Vivimos en una sociedad hiperconectada donde cada clic, cada búsqueda, cada scroll deja una huella. Una huella que tiene valor. Un valor que muchas veces entregamos sin saberlo. En el X Foro Internacional de Educación Financiera de Calidad, Ana Caballero, vicepresidenta de la Asociación Europea para la Transición Digital (AETD), ofreció una ponencia clave para entender el impacto real de una transición digital mal gestionada. ¿Qué tiene que ver todo esto con la educación financiera? Mucho más de lo que parece.

La economía del dato: el nuevo petróleo no es gratuito

En la era digital, los datos personales se han convertido en la materia prima más codiciada. Son reutilizables, escalables y baratos de recolectar. El problema: los ciudadanos no somos conscientes del precio real que pagamos por los servicios “gratuitos” que usamos cada día.

Un estudio reciente estimó que el valor de los datos personales que cada usuario europeo cede oscila entre 241 y 536 euros al año, dependiendo de la red social y del perfil. Este pago invisible financia modelos de negocio opacos, liderados por gigantes tecnológicos extracomunitarios que no solo recopilan información explícita, sino que también infieren datos sensibles a través de algoritmos e inteligencia artificial.

Y aquí surge una cuestión clave: si los datos tienen valor, ¿por qué no somos conscientes de lo que estamos regalando?

No se trata solo de economía. El control masivo de datos está modificando comportamientos individuales y decisiones colectivas. Casos como Cambridge Analytica, el Brexit, las elecciones en EE.UU. de 2016 o el 1-O en Cataluña, han mostrado que los datos no solo se usan para vendernos un producto. Se usan para condicionar elecciones, moldear opiniones y dividir sociedades.

Todo esto es posible gracias a lo que se conoce como “economía de la atención”. Las plataformas luchan por mantenernos el mayor tiempo posible frente a la pantalla. ¿Cómo lo hacen? Mediante diseños persuasivos y patrones oscuros: técnicas psicológicas que explotan nuestras emociones, reducen nuestra capacidad crítica y empujan a compartir más datos de los necesarios.

Europa ha comenzado a reaccionar con regulaciones como el Digital Services Act, el Digital Markets Act o el reciente reglamento sobre inteligencia artificial. Pero el ritmo legislativo no alcanza al ritmo de la tecnología. Y mientras tanto, las grandes plataformas juegan con ventaja, escudándose en vacíos normativos o principios como el “país de origen”.

Estas empresas, muchas domiciliadas en Irlanda, eluden responsabilidades legales, fiscales y éticas, generando una competencia desleal para empresas europeas que sí cumplen con las normativas. Además, se niegan a ser consideradas medios de comunicación, precisamente para evitar exigencias como invertir en cultura europea o garantizar pluralismo informativo.

En este contexto de asimetría tecnológica y regulatoria, la ciudadanía se encuentra desprotegida. La única herramienta inmediata es la educación, y no cualquier educación: una educación financiera y digital integrada, que ayude a comprender el valor de los datos, los riesgos del uso indiscriminado de plataformas, y la necesidad de exigir transparencia y ética en la economía digital.

Es urgente formar ciudadanos capaces de tomar decisiones conscientes en un entorno donde los precios no están en euros, sino en privacidad, libertad y soberanía.

La educación financiera del futuro

Desde la Asociación Europea para la Transición Digital se plantea un mensaje claro: la transición digital debe ser ordenada, inclusiva y justa. No podemos permitir que la desinformación y la desregulación dejen a millones de europeos indefensos frente a modelos de negocio que anteponen el beneficio a la ética.

La verdadera inclusión implica educación digital crítica: saber leer la letra pequeña de los algoritmos, reconocer cuándo un contenido es manipulado o entender el valor real de nuestros datos personales. Esto conecta directamente con la educación financiera, en un mundo donde nuestros datos también son moneda, necesitamos saber cómo protegernos y decidir informadamente.

María Alegría

Responsable de comunicación y marketing AEPF