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Ymelda Navajo (Burgos, Aranda de Duero, 1952) ha sido calificada de dama de hierro de la edición pero parece forjada en metales más sutiles y más nobles. Lo mismo se lanza a correr por el Retiro que a cantar boleros que te edita un libro sobre la muerte de Miguel Ángel Blanco cuando el buenismo imperante aconseja hacer como que ETA nunca existió. Periodista que no pudo ser, politóloga envasada al vacío y sin prejuicios, la que fue la primera de la clase en casi todos los grupos editoriales importantes de este país se lanzó en solitario al frente de La Esfera de los Libros... y allí sigue, manteniendo tonificado al lector y al personal.

¿Oriana Fallaci? ¿Quería usted entrevistarme porque le gustaría mucho hablar conmigo de... Oriana Fallaci? Es verdad que publicamos sus libros en La Esfera en el punto culminante de su polémica. Me confiesa usted que desde que leyó con trece años de edad su novela Un hombre, Oriana se convirtió en una especie de madre profunda para usted. De referente vital y espiritual... Y durante décadas es verdad que ella fue un icono muy respetado por la intelligentsia de izquierdas, con su intachable historial de luchadora antinazi, su ejecutoria en la guerra de Vietnam... hasta que su toma de posición a raíz de los atentados del 11-S, de la caída de las Torres Gemelas, la convierte en una especie de maldita. No era tan fácil publicarla entonces, cierto... y La Esfera lo hizo.

Nosotros formamos parte del grupo que edita las obras de Oriana en Italia. El libro que sacamos entonces, La rabia y el orgullo, tuvo críticas feroces. En Francia incluso llegaron a llevarla a juicio. Esta mujer siempre fue a contracorriente del buenismo, de los tópicos de rigor. Eso me sedujo muchísimo en un momento de gran convulsión. Lo editamos y tuvo un gran éxito aquí. No tanto como en Italia, donde vendió dos millones de ejemplares, pero llamó mucho la atención, tanto a favor como en contra. Ella además estaba viviendo sus últimos años, tenía un tumor cerebral. Mantuvimos contactos telefónicos bastante intensos yo aquí y ella en Nueva York. Oriana estaba muy atenta a la calidad de sus traducciones, las leía personalmente, nos mandaba las correcciones por teléfono... Y lo que más me impactó fue la tremenda soledad de esta mujer. Vivía sola y enferma en Nueva York en una casa de dos plantas.

¿Dice que me va a contar una anécdota interesante de los últimos años de Oriana en Nueva York? La escucho. O sea que, durante el tiempo que usted misma pasó en Nueva York, entre los años 2005 y 2011, una vez en una cena de trabajo le tocó al lado un periodista mucho más veterano que usted que decía haber conocido personalmente a Oriana. La recordaba como una mujer de carácter endiablado, por la siguiente razón: ella era muy aficionada a las subastas. Concretamente a las subastas de pequeños objetos de arte. Solía ir todos los fines de semana a pujar por cositas así. Hasta que ya personalmente no pudo porque su salud no se lo permitía. Entonces le pidió a un amigo muy querido, muy de confianza, que fuera y pujara en nombre de ella, pongamos, por determinado cuenco. Que no es que tuviese un extremo valor material, ese cuenco, pero por lo que sea a ella le gustaba mucho. Era importante para Oriana. El amigo se comprometió a ir... luego se le olvidó, y simplemente no fue.

El tiempo y los atentados del ISIS han acabado dando la razón a Oriana Fallaci y no a sus detractores

Y según el compañero de mesa de usted en Nueva York, este amigo se llevó una buena bronca. Que si le montó un cristo inenarrable, que si se puso hecha una hidra... “¡Esa mujer era una bruja!”, concluyó. Y usted, horrorizada: “Pero... debe de ser triste, muy triste, pedirle a alguien que haga algo por ti, porque no puedes hacerlo tú misma, y va y se le olvida y encima no le da ninguna importancia”. Me cuenta que ese señor, al escuchar esta reflexión de usted, se la quedó mirando como si fuera tan gorgona como la Fallaci, y le espetó: “¡Pero si era un cuenco de mierda!”. Fin de la historia, que efectivamente se comenta sola.

Foto: Begoña Rivas

Foto: Begoña Rivas

Está claro que, no se sabe cómo ni por qué, hay una serie de valores, de principios, que con el tiempo... destiñen. Oriana Fallaci fue siempre una mujer de ideas muy claras, muy vehemente. Fue así de principio a fin y nunca cambió. Si acaso cambió el mundo, que cada vez era más flojo y estaba menos por la labor de este tipo de vehemencias. Los tiempos cambian.

Sí, lo más irónico de todo es que el tiempo ha acabado dando la razón a Oriana Fallaci y no a sus detractores. Lo más tremendo es que se pueda pretender llamar culturas a religiones o grupos sectarios que van contra lo más sagrado de la libertad y de la igualdad. No se puede llamar cultura a una religión que trata a una mujer como la trata el islam. Simplemente con eso basta. Ya lo dejo ahí.

Nadar y publicar a contracorriente del buenismo, o de los paradigmas imperantes que pretenden decirte por dónde tienes que ir, bueno, para mí es esencial. Me parecería absurdo hacer un catálogo editorial de acuerdo con una ideología determinada o con unos determinados gustos personales. A mí siempre me ha gustado el periodismo de investigación, y el periodismo de investigación está profundamente reñido con tener prejuicios ideológicos respecto a personas y respecto a todos.

Vivir en una sociedad más global hace cada vez más difícil ir contracorriente, contra lo que pudiera parecer

Busco la verdad aunque comprometa mi ideología. Es una cita de Graham Greene y es el principio del liberalismo. Yo voy por ahí. Yo busco la verdad ante todo. Me pregunta usted cómo es posible que, cayendo esto que decimos por su propio peso en teoría, cueste tanto de aplicar en la práctica. Bueno, es que hay muchísimos intereses creados. En el fondo el libro sigue siendo un arma revolucionaria. Es curioso, ¿no?

Me pregunta usted si sobre la verdad acostumbra a predominar el cochino interés personal, la pura y dura cobardía, o qué. Yo creo que hoy día, siendo realistas, la mayoría de las editoriales se han consolidado dentro de grandes grupos, y los grandes grupos, no nos engañemos, mantienen siempre unos intereses. Pero es que esto ha sido siempre así y siempre lo será. Y curiosamente lo de vivir en una sociedad cada vez más global hace cada vez más difícil la crítica o el ir contracorriente, contra lo que pudiera parecer.

Foto: Begoña Rivas

Foto: Begoña Rivas

Me pregunta usted por qué alguien con mi currículum, después de trabajar en Estados Unidos y en grupos editoriales muy importantes y muy cómodos, decido lanzarme a esta aventura de La Esfera, que sin duda es complicarse la vida. Bueno, es una pulsión. En el fondo todos tenemos que ser leales a nosotros mismos, de lo contrario la vida no merece ser vivida.

Yo lucho contra todo lo que creo que tengo que luchar, me da igual si es de derechas o de izquierdas. No es fácil tentarme porque he sido siempre una persona muy sobria. No me siento vulnerable a los cantos de sirena del poder.

Yo llegué al mundo editorial, a los libros, por puro azar. Yo estudié Periodismo y también tuve una formación en Ciencias Políticas y la primera idea era ser periodista, corresponsal de guerra o política, pero casualmente conocí a una persona que me invitó a hacer unas prácticas en Alianza Editorial. Empecé a trabajar con Javier Pradera, y Javier Pradera me dijo: has entrado en un mundo del que no vas a poder escapar. Y así fue. Este trabajo me permite entrar en constante contacto con autores, con ideas siempre renovadas...

He trabajado mucho por cuenta ajena y ahora soy editora por cuenta propia pero dentro de un grupo de comunicación. Yo creo que he encontrado la situación ideal, porque dentro de este grupo se respetan mi identidad y mi manera de hacer libros. Y sobre todo se respeta mi independencia. Este proyecto ha sido posible porque Pedro J. Ramírez lo impulsó. Yo tuve una conversación con él y le dije, me gustaría montar esto, y él me dijo, vente con nosotros que te vamos a apoyar. Él fue el que me dio el empujón.

Hablando de estar en un grupo y no en otro, me llama usted la atención sobre el hecho de que si en este país un autor asociado a determinado grupo saca un libro, el grupo de enfrente tiende a ignorarle y a ningunearle... Me pregunta usted si esto no es un escándalo. Sí que lo es, pero fíjese, se ve ya como una cosa tan natural que ya ni te la cuestionas. Aunque es verdad que no lo es, y que en otros sitios no sucede. Menos mal que incluso aquí empieza a cambiar un poco.

Sobra buenismo pero también sobra rencor. Por ejemplo la derecha sólo por ser derecha ya es culpable

Me pregunta usted si esto tiene algo que ver con el rapto de la cultura por parte de la autoproclamada izquierda. Sugiere usted que eso no sólo va en detrimento de tal o cual lector sino sobre todo y por encima de todo, en detrimento del lector, a quien se intenta ofrecer un paisaje cultural incompleto, una cultura sesgada. Sí, es ese tipo de buenismo que consiste en pretender que todo lo tuyo es bueno y todo lo de lo demás es malo. O no existe. Pero todo esto acaba mutando, en parte no deja de ser una herencia de nuestra guerra civil tan cruenta y de nuestros cuarenta años de dictadura. Sí, en cierto modo todo sigue como en Las armas y las letras, el famoso libro de Andrés Trapiello. Es que es tremendo, pero la posguerra, en este país, no ha acabado. Ni acabará hasta que pase toda una generación.

¿Cuántas generaciones más tienen que pasar?, me pregunta usted. Bastantes, bastantes. Muchas veces te crees que la Historia es historia pasada y no lo es. Mira cuán presente sigue el nazismo en la sociedad alemana, sin ir más lejos...

Sobra buenismo pero también sobra rencor. Las dos cosas en exceso. Aquí la derecha, por el mero hecho de ser derecha, ya es culpable. Y esa culpabilidad es porque simbólicamente todavía se les considera hijos del franquismo. Y ese discurso todavía cala en la gente, todavía tiene éxito. Ejemplo, la corrupción de la izquierda siempre tiene una excusa, siempre tiene una justificación. Cuando el corrupto es de derechas, es doblemente culpable. Podemos todavía maneja ese discurso, que es verdaderamente chocante.

Foto: Begoña Rivas

Foto: Begoña Rivas

Me dice usted que intuye que, visto el prolongado bloqueo de la política, difícilmente la solución de nada va a venir de ahí. Es verdad que por ejemplo en los años 70 se esperaba mucho de la política y de los políticos en este país. ¿Soluciones, ahora? Pues la única solución que se me ocurre es que pase el tiempo. ¿Un rearme político o intelectual en la línea del noventayochismo? Yo soy pesimista. Los intelectuales de este país también han tenido que enfilarse en grupos. Han tenido que alinearse. Esto hace que los propios intelectuales se vean obligados a tomar partido y en el fondo hayan sido cooptados por los grupos. Yo creo que la independencia del intelectual, que la hay, es muy complicada de ejercer en este país. Fíjese sólo en Félix de Azúa. Cómo se le ha denostado simplemente porque es un antinacionalista. Si te significas así siempre te intentan apartar y llevarte al guetto.

Volviendo a la sobriedad, esa virtud que yo antes reivindicaba: muy raramente los grandes maestros y pensadores han surgido del mundo de la abundancia y la ostentación. Ciertamente la independencia económica es importante para poder escribir, como comprobaron muchas mujeres, que tener una habitación propia estaba bien, pero estaba mejor tener cartera propia. Eso marca mejor la diferencia, en efecto.

Más aún que la habitación propia, para escribir es importante la cartera propia… y una cierta sobriedad

Pero la sobriedad es uno de los secretos de la independencia. Aquí durante años a algunos escritores se les han pagado anticipos delirantes, porque el mercado estaba así y así lo pedía. Porque esos escritores vendían mucho. Pero eso se ha acabado. El sector editorial lo está pasando mal. Suerte que las nuevas tecnologías proporcionan una red de blogs, autoedición, etc. Un humus de donde pueden salir los nuevos autores, las firmas del futuro... Hay autores que viven de lo que venden por Internet y viven muy bien. El otro día conocí una autora que vende así sus libros, muy baratos por cierto, y se saca sus 3.000 euros al mes, nada menos.

Pistas para el lector inquieto: están surgiendo muchas pequeñas y nuevas editoriales interesantes. No hay que dar nada por muerto, ni por antiguo, ni por caduco. La poesía, por ejemplo, está volviendo con fuerza.

Ahora mismo acabamos de sacar un libro de Miguel Ángel Mellado sobre Miguel Ángel Blanco y su trágico asesinato por ETA, que desencadenó todo el espíritu de Ermua. El hijo de todos, lo ha titulado. Me dice usted que hay que tener cojones para sacar ahora mismo un libro así y yo le contesto: en efecto. Porque ahora de repente para mucha gente es como si todo lo de ETA nunca hubiera ocurrido. Si lees ese libro, magníficamente escrito, por cierto, captas el horror profundo. Y de repente esa amnesia colectiva, ese pretender que no está bien visto hablar de tanto dolor de las víctimas. Queda como ordinario...

Si a eso le añadimos que la gente está como encallecida, que espera lo peor de todo el mundo, especialmente en materia de corrupción. Que lo más triste es que, de seguir la bonanza económica, la corrupción no le quitaría el sueño a nadie. Emergemos ahora de una especie de Belle Époque donde todos fuimos más ricos y más frívolos, no sólo los que robaban. Eso es típico de los procesos degenerativos de la sociedad. Todo es cíclico, todo se repite, todo pasará. Esto también. Espero.

Pues sí, hay que tener cojones para sacar ahora 'El hijo de todos', la historia de la muerte de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA

¿Qué me habría gustado publicar y no he publicado? Pues las memorias de Adolfo Suárez. O las del Rey Juan Carlos. En este país falta tradición, una tradición que por ejemplo sí existe en el mungo anglosajón, de que las grandes personalidades políticas escriban memorias honestas, sin buscar la autojustificación y sin miedo a la revancha. ¿Qué me cuenta usted? ¿Que en 2003 usted entrevistó a Jordi Pujol, ya con un pie fuera de la Generalitat, y en aquella entrevista le dijo que nunca escribiría sus memorias, que él no lo quería hacer, pero que temía verse obligado por falta de posibles, “porque yo no me he guardado dinero para mí”, me cuenta que le dijo? Increíble, ¿no?

Foto: Begoña Rivas

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