Anabel López, la bióloga madrileña que rehabilita elefantes “esclavizados” de Laos sirviéndose de “sus cacas”

Anabel López, la bióloga madrileña que rehabilita elefantes “esclavizados” de Laos sirviéndose de “sus cacas” Elephant Conservation Center

Reportajes

Anabel, la bióloga que lleva 12 años rescatando de la esclavitud a elefantes en Laos: "No siempre son más felices en libertad"

Lleva doce años trabajando en un centro de conservación situado en la selva asiática donde adoptan, cuidan y reintroducen paquidermos que eran usados en circos o como bestias de carga.

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Hace 12 años, la bióloga madrileña Anabel López Pérez se echó encima la mochila y viajó sola a Laos a pasar unas semanas como voluntaria en el Elephant Conservation Center (ECC) de Sayaboury, un centro de rehabilitación, investigación y conservación de elefantes asiáticos cautivos fundado en 2011 por el francés Sébastien Duffillot.

Al cabo de un mes, regresó a Edimburgo (Escocia), donde entonces trabajaba, y fue contactada nuevamente por Duffillot: le propuso regresar porque la quería en su equipo. Allí sigue desde entonces. Para llegar hasta el santuario, hay que viajar más de dos horas desde Luang Prabang hasta el lago Nam Tien.

El centro está incrustado en un paisaje ancho y selvático de Sayaboury, en el noroeste de Laos, entre suaves colinas cubiertas de bambú, teca y lianas y campos de arroz que se abren como claros en la selva. No hay carreteras asfaltadas ni grandes núcleos urbanos en sus aledaños; solo pequeñas agrupaciones de casas de madera sobre pilotes donde viven junto a sus familias los mahouts, que es el nombre que reciben los cuidadores de los paquidermos.

El centro está incrustado en un paisaje ancho y selvático de Sayaboury, en el noroeste de Laos.

El centro está incrustado en un paisaje ancho y selvático de Sayaboury, en el noroeste de Laos. Elephant Conservation Center

No es posible comprender el trabajo que realiza esta bióloga española de 38 años sin antes entender que los elefantes que llegan al centro fundado por Duffillot no han vivido jamás en libertad. ¿Un dato espeluznante? En el país del “millón de elefantes”, solo quedan unos pocos cientos y al menos la mitad se hallan domesticados y están considerados animales de trabajo. Son los bueyes de los laosianos. Se les ha robado el alma.

En Laos, el elefante cautivo se percibe como “una bestia” más cercana al mundo ganadero que al de la fauna estrictamente silvestre. Incluso de acuerdo a las leyes del país, se consideran “ganado”, lo que significa que sus dueños disponen a su antojo de sus vidas. Eso a su vez complica los rescates y traslados si no hay compra o alquiler del animal (los precios por ejemplar que manejan los centros superan con frecuencia los 45.000 euros).

Esa lógica de propiedad familiar está arraigada por su papel histórico en el transporte de madera y ciertos rituales. Laos tiene una tradición de siglos criando elefantes asiáticos y los cautivos están inextricablemente vinculados a las economías locales. Son un signo de estatus social, además de un icono nacional.

La función de 'mahout' o cuidador es un trabajo heredado que se transmite durante generaciones, junto a técnicas de manejo antiquísimas y a menudo, extremadamente crueles. Establecen con los elefantes una relación de por vida y se ocupan de alimentarlos y bañarlos; de sus cuidados médicos y de dirigirlos en los transportes de madera o en los espectáculos para los turistas. Y esa es precisa y exclusivamente la clase de animales que llegan al centro de Anabel.

Anabel López: Al principio, me decía a mí misma: '¿Pero qué demonios hace esta gente? ¿Por qué les maltratan?'. Pero a medida que empiezas a meterte en el mundillo comienzas a entender que esto no es tan sencillo.

Anabel López: "Al principio, me decía a mí misma: '¿Pero qué demonios hace esta gente? ¿Por qué les maltratan?'. Pero a medida que empiezas a meterte en el mundillo comienzas a entender que esto no es tan sencillo". Elephant Conservation Center

“Cuanto más vivo aquí, más complejo me parece todo”, asegura la madrileña. “Al principio, me decía a mí misma: '¿Pero qué demonios hace esta gente? ¿Por qué les maltratan?'. Pero a medida que empiezas a meterte en el mundillo comienzas a entender que esto no es tan sencillo. En Laos, todo lo que concierne a los paquidermos en cautividad depende del mismo departamento que se ocupa de los animales de granja. Tú no puedes ir a la selva y capturarlos, pero si eres el propietario de un elefante en cautividad, puedes maltratarlo sin que suceda nada porque no hay leyes de bienestar animal y a nadie le importa lo que hagas con ellos”.

“Entiendo lo que sienten y piensan los occidentales cuando ven esto desde fuera por primera vez, pero lo cierto es que aquí hay una cultura muy rural y la gente vive a menudo en condiciones de extrema pobreza. Si tienen que ponerlos a trabajar veinte horas, pues lo hacen. ¿Qué significa eso? Que para proteger a los elefantes hay que proteger también a las familias que viven de ellos”.

El equipo de ECC realiza también labores de divulgación que pretenden involucrar a los locales. “Estamos buscando la manera de que dejen de ser considerados como vacas o como ovejas”, continúa Anabel. “Es absolutamente injusto que un animal tan fascinante haya acabado denigrado y atado a una cadena para convertirse en una atracción de circo. Yo no puedo ver ese tipo de situaciones porque me enfado con la gente. Me da muchísima pena”.

Para acceder al ECC hay que subirse en una barca y atravesar el lago: el agua actúa como frontera natural y protege las áreas donde los elefantes se mueven en semilibertad dentro del bosque. Lo interesante aquí es que, en el Elephant Conservation Center de Sayaboury, los mahouts han pasado de ser los jefes de “animales de trabajo sin derechos” a custodios que facilitan su bienestar.

Anabel López sobre los elefantes: Si tienen que ponerlos a trabajar veinte horas, pues lo hacen.

Anabel López sobre los elefantes: "Si tienen que ponerlos a trabajar veinte horas, pues lo hacen". Elephant Conservation Center

El ECC se sostiene mediante una fórmula precaria y frágil: el turismo responsable financia la manutención diaria y ciertos proyectos internacionales —becas, donaciones, convenios con WWF o el Smithsonian— sostienen la investigación. El lugar está lo bastante cerca de Luang Prabang para atraer visitantes y voluntarios, pero lo bastante escondido para que los animales vivan lejos de la mancha humana.

La atmósfera en el santuario —la madrileña detesta que se le llame así— es la de un refugio aislado: tierra roja húmeda bajo los pies, olor penetrante de hojas en descomposición y hierba aplastada, chillidos de insectos y martines pescadores, y de tanto en tanto el trompeteo de un elefante que resuena entre los árboles.

“A mí no me gusta referirme a esto como un santuario porque lo nuestro es un centro de conservación”, apunta la conservacionista. “Los elefantes que recibimos no son huérfanos salvajes, sino animales nacidos en cautividad, ligados a familias de mahout. Llegan porque enferman, porque sus dueños no pueden mantenerlos o porque ya no sirven para el trabajo en la madera o el turismo. Luego los rehabilitamos con el objetivo de liberarlos en su hábitat natural. Pero por el camino trabajamos también en educación e investigación”.

El ECC alberga actualmente 27 elefantes adultos y dos crías en un bosque de 500 hectáreas. En cierto modo es un pequeño paraíso para ellos. El día amanece con un ritual bien ensayado: los mahouts conducen a los elefantes hasta la orilla y los animales se bañan en el lago; el centro incluye ese momento del día en las visitas. En la zona de guardería, las crías chapotean y lanzan vocalizaciones agudas mientras las hembras adultas se tocan con la trompa y se rozan para reforzar sus vínculos y proyectar su afecto.

El ECC alberga actualmente 27 elefantes adultos y dos crías en un bosque de 500 hectáreas.

El ECC alberga actualmente 27 elefantes adultos y dos crías en un bosque de 500 hectáreas. Elephant Conservation Center

Ayudar a hacer amigos

El trabajo con los elefantes recién llegados empieza desde cero: habituarles a su nueva existencia; observar su comportamiento; introducirles poco a poco en un grupo compatible. “No son clanes como en la vida salvaje, sino amistades forzadas. Pero al menos buscamos que las crías nazcan en grupos cohesionados. Es lo más parecido a lo natural que podemos ofrecerles”.

Y esa es precisamente una de las funciones de Anabel: ayudarles a socializar. “Basándonos en su comportamiento y sus elecciones personales, agrupamos animales afines. Algunos se integran en unos pocos meses. A otros les toma años y hay quien nunca lo consigue”.

La española las percibe como “unas criaturas fascinantes. Tienen personalidades completamente diferenciadas. Cuando muere uno de ellos, tienen conciencia de la muerte y atraviesan un duelo, algo que solo hacen los humanos, los simios y los monos sin cola”.

No es la primera vez que alguna productora internacional de televisión se deja caer por el centro para hablar de su trabajo. Ella suele insistir en que intenta mantenerse en la distancia. “Por supuesto que me conocen, pero mi objetivo no es ser su amiga, sino conseguir que tengan la mejor vida posible”, explica. “No quiero ser parte de la manada, aunque es cierto que crean vínculos muy fuertes con sus mahouts y con las personas con las que se relacionan”.

Anabel López sobre los elefantes: Unas criaturas fascinantes. Tienen personalidades completamente diferenciadas. Cuando muere uno de ellos, tienen conciencia de la muerte y atraviesan un duelo.

Anabel López sobre los elefantes: "Unas criaturas fascinantes. Tienen personalidades completamente diferenciadas. Cuando muere uno de ellos, tienen conciencia de la muerte y atraviesan un duelo". Elephant Conservation Center

En general, responden al afecto con afecto. Algunos cuidadores crean unos vínculos formidables con ellos. “He visto a mahouts pasar 24 horas junto a su elefante enfermo en nuestro hospital y romper a llorar desconsoladamente tras su muerte. Los animales, por supuesto, reconocen a sus cuidadores y los buscan".

"Lo que no he visto jamás es que un elefante muestre el mismo afecto por un humano que por otro elefante. A veces, uno enferma y es retirado de la manada. Cuando regresa al grupo, el resto lo recibe trompeteando y orinando. Es increíble ver la felicidad que experimentan. Eso, con los mahouts, no sucede”.

“Ahí fuera hay de todo. Hay mahouts que aman a sus animales y algunos que son terriblemente crueles”, dice Anabel. “Sin duda es humillante que una criatura tan majestuosa sea utilizada para tirar de troncos en la selva. Pero decirle a un laosiano que no los utilice como bestias de carga es como decirle a un español de principios del siglo pasado que no tuviera bueyes o burros. Ahora, como pasó en Europa, están perdiendo su utilidad como fuerza de trabajo”.

Según la madrileña, “lo que es más traumático no es que trabajen con el hombre, sino la vida de aislamiento que llevan. Antiguamente, había en Laos y Tailandia un tipo de manejo que era menos cruel: en la época seca los hacían trabajar en la madera, pero en la de las lluvias, los liberaban en la selva y podían reproducirse y mezclarse con el resto de elefantes. Esto se ha perdido excepto en la zona de Thongmixay.

En marzo de 2019, el ECC consiguió lo que parecía imposible: devolver cuatro elefantas a la selva de Nam Pouy.

En marzo de 2019, el ECC consiguió lo que parecía imposible: devolver cuatro elefantas a la selva de Nam Pouy. Elephant Conservation Center

Este sistema facilita un flujo genético entre la población cautiva y la salvaje, algo que ya se ha perdido en la mayoría de Asia. Y allí donde todavía se practica, no es tan humillante como tenerlos medio día en un centro turístico dando vueltas y el otro medio, amarrados a una cadena.

En el centro de Anabel, los elefantes pasan horas alimentándose y bañándose sin contacto directo con el público. En marzo de 2019, el ECC consiguió lo que parecía imposible: devolver cuatro elefantas a la selva de Nam Pouy, una reserva montañosa en el noroeste de Laos donde aún sobreviven unas pocas manadas salvajes. El proceso tomó meses porque primero tuvieron que formarlas como grupo estable en semilibertad para luego trasladarlas a un campamento dentro de la reserva antes de que, por último, les franquearan las puertas a la libertad.

Desde entonces, patrullas de mahouts reconvertidos en rangers las vigilan a distancia gracias a sus collares GPS. Cinco años después de su liberación, las hembras siguen vivas y adaptadas. Se han mezclado con machos salvajes, aunque aún no se ha registrado un nacimiento viable. “Liberar no es el final, es el principio. Luego toca vigilares, educar a las aldeas cercanas y responder a los avisos de los rangers”, apunta López Pérez.

“A menudo nos preguntan si los elefantes son más felices en libertad que en cautividad. Digamos que depende”, dice Anabel. “Depende, por ejemplo, de cómo sea ese entorno natural. Si, tal y como sucede en la India, los liberas en un hábitat cada vez más pequeño y cercado por humanos, sucede que están expuestos a diario a situaciones de peligro y vivir en la selva les resulta mucho más estresante que estar en un centro como el nuestro”.

Muestreo de heces

Uno de los proyectos más interesantes que ha dirigido la responsable de investigación española del Elephant Conservation Center (ECC) tiene que ver con algo tan prosaico como el estiércol. La bióloga ha coordinado y supervisado en Laos varios programas de muestreo de heces de elefante para obtener un retrato genético de la población de elefantes a partir de su ADN.

En cada bola húmeda de excremento que se descompone en el suelo de la selva hay una clave genética que puede decidir el futuro de los paquidermos de Laos. Que ese material llegue al laboratorio, se procese y se convierta en datos útiles depende del trabajo cotidiano de equipos pequeños, con recursos limitados, que se adentran en la selva con tubos de ensayo y botas embarradas. Al frente, coordinando desde el ECC, está también Anabel López Pérez.

La idea es tan simple como revolucionaria: cada bola de excremento fresca conserva células con ADN suficiente para identificar a un individuo, determinar su sexo, comprobar parentescos y, sumando datos, estimar el tamaño real de la población salvaje. Todo ello sin necesidad de capturar ni marcar a los animales, en un entorno donde la observación directa es casi imposible.

El procedimiento comienza en la selva, en reservas como Nam Poui o Nakai-Nam Theun. Equipos de campo recorren durante días los senderos en busca de rastros recientes. Con guantes y espátulas, toman pequeñas muestras de las heces y las almacenan en tubos con líquidos conservantes. El material se procesa después en el laboratorio del ECC —el primero del país especializado en endocrinología y genética aplicada a elefantes— y, en algunos casos, se envía a laboratorios externos en Europa o Estados Unidos para análisis más sofisticados.

Con guantes y espátulas, toman pequeñas muestras de las heces y las almacenan en tubos con líquidos conservantes.

Con guantes y espátulas, toman pequeñas muestras de las heces y las almacenan en tubos con líquidos conservantes. Elephant Conservation Center

A partir de esos extractos se amplifican fragmentos concretos del genoma (microsatélites, SNPs) y se comparan perfiles. Si dos muestras coinciden, pertenecen al mismo elefante. Si no, se suman a la base de datos como individuos nuevos. Con modelos estadísticos de “captura y recaptura genética”, se estima cuántos animales distintos hay en la zona muestreada.

El sistema, probado antes en India y Tailandia, ha encontrado en Laos un terreno crítico porque las pocas poblaciones que hay están muy fragmentadas y son casi invisibles en la selva cerrada. En esas circunstancias, el ADN fecal se ha convertido en la forma más precisa de saber cuántos quedan y en qué estado.

Bajo la supervisión de López Pérez, el ECC ha integrado el muestreo en sus rutinas. Cada excursión a la selva combina observación de comportamiento, toma de muestras hormonales y recogida de excrementos. “Analizamos las hormonas que hay en la caca y medimos los niveles de testosterona, cortisol y progesterona, en las hembras”, afirma la madrileña.

“La progesterona la usamos para controlar los ciclos ovulatorios. El cortisol es útil para evaluar el estrés: si hacemos introducciones o protocolos, recogemos muestras fecales y vemos cómo esa situación afecta a los animales. Suele elevarse el nivel de estrés al principio, y después se va asentando. La testosterona la medimos en los machos para anticipar periodos de musth, esos picos de agresividad y dominancia que condicionan tanto la dinámica social como el manejo seguro de los animales”.

Aunque muchos análisis siguen en curso, los datos preliminares ya han permitido confirmar la presencia de hembras reproductoras y machos jóvenes en Nam Poui; establecer identidades genéticas únicas de individuos a partir de muestras distintas, lo que aumenta la precisión de los censos y permite detectar contactos entre poblaciones: por ejemplo, hembras liberadas por el ECC en 2019 han dejado rastro en el mismo territorio que machos salvajes. Eso se ha verificado tanto por collares GPS como por ADN de heces.

Esos resultados, aunque todavía parciales, tienen aplicaciones directas. Por un lado, sirven para diseñar cruces en cautividad evitando consanguinidad. Por otro, permiten respaldar reintroducciones, asegurando que los ejemplares liberados puedan integrarse en grupos con suficiente diversidad genética.

El método no está libre de dificultades. El calor y la humedad tropical degradan el ADN en cuestión de horas, lo que obliga a recoger muestras muy frescas y conservarlas de inmediato. Las heces contienen gran cantidad de bacterias y material vegetal y eso hace más difícil separar el ADN del elefante del “ruido” ambiental. El transporte desde zonas remotas hasta el laboratorio también es costoso y complejo: hace falta cadena de frío, reactivos adecuados y personal entrenado.

Pese a todo, es el camino más prometedor. Contar elefantes a simple vista en estas selvas es inviable y el ADN fecal les proporciona por primera vez una foto precisa y objetiva. El tiempo corre en su contra. Las últimas estimaciones fiables de población datan de 2011. Desde entonces, la presión de plantaciones agrícolas, la apertura de carreteras y el furtivismo han reducido aún más los números. Cada individuo cuenta.

En palabras de Anabel, “se habla de unos ochocientos elefantes en total, la mitad en libertad y la otra mitad en cautividad.

En palabras de Anabel, “se habla de unos ochocientos elefantes en total, la mitad en libertad y la otra mitad en cautividad". Elephant Conservation Center

Las pocas criaturas que han sobrevivido en libertad están literalmente cercadas, casi estranguladas. La deforestación avanza implacable y los furtivos siguen operando. En Laos no los matan por el marfil de sus colmillos sino por la piel: se vende en internet como cuero para joyería. En apenas una década, su población ha caído de unos mil elefantes a poco más de seiscientos.

En palabras de Anabel, “se habla de unos ochocientos elefantes en total, la mitad en libertad y la otra mitad en cautividad. Pero esas cifras son antiguas. Nosotros sospechamos que hoy quedan alrededor de seiscientos. Es lo peor, una pena, lo más frustrante de nuestro trabajo: quieres hacer lo mejor, pero ¿qué haces?”

Incluso los programas de reintroducción tienen que vérselas con mil adversidades. “¿Dónde los reintroduces si los chinos cada vez cogen más terreno y deforestan para hacer plantaciones de sandía, de un tipo de judía, yuca… Y no solo los chinos, también los lao se están metiendo más. Además está el problema del ganado: la gente entra con vacas y búfalos dentro de las zonas protegidas y eso genera un riesgo de enfermedades zoonóticas entre animales de granja y elefantes”.

La presión no viene solo de la deforestación. Los furtivos siguen operando. En Laos no los matan por el marfil de sus colmillos sino por la piel: se vende en internet como cuero para joyería.