Brujería, soledad y esquizofrenia: el dilema de la salud mental en África
El problema es habitual en la mayoría de países africanos, donde hombres desnudos o vestidos con sacos gritan a sus fantasmas.
5 mayo, 2024 03:05La mujer camina completamente desnuda por una calle de Kinshasa (República Democrática del Congo). Descalza. Tiene el pelo rapado y sucio. Habla consigo misma en un dialecto tartamudeado. Choca en la calzada con un joven congoleño que parece llevar prisa, el joven grita a la mujer con la rabia desbordándosele por los ojos y la empuja contra un canalón que separa la carretera de la acera.
La mujer rueda y cae en el canalón como hacen las pelotas en una máquina de pinball, el canalón está lleno de agua porque es época de lluvias y el agua está teñida de color marrón, flotan en ella residuos y heces arrastradas desde otros puntos de la ciudad. El joven se sacude las manos y prosigue su camino. La mujer, riendo de forma histérica, haciendo espavientos y llamando la atención de quien pase cerca de ella, finge que nada en el canalón y zambulle la cabeza para refrescarse con la mugre.
Esta escena es habitual en la mayoría de los países africanos. Hombres desnudos o vestidos con sacos gritan a sus fantasmas mientras pasean sin rumbo fijo, se acurrucan en las esquinas con los ojos dando vueltas, se tropiezan con el joven equivocado y reciben un empujón, un golpe, un comentario despectivo que les aparta. Esquizofrenias, paranoias, trastornos de la personalidad, autismos, epilepsias, alcoholemias y drogadicciones se pasean encarnadas por las ciudades del continente sin rumbo ni beneficio, abandonadas a la suerte de sus pensamientos magullados por las enfermedades y los malos tratos.
Aquí la psicología se reserva para las clases pudientes (en Sierra Leona, por ejemplo, sólo hay dos psiquiatras titulados). Pero quedan Dios y los demonios, la hechicería y los espíritus, la bondad y la maldad que se descubren cuando el viandante elige, o no, golpear al desdichado que se ha cruzado en su camino.
Lo explica Alphonse, jefe de enfermeros del centro de salud mental de Telema (Kinshasa): “la mayoría de las personas abandonan los ritos tradicionales en la ciudad para seguir la fe cristiana, y acuden primero a pastores [protestantes] que puedan practicar exorcismos a los enfermos. Los pastores son muchas veces los primeros en confundir los síntomas con una posesión demoníaca y procuran desalojar a la supuesta presencia maligna utilizando brutales métodos”.
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Alphonse habla de jóvenes encadenados en sótanos o aislados durante meses y que finalmente concluyen la traumática experiencia en una situación peor de la que vivían al comenzar el proceso religioso. Y luego, cuando las familias acuden al centro de Telema, puede que sea demasiado tarde para corregir el rumbo.
A veces son los propios enfermos quienes escapan de los pastores para perderse en la ciudad, desorientados, aterrados, y son las monjas del centro de Telema (que pertenece a las Hermanas Hospitalarias) quienes los encuentran en la calle. Las monjas patrullan Kinshasa una vez al mes, son como policías de la misericordia, buscan a los abandonados, los alimentan, intentan contactar con la familia que les quede e inician un tratamiento psiquiátrico que alivie su mala suerte.
"Las propias familias suelen rechazar a los enfermos"
“Pero no existen garantías para los enfermos crónicos”, añade Alphonse. A veces, las mujeres abandonan a sus maridos enfermos, y es la soledad quien termina con ellos; en otras ocasiones, los enfermos deciden dejar de tomar la medicación y lo que construyeron con tanto esfuerzo se derrumba en cuestión de días; también ocurre que la medicación no conceda los resultados esperados y que sean llevados nuevamente a la iglesia, donde se repiten los malos tratos en el nombre de Dios.
El enfermero conoce bien la realidad de las iglesias protestantes en lo referente al cuidado de enfermos psiquiátricos porque él mismo es pastor. Primero fue pastor, fue testigo de los “exorcismos” que derrumban a seres humanos y luego decidió estudiar enfermería para complementar su labor religiosa con la medicina moderna. Alphonse sabe de lo que habla cuando señala que “son las propias familias quienes suelen rechazar a los enfermos, los expulsan de sus casas”.
Cuenta la historia de un estudiante, un joven valiente y trabajador que dedicó tantas noches al estudio (por las mañanas iba a clase y por las tardes trabajaba) que desarrolló insomnio. Y el insomnio fue a peor. Se dormía durante el día, sin quererlo, y por las noches daba vueltas en la cama.
El insomnio prosiguió al concluir sus estudios, aunque sus resultados académicos fueron tan buenos que consiguió tramitar una visa laboral con destino a Canadá, pero el trámite fue demasiado lento, demasiado intrincado para la agotada mente del joven, que un día empezó a sospechar que los servicios de inteligencia canadienses le estaban siguiendo. Que le seguían a todas partes. Que le espiaban.
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Que iban a por él, que harían cualquier cosa por evitar que fuera a Canadá. Y cuando finalmente le fue concedido el visado, ya era tarde: el joven había desarrollado un trastorno de personalidad paranoica, producto del estrés y del insomnio, y su mente se quebró como una hoja seca cuando la pisotean. Ahora es un paciente de Alphonse. “Si el Gobierno congoleño desarrollase un programa psicológico adecuado, es probable que el joven habría superado el insomnio y estaría ahora en Canadá”.
Pero el Gobierno no desarrolla este tipo de programas por la falta de conocimientos que la propia sociedad tiene sobre la psicología, el arraigo de las tradiciones animistas en las zonas rurales y de los exorcismos protestantes en la capital. Sin una sociedad que valore por sí misma la importancia de la salud mental, los medios escasean. Este periodista conoció a un joven dakarí (el dilema se traspasa a todo África) que empezó a sentir un dolor en el centro del pecho y pensó que era un problema del corazón.
Por las noches se despertaba sintiendo que se ahogaba, pocos meses antes de empezar a experimentar los síntomas murió su padre dejándole al cargo de su madre y de su hermana pequeña, había hablado en diversas ocasiones de los sentimientos de frustración sobre su trabajo, es joven, pero estaba convencido de que tenía un problema del corazón.
Se hizo pruebas. Los médicos no vieron nada extraño y regresó a casa con el pecho doliéndole todavía más. Tuve que romper la cuarta pared para hablarle de la ansiedad y recomendarle ir a un psicólogo, cosa que hizo, y ahora hace meses que no le duele el pecho.
"La superstición es canalizada por los hechiceros"
En muchas otras ciudades africanas y en el medio rural todavía pueden encontrarse sujetos dogon de Mali que acusan la epilepsia a los genios, bambara que piensan que el enfermo debe sus convulsiones a que ha sido envenenado. Igual que los leprosos no pueden regresar a sus poblados en Guinea Bissau, incluso después de curados, los hombres que se quedan solos cantando bajo la lluvia mientras el resto del pueblo se refugia son tomados como poseídos por un espíritu al que será mejor no acercarse.
Esta visión de una África chamánica y supersticiosa, aunque presente todavía, ya no cumple con la definición radical y hollywoodiana de los siglos XIX y XX, desde que la inserción del Estado moderno y de las organizaciones internacionales en las zonas rurales han permitido el desarrollo de programas de concienciación que en ocasiones se asocian con los métodos de sanación tradicionales.
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Así, tanto Alphonse como profesionales de la salud mental burkineses y malienses señalaron a EL ESPAÑOL que los hechiceros hacen de puente en ocasiones entre los psicólogos y las familias de los afectados.
Así lo explicaba el psicólogo burkinés Ismael Kousse: “La superstición pertenece al pueblo pero es canalizada a través de los hechiceros. Por esto resulta tan importante que sean los hechiceros quienes expliquen a las familias que algunas enfermedades, como la epilepsia, se deben a una condición médica y no a la influencia de los genios. En cuanto las familias escuchan al hechicero decirles esto, generalmente acceden a que tratemos a sus hijos […]. El hechicero resulta fundamental para la reinserción del individuo en la sociedad, una vez queda curado”.
Burkina Faso aumentó su interés por la psicología
La colaboración entre hechiceros y psicólogos en el tratamiento de enfermedades mentales en África se remonta a la década de 1980 y 1990, pero persiste el estigma que cubre al continente; y el doctor Kousse se lamentaba de esto durante la entrevista.
Indicó igualmente que, en el caso de Burkina Faso, se produjo un aumento en el interés por la psicología entre la población civil a partir de 2015, en el momento en que comenzaron los ataques yihadistas, y que, cuantos más ataques ocurren, más peso cobra la psicología para tratar los traumas de las víctimas. El Estado burkinés incluso abrió recientemente una línea telefónica directa, con la que colabora Ismael Kousse, que pretende prestar atención psicológica a los habitantes de las comunidades más aisladas.
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Aunque siempre surgen nuevas complicaciones. Después de haberse implantado las ONG extranjeras para explicar las enfermedades psicológicas o los motivos que llevan a uno a nacer con síndrome de Down, aunque los locales abandonen sus tradiciones ancestrales y decidan darle a su hijo una pastilla o cuidados especiales, ¿cómo van a pagar esa pastilla producida en el extranjero vendiendo ñames? ¿Qué cuidados especiales pueden dar al hijo cuando sale el sol y toca irse a luchar contra la tierra?
Se tiene constancia de campesinos en Mozambique que, incapaces de pagar a un profesional que cuide a 300 kilómetros de Maputo a sus hijos con necesidades especiales, sin opciones para internarlos en un centro de día, los dejan atados a un árbol esperando a que regresen.
Se han visitado con motivo de este reportaje centros psicológicos en Etiopía, República Democrática del Congo y en Guinea Bissau. En Guinea Bissau se encontró una casa de los horrores en un anexo del Hospital Simao Mendes. Un médico mostró una sala con quince o dieciséis camas donde los enfermos, algunos de ellos desfigurados de nacimiento, se acurrucaban sobre las sábanas sucias, riendo por lo bajo o mirando sin mirar. Otros estaban atados a las camas y gritaban de una forma horrible. En Etiopía, varios centros dirigidos por la Iglesia Católica procuraban hacer frente a la avalancha que el Gobierno hace que no oye.
Aquí cabe a recalcar que un elevado número de centros psiquiátricos en África pertenecen a la Iglesia Católica, como una contraposición con los pastores anglicanos que, según Alphonse, cobran entre 100 y 200 dólares por cada sesión de exorcismos. En República Democrática del Congo, por ejemplo, seis de los siete hospitales psiquiátricos que se encuentran en el país pertenecen a la Iglesia y sólo uno es gestionado por el Estado. Y sólo La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios cuenta con 81 centros especializados en salud mental en África.
El centro de Telema de las Hospitalarias en Kinshasa era el que parecía menos colapsado. Hasta allí llegan los vagabundos que recogen las monjas. La subdirectora del centro, la hermana Bénélie, reconoce que muchos de los pacientes deben su situación al abuso del alcohol y las drogas.
Pone de ejemplo a un hombre que presentó antes, David, un exjefe de turno en una gasolinera de Kinshasa que empezó a beber porque se divorció porque su mujer le descubrió con otra, pero y porque la otra le dejó también, y se hundió un por qué tras otro en el pozo que le hizo desarrollar una psicosis incurable y un trastorno bipolar que le tenían anclado a un bucle donde se golpeaba constantemente por encima de la ceja, sin parar, entre arrepentido y queriendo arrepentirse más, nadie podía pararle si no estaba atado.
Ya antes de conocer su historia destacaba el callo por encima de la ceja, era como un chichón endurecido y agrietado. La hermana Bénélie sigue dando ejemplos de historias desgraciadas que terminan en Telema por culpa del alcohol y las drogas.
En Kinshasa está de moda el bombé, que no es otra cosa que inhalar virutas de neumáticos para colocarse.
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En Nigeria prolifera el crack, Ghana sufre serios problemas de alcoholismo. La falta de medios para el tratamiento es una de las razones que llevan a que 6 de los 10 países con tasas de suicidio más elevadas sean africanos (República Centroafricana, Mozambique, Sudáfrica, Zimbabue, Esuatini y Lesoto), donde Lesoto es el país del mundo cuya tasa es mayor.
Pese a la gravedad de los números, en todas las naciones observadas, excluyendo Burkina Faso, se comprobaba una apatía desalentadora por parte del Estado en lo referente al cuidado y tratamiento de enfermos mentales.
Una apatía que traspasa fronteras, hasta Canarias, donde decenas de miles de africanos desembarcan de la experiencia traumática que supone cruzar el Atlántico en cayuco, desorientados por el sol y las vidas que dejaron atrás.
Y mientras la Cruz Roja procede a hacerles un examen médico en el punto de desembarque, actualmente no se realiza ninguna prueba psicológica para determinar la salud mental del inmigrante en la medida de lo posible, antes de insertarlo en la sociedad europea. Así surge una duda relevante en cuanto a la salud mental en África: ¿Es acaso que el africano es supersticioso… o que no tiene una alternativa mejor?