El encogido es culpable de muchos males contemporáneos y de casi toda la vergüenza ajena. Olviden por un momento al malvado, tan evidente: terrorista, acosador o chorizo de Cantimpalos. La ristra Pujol, por ejemplo, está para los dibujos animados. Ahí había que echarle un par hace treinta años. Yo vi de cerca lo que comportaba entregar pruebas a un montón de periodistas jóvenes y entusiastas... que serían frenados por sus respectivos directores. Vaya si lo vi.

Enfoquen al encogido. Porque la ristra Pujol, con todo el embutido prenafeto y alavedro circundante, más el surtido de charcutería aportado por las doscientas sagradas familias en su tránsito del franquismo al catalanismo de toda la vida, habrían sido inmediatamente retirados de la mesa y arrojados a la basura de no existir la figura que nos ocupa. Siempre midiendo las palabras y rehuyendo revelaciones, cara palo durante toda aquella devastadora cleptocracia. Cague letal para el viejo espíritu burgués... y deprimente para la propia moral del encogido. Dada la vocación holística del pujolismo (putsch-holismo), festival de guarrería empresarial, montañismo, fútbol y tontería seudo religiosa a partes iguales, el tratamiento perseguía al encogido hasta la almohada, hasta la amígdala, hasta la cuenta corriente, hasta el fondo de la lengua (propia) y hasta la punta del nardo. ¿Por qué no iba a encogerse del todo el encogido?

Ese tipo es legión. Una cepa reciente destaca por su extravío. No saben ante qué encogerse. Resulta muy desconcertante. Los rasgos son los habituales: pusilanimidad, topicazos, miedo a destacar, tontilisteza. Pero se les ha atascado el pie pequeño en un corte epistémico y ansían una nueva obediencia que herede y supere la bajeza de la previa. Difícil, no imposible.

Oiga, joven, no vaya a pensar que el encogidito es exclusivo de Cataluña. No es el caganer, aunque ambos anden en lo mismo. Lo aclararé: los catalanes no hemos hecho más que adelantarnos, como solemos, a una tendencia occidental. Hoy anda por doquier; qué sé yo, en las ministras dizque feministas en hiyab por Irán. No vayas, tía. Es difícil encogerse más, almas jibarizadas. Cosas de Suecia y sus laberintos de culpa, lanzo. A ver qué pasa.

Por fin, creo que correr a tu cosa corporativa a pedir que Victoria Prego denuncie por ti amenazas e intimidaciones, sin dar cara ni nombre ni medio, demuestra tres cosas: el fatal encogimiento del oficio; el éxito del intimidador; la lamentable ignorancia de que morder te blinda y de que el poder no existe. Agáchate.