemente las libertades de los ciudadanos. Es verdad que en su propio título lleva inscrita la promesa de transitoriedad pero la historia, desde Julio César hasta nuestros días, nos ha enseñado que las dictaduras jamás cumplen la promesa de transitoriedad con la que son alumbradas. Un principio elemental de prudencia aconseja que los habitantes de una democracia no pongan a prueba está máxima histórica.