En un mundo donde la información circula más rápido de lo que se asimila, la educación financiera no puede limitarse a transmitir conceptos técnicos. El reto de esta disciplina ya no está solo en explicar productos o herramientas, sino en centrarse en las personas, sus contextos y sus propósitos.
Como señala el experto Sergio Sorgi, educar financieramente es un acto humano, no un trámite informativo. Y eso implica mucho más que transmitir datos: significa conectar conocimientos con decisiones y decisiones con vida. En un entorno que tiende a lo automático y lo masivo, reivindicar la dimensión emocional, ética y social de la educación financiera es más necesario que nunca.
Esto no significa renunciar al rigor, sino ponerlo al servicio del bienestar. La educación financiera debe ser una herramienta útil para la vida, no un apéndice de la comercialización. No se trata de que todo el mundo entienda los mercados bursátiles, sino de que cualquier persona pueda tomar decisiones con criterio en su propia economía: entender una nómina, elegir un préstamo, planificar la jubilación o evitar un sobreendeudamiento.
Para lograrlo, la formación debe ser accesible a todos y adaptada a las circunstancias de cada uno: jóvenes, mayores, personas trabajadoras o emprendedoras, familias, etc. No puede ser una experiencia descontextualizada, sino un proceso que parta de la realidad de cada persona y se oriente a su autonomía. En este sentido, se parece más a la medicina de familia que a una clase magistral.
Hacer esto posible no es un gesto altruista, sino una medida de justicia económica y social. Requiere voluntad política, compromiso institucional y modelos profesionales sólidos. Desde la empresa privada hasta la administración pública, pasando por las organizaciones sociales, todos tienen un papel que desempeñar. Educar financieramente no es un lujo: es una forma de protección, de prevención y de creación de oportunidades.
Se trata de dar criterios a las personas para tomar decisiones informadas, evitar errores costosos y construir proyectos de vida sostenibles. Esa es, probablemente, la forma más profunda de protección al consumidor. El futuro de la educación financiera será relacional, progresivo y ético, o no será. No bastan plataformas, contenidos o programas si no van acompañados de escucha, continuidad y una verdadera vocación de servicio. Educar en finanzas, como en cualquier otra área de la vida, es acompañar un proceso de transformación, no transmitir una fórmula.
María Alegría
Responsable de comunicación y marketing AEPF