Los políticos españoles parecen haber encontrado en el baile una nueva forma de expresión. Es extraño porque el baile ha tenido tradicionalmente mala prensa entre las élites, que lo tenían por un pasatiempo de las clases bajas. El baile se asociaba al populacho, a lo folclórico. Olía a axila y a verbena. En el mejor de los casos, el baile ha sido, para nuestros próceres, una cana al aire, el disloque subsiguiente a la barra libre de un banquete de bodas, un instante frívolo para guardar en privado.

Ahora no. Ahora los políticos bailan exhibiéndose y se exhiben bailando. Más aún, prefieren bailar antes que hablar. Unos pasos bien dados equivalen a un mitin y, a decir de los asesores de imagen, tienen su peso en votos. Sobran las palabras.

El fenómeno lo puso definitivamente de moda Miquel Iceta en la campaña de las catalanas. Personalmente, sentí vergüenza ajena al verlo retorcerse al ritmo de Queen, pero hay unanimidad en señalar que eso le salvó las elecciones a los socialistas.

Pero antes que Iceta los chicos de Podemos bailaron el sirtaki al final de cada mitin y recuerdo que Esperanza Aguirre fue machacada por lanzarse en los platós: unas sevillanas con María Teresa Campos por allá y un chotis con Pablo Motos por acullá. En su caso no hubo efecto trampolín y el final de la historia ya lo conocen: se llama Manuela Carmena.

Los socialistas baleáricos acaban de marcarse una sardana en plena calle para celebrar con los nacionalistas de las islas la derogación de la ley que prohibía la utilización de símbolos no oficiales en edificios públicos. Los seguidores de Pedro Sánchez se felicitan porque ya podrán colgar en la sede del gobierno regional y sin temor a represalias, desde una estelada gigante al escudo del Pato Donald. 

La última en sumarse a la catarsis del baile ha sido la vicepresidenta del Gobierno de España. Lo ha hecho ante las cámaras de una cadena agraciada hace cuatro días por su Gobierno con un nuevo canal de TDT de alta definición. Allí, Soraya Sáenz de Santamaría ha dicho que Mariano Rajoy es "un bailongo". Quién lo hubiera dicho.

Después de casi cuatro años atrincherados en la Moncloa, convencidos de que el PIB era la llave para la reelección, sus huéspedes salen del plasma para bailar. Qué espontaneidad. A poco que esa vitalidad se refleje en las encuestas, tienen el argumento perfecto para olvidarse definitivamente de las primarias y organizar castings de zapateados por todo el país como forma de elegir a sus líderes.