Un voluntario en lo alto de la colina ve la devastación del fuego.

Un voluntario en lo alto de la colina ve la devastación del fuego. Javier Carbajal Sanabria (Zamora)

Reportajes

Con los héroes anónimos que no desalojaron San Martín de Castañeda: un guardia jubilado dirige el batallón de voluntarios

Han comprado 16 batefuegos en Zamora que pagará la comisión de fiestas. El pueblo, junto al lago de Sanabria, está en el corazón del parque natural. 

Más información: Así ardió mi tierra; acorralados en Valdeinfierno (Sanabria) con la jefa de extinción de incendios: "Se ha quemado todo"

Sanabria (Zamora)
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Accedemos a San Martín de Castañeda (Sanabria) por una vía secundaria. La carretera principal está cortada, nadie puede subir. El fuego, que avanza como un animal indomable, obliga a inventarse caminos para llegar hasta donde todavía resisten los vecinos.

No es fácil. A cada curva, la montaña ofrece un paisaje de humo y ceniza. Todo está impregnado de un color amarillento, el sol apenas se deja ver sobre el cielo.

Al llegar, las calles huelen a silencio, pero a medida que subo empiezo a escuchar a los vecinos. En el pueblo hay unos 25 voluntarios. A ellos se suman otros 30, a los que llaman los "escondidos", hombres y mujeres que se han quedado contra todo consejo, organizados a su manera, sin querer abandonar su tierra.

José, líder de los voluntarios de San Martín de Castañeda subiendo a ver la devastación del fuego.

José, líder de los voluntarios de San Martín de Castañeda subiendo a ver la devastación del fuego. Javier Carbajal Sanabria (Zamora)

Han levantado un pequeño ejército improvisado en torno a la figura de José. Guardia civil prejubilado que durante años trabajó en el centro de operaciones de Zamora.

José, conoce el lenguaje de las emergencias y, sobre todo, tiene una serenidad contagiosa. Lleva una mascarilla casi todo el tiempo porque, dice entre toses, "he tragado mucho humo estos días".

La voz se le quiebra a ratos, pero no pierde el pulso. Ha convertido su casa en el cuartel general de la resistencia vecinal.

Allí llegan los voluntarios a comer, a repostar fuerzas, a recoger agua. José ha preparado su vivienda con una boca de riego para incendios que ahora abastece a todos los que lo necesiten.

Voluntarios en casa de José hablando de la evolución del fuego y de cómo organizarse.

Voluntarios en casa de José hablando de la evolución del fuego y de cómo organizarse. Javier Carbajal Sanabria (Zamora)

"O aportas o apartas", dice uno de los voluntarios. Han comprado 16 batefuegos, llegados desde Zamora, que seguramente pagará la comisión de fiestas. La colecta es comunal. Nadie se queda atrás.

El pueblo se siente protegido porque cada barrio tiene una boca de riego instalada, con sus mangueras de 25 metros y sus aspersores. Parece que José lo tiene todo previsto por si llega el momento de defender el pueblo.

Los voluntarios están en una lista por seguridad, nombres y apellidos de la desobediencia rural, como si firmaran un pacto con el fuego. Ya que las autoridades les han pedido abandonar su pueblo.

"Las campanas de la iglesia no tocan por el que muere, tocan por el que se queda, para que el muerto se acuerde", me dice un voluntario. Palabras que resuenan como un grito a la esperanza por los héroes de San Martín.

José mira con importencia el fuego en lo alto de la montaña.

José mira con importencia el fuego en lo alto de la montaña. Javier Carbajal Sanabria (Zamora)

Los ganaderos, en particular, hablan con impotencia. Otros mascullan en voz baja. Están convencidos de que podrían hacer más, de que su conocimiento del terreno serviría para ayudar.

Pero la burocracia es tan rígida como las llamas son flexibles. Las autoridades quieren velar siempre por la seguridad de los vecinos y prima la vida de las personas por encima de todo.

Voy con ellos a ver la devastación del fuego y la sierra quemada. En un momento dado José se da cuenta de que sale humo por detrás de la montaña: "Allí estuvimos esta mañana apagando las llamas y ahora parece que el fuego ha revivido".

Se siente una calma tensa, entre instrucciones y llamadas de 'walkie' con protección civil, que a José le han prestado como si fuera un oficial más.

Habla con serenidad y trata de ver cómo está la situación. Es en Piedras Blancas, y hay varios voluntarios trabajando, haciendo cortafuegos. El miedo se palpa en el aire. Nadie se fía del fuego. Resurge siempre donde menos se espera.

José estudia el lugar del fuego con uno d elos voluntarios del ADF.

José estudia el lugar del fuego con uno d elos voluntarios del ADF. Javier Carbajal Sanabria (Zamora)

En medio del cansancio, aparece el reconocimiento. "Vaya curro os estáis pegando", le dice un vecino a uno de los voluntarios de la ADF, la agrupación de defensa forestal de Cataluña. "Para eso hemos venido, para ayudar". Muchos de ellos han pedido vacaciones en sus trabajos para estar aquí.

Guardas forestales que han dejado a sus familias al otro lado del país para pelear contra el mismo enemigo que amenaza sus pueblos cada verano. Su presencia ha devuelto la confianza a San Martín.

"Están muy preparados para la lucha contra el fuego, eso es lo que nos falta aquí", confiesa un voluntario local mientras observa cómo los voluntarios catalanes revisan el terreno con José.

Y es que los vecinos no luchan solos contra el fuego, protección civil y los cuerpos del Estado están muy pendientes de San Martín. Es la frontera del Lago de Sanabria y corazón del parque natural.

Maria Jesús, una de las escondidas de San Martín es uan de las que elabora el pan y las empanadas para los voluntarios.

Maria Jesús, una de las "escondidas" de San Martín es uan de las que elabora el pan y las empanadas para los voluntarios. Javier Carbajal Sanabria (Zamora)

La tarde cae sobre el valle. El sol se esconde detrás de un humo espeso que pinta de naranja las laderas. En las conversaciones de los vecinos resuena la palabra "cortar".

Hablan de talar árboles alrededor del pueblo, de limpiar las calles para que las llamas no tengan combustible. Se respira tensión, pero José calma los ánimos. "Despacio. Precaución. Primero asegurar, luego actuar", insiste. Él mismo hará guardia esa noche.

La casa de José bulle como una colmena. Unos cocinan, otros traen pan, otros colocan la mesa para la cena. El ambiente es extraño. Hay cansancio, hay miedo, pero también hay una energía común que late en cada gesto, un humor desmedido que marca muy bien el carácter de los sanabreses.

Comparten el pan, el vino, las noticias que llegan de Ribadelago y la lucha de los vecinos y brigadas de extinción de incendios contra las llamas en Moncabril. Ribadelago es herida y memoria en estas montañas y sólo quieren que consigan frenar el fuego.

Cena de los voluntarios en casa de José.

Cena de los voluntarios en casa de José. Javier Carbajal Sanabria (Zamora)

Al terminar, algunos voluntarios quieren subir a seguir haciendo el cortafuegos y relevar los que están allí arriba. Me llevan a lo alto de la montaña, allí la oscuridad se apodera de la noche con un cielo naranja por el fuego al otro lado de la colina.

Al llegar, el bulldozer prestado por la Junta de Castilla y León abre un cortafuegos contrarreloj. El motor resuena como un animal metálico entre la noche y el horizonte. Llamas rojas avanzan poco a poco, como si midieran los pasos que les quedan hasta alcanzar el pueblo.

Voluntarios realizando el cortafuegos en los Picones.

Voluntarios realizando el cortafuegos en los Picones. Javier Carbajal Sanabria (Zamora)

"Si tenemos suerte no cruza el Tera, todo dependerá del viento". La imagen impresiona. El fuego, el humo, una línea que parece infinita, "O acabamos con el fuego o él acaba con nosotros".

Bajamos tarde. El aire está cargado, la ceniza cae como si fuera nieve negra. Me meto en el coche y miro de reojo hacia la casa de José. Sé que no dormirá.

Antes de arrancar, le dejo el abrigo que me ha prestado en su puerta y le escribo un mensaje para despedirme. Tarda poco en responder, "descansa y mañana da a conocer lo que has visto. Podemos con esto y con lo que venga".

Hay en sus palabras una certeza que no nace del optimismo ingenuo, sino de la resistencia aprendida.

En San Martín de Castañeda, donde algunos decidieron quedarse pese a todo, se libra una batalla silenciosa que no siempre saldrá en los partes oficiales. Una batalla hecha de agua, humo y toses, de mascarillas improvisadas y campanas que repican por los vivos. Una batalla de raíces que, incluso ardiendo, se niegan a desaparecer.