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5 objetos muy comunes que se empeñan en humillarte cruelmente

En la Jungla. Decía Homer Simpson que la vida es un fracaso tras otro hasta que acabas odiando a Flanders. Estos objetos que teóricamente debían hacerte un poco más feliz estuvieron a punto de hacerte perder la chaveta.

13 diciembre, 2017 14:21

Hace cinco años me compré unos auriculares. Para abrir el plástico necesité dos sopletes y cuatro kilos de explosivo plástico C-4. Cuando conseguí superar esta primera barrera me encontré con que estaban amarrados a un trozo de cartón con un hilo de plástico que bien podría haber sido alambre de espino, apretado con más fuerza que los pantalones de Hulk. El auricular izquierdo comenzó a fallar a las tres semanas, pero decidí enmarcarlos en recuerdo al día que me sentí como Danny Ocean al asaltar la cámara acorazada de un casino.

Un objeto inanimado puede parecer poca amenaza para un ser vivo que se considera a sí mismo como la cúspide de la evolución en la Tierra. Sin embargo, puede no haber una mayor amenaza. Y es que hay pocas cosas más humillantes que tratar de usar un objeto inerte y no lograrlo por culpa de la resistencia pasiva más contundente que la de Ghandi, y es que lo que ocurre en estos casos es que queda expuesta tu más profunda torpeza.

El envoltorio de Chupa Chups

A veces uno piensa que hay productos que el fabricante quiere que compres pero no que utilices. Ocurre con los auriculares que antes hemos mencionado y también con el típico bote de pepinillos que no hay forma humana de abrir. Pero ninguno como el envoltorio de los Chupa Chups.

Uno podría pensar que una chuchería principalmente destinada a niños pequeños sería sencilla de abrir… pero no, están envueltos en un plástico que se agarra al palito de plástico con la fuerza de cien agujeros negros. Para poder abrirlo hay que usar una técnica milenaria que requiere un giro de muñeca mientras rotas el eje del caramelo que o tienes bien entrenado o te desgarra cuatro tendones del brazo.

Las bolsas del supermercado

Siempre se ha dicho que el momento de mayor pánico que se puede vivir en un supermercado es cuando acompañas a alguien y te deja en la cola para irse a buscar algo que han olvidado. Mentira: el momento más temido es ver cómo la cajera te da una bolsa sin haberla abierto.

Entonces es cuando tardas más de un intento en encontrar esa pestañita que te permite abrirla fácilmente. Levantas la vista y ves como la cola se va alargando y te miran igual que tú miras a esa señora octogenaria que está intentando pagar 30€ con monedas de cinco céntimos. Empiezan los nervios, tiemblan las manos, no encuentras la pestaña, la bolsa de plástico sigue cerrada… al final, la cajera se apiada de ti, te quita la bolsa y la abre en menos tiempo que el cambio de ruedas de un Fórmula 1. Y tú te vas con la sensación de que toda la fila cree que eres un señorito que no ha pisado un supermercado salvo los días en los que el mayordomo libra.

Y en la calle...

El pistacho con una rajita pequeña

Hay una ley de la naturaleza que dice que conforme va bajando la cantidad de pistachos de un bol, más pequeña es la raja en la cáscara. Y es que a veces parece que las cáscaras de estos frutos están hechos de kevlar, capaces de resistir disparos de 8 mm Parabellum a quemarropa. De forma instintiva los dedos se nos van a esos con abiertos y fáciles de comer

El problema es cuando ya quedan pocos y la mayor parte tiene una mini-rajita. Pero tú ya estás adicto y necesitas más pistachos, así que te lanzas con valentía y coges uno de esos pistachos atrincherados. Metes la uña en la fisura e intentas hacer palanca, pero no hay forma, para sacarlo de ahí necesitas organizar un sitio como si fuese Desembarco del Rey. Incapaz de abrirlo, lo acabas devolviendo al bol donde te mira victorioso mientras en tu cabeza suena You can’t always have what you want de los Rolling Stones.

Los mapas que has desplegado

Sabes cuándo despliegas un mapa pero no sabes cómo lo vas a guardar. Siempre ocurre: abres el mapa fijándote atentamente en cómo van los pliegues, te prometes a ti mismo que esta vez no te olvidarás y que serás capaz de que vuelva a su estado original sin organizar la Batalla de Stalingrado. Entonces haces la consulta, te vuelves un poco loco con las direcciones y cuando vas a cerrar el mapa te das cuenta de que no recuerdas como iba. FAIL.

Entonces empieza la guerra. Pruebas varias posiciones pero ninguna parece la correcta. Doblas una, dos veces, en la dirección correcta y a la tercera te das cuenta de que no hay posibilidad acertada. Es peor que resolver el cubo de Rubik. Hagas lo que hagas el mapa acaba mal doblado, con esa sensación de que en vez de quedar perfectamente plegado está “gordo”, y con las dobleces a punto de romperse, recordándote un nuevo fracaso.

El armario de Ikea

Todo el mundo que entra en tu casa te pregunta por esa peculiar silla. “Pues es de Ikea” contestas tú antes de explicar que la montaste tú, con todo el orgullo del mundo. Sin embargo, tú sabes cuál es la verdad.

Y la verdad es que aquello no es una silla, en realidad es un armario. Se convirtió en una silla después de que te sobraran tres baldas, diecisiete tornillos skungen y tras pasar cuatro horas llorando en la ducha. Como el engendro resultante tenía tres patas y un respaldo, le pusiste una balda horizontalmente para reposar las nalgas y ale, igual no era el plan original, pero visto lo visto, hay que convertir fracasos en medio-éxitos.