Donald y Melania Trump en julio de 2025, en Washington.

Donald y Melania Trump en julio de 2025, en Washington. Europa Press

Reportajes

Melania, la mujer que 'susurra' a Trump en la sombra: de su nexo con Epstein a su influencia en la política exterior de EEUU

"Parece que su esposa puede ser la voz más importante de todas", sugieren los analistas. "Trump no sabe decir que no a ciertas personas, y Melania es una de ellas".

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No tiene cargo, no firma decretos ni aparece en el parte diario de la Casa Blanca. Sin embargo, cuando Melania Trump habla, el presidente escucha. En este segundo mandato, la mujer que durante años cultivó el arte de desaparecer de la política, se ha convertido en la sombra más influyente del Despacho Oval. Fue ella quien, según fuentes próximas a la familia, le describió a su marido las ruinas de una ciudad ucraniana hasta arrancarle un cambio de postura frente a Moscú.

La misma que, tras ver imágenes de niños en Gaza, enfrió el tono de un presidente que semanas antes bromeaba con convertir la franja en un resort. No hay discursos ni mítines: sólo intervenciones quirúrgicas, en privado, que reorientan la brújula presidencial.

No obstante, en las últimas semanas, el magnetismo político de Melania ha saltado del círculo privado a la primera línea informativa. La primera dama ha amenazado con demandar a Hunter Biden por supuestas injurias y difusión de información personal, lo cual ha sorprendido a la opinión pública y reavivado el debate sobre el papel de los familiares presidenciales en la política estadounidense.

Melania Trump durante un acto político en octubre de 2020.

Melania Trump durante un acto político en octubre de 2020. Michael Brochstein Europa Press

El caso ha cobrado aún mayor relevancia porque parte de la denuncia de Melania contra Hunter Biden menciona expresamente la utilización de archivos y rumores vinculados a la red de Jeffrey Epstein. El hijo de Joe Biden aseguró fue Epstein el que presentó a Melania y sugirió que entre ellos existía una conexión "amplia y profunda".

Más allá de la polémica, este viernes, bajo el cielo de Alaska, Trump y Putin se reunieron en territorio estadounidense –en una cumbre bilateral celebrada en la estratégica Elmendorf-Richardson, fortaleza militar en Anchorage– para discutir el futuro inmediato de la guerra en Ucrania.

En ese mismo aire gélido donde Rusia dejó su marca colonial y donde Occidente construyó sus defensas, la sombra de Melania parecía proyectarse con más fuerza que nunca: ¿Cuánto de ese silencio previo influyó en los límites, palabras y gestos de esa mesa helada?

En Washington algunos hablan ya de un "segundo mandato a cuatro manos"; otros, más escépticos, lo reducen a mito y romanticismo político. Entre la leyenda y la evidencia, esta es la historia de cómo Melania Trump ha pasado de figura decorativa a posible estratega en jefe, y de cómo su voz –tan discreta como decisiva– ha podido resonar incluso en Anchorage.

Cuando Melania mueve el timón

En la Casa Blanca de Trump, los volantazos no sorprenden; lo extraordinario es descubrir quién está realmente al frente. A finales de julio de 2025, el presidente todavía navegaba en aguas turbias respecto a Ucrania: esquivaba compromisos firmes con Kiev, insinuaba que podría resolver la guerra en veinticuatro horas y dejaba a sus asesores de seguridad nacional esperando instrucciones que nunca llegaban.

El punto de inflexión no nació en el Consejo de Seguridad ni en una llamada con un aliado, sino en la intimidad del piso privado, con la cena ya servida y sin cámaras alrededor. Tras colgar con Vladímir Putin, Trump comentó que había sido "una gran conversación". Melania, sin alterar el tono, le respondió: "¿Ah, sí? Pues otra ciudad acaba de ser bombardeada".

La frase, seca y despojada de artificio, arrastraba detrás la imagen de una urbe reducida a polvo, de familias sin techo, de niños con la mirada perdida. Según varias fuentes con acceso habitual a la residencia presidencial, ella le habría descrito esa devastación con la calma de quien quiere que el otro vea lo que ocurre más que entenderlo en cifras o mapas.

El lunes siguiente, Trump endureció su retórica contra Moscú y anunció un nuevo paquete de ayuda defensiva. Cuando se le preguntó si su mujer había tenido algo que ver con su cambio de opinión él dijo: "Melania es muy inteligente y muy neutral".

Ese reflejo tiene raíces más profundas. Nacida y criada en Eslovenia –un país pequeño que formó parte de la Yugoslavia comunista y que comparte frontera con Italia, Austria, Hungría y Croacia–, Melania creció en un rincón de Europa donde la memoria de las guerras y el peso de Rusia todavía se respiraban.

Su salto a la vida americana, primero como modelo y luego como esposa de uno de los hombres más mediáticos de Estados Unidos, no ha borrado del todo esa sensibilidad por la geopolítica de su continente natal. La periodista Mary Jordan, en su libro The Art of Her Deal: The Untold Story of Melania Trump –un retrato de la primera dama construido a partir de más de un centenar de entrevistas realizadas en EE.UU. y Eslovenia–, lo resume con precisión:

"A pesar de las legiones de asesores en seguridad nacional, parece que su esposa puede ser la voz más importante de todas. Trump escucha a ciertas personas en ciertos asuntos… especialmente si su apellido es Trump". El título del libro juega con el de The Art of the Deal, que Trump publicó en 1987, y sugiere que Melania también tiene su propio método para negociar e influir, aunque lo haga desde la sombra.

La misma dinámica se repitió meses antes, en primavera.

En una rueda de prensa, el presidente había propuesto transformar la franja de Gaza en una "Riviera del Medio Oeste", un comentario cínico que incomodó incluso a aliados cercanos y que en las cancillerías extranjeras se leyó como una frivolidad ante una crisis humanitaria.

En aquellas fechas, la ofensiva israelí acumulaba cientos de víctimas civiles y las imágenes de niños ensangrentados y familias desplazadas inundaban los informativos internacionales. Su postura causó tanto revuelo que se hizo viral un vídeo satírico creado con IA en el que, entre los escombros, mostraba un resort de lujo con estatuas doradas de Trump, una crítica directa a su desafortunado comentario.

Según diplomáticos europeos y un funcionario estadounidense al tanto de las discusiones internas de la Casa Blanca, el giro posterior de Trump –cuando empezó a hablar de proteger vidas inocentes y a pedir "moderación" al Gobierno de Netanyahu– coincidió con otra escena doméstica: Melania, móvil en mano, mostrándole precisamente ese tipo de fotografías, sabiendo que una imagen podía influirle mucho más que cualquier dossier.

Nadie asegura que ella le dictara las palabras que debía usar, pero todos coinciden en que esa conversación pesó más que cualquier memorando. Incluso el mismo Trump llegó a reconocer que la mirada de Melania sobre Gaza era importante y coincidía con la de millones de mujeres estadounidenses.

En febrero de 2025, una encuesta nacional la colocó en el décimo puesto de la lista de figuras más influyentes de la Administración Trump, algunos consideran que debía estar en el primero. Por delante, nombres con rango y agenda pública –Stephen Miller, el omnipresente subjefe de gabinete; Pam Bondi, la fiscal general– y otros que acaparan titulares y micrófonos.

Sobre el papel, Melania era poco más que una nota a pie de página, pero en el Washington real, donde las encuestas no miden las cenas privadas ni los cambios de guion a puerta cerrada, su influencia se percibe de otra manera.

Donald Trump y Melania Trump junto al presidente de a FIFA, Gianni Infantino, el 13 de julio de 2025.

Donald Trump y Melania Trump junto al presidente de a FIFA, Gianni Infantino, el 13 de julio de 2025. Sven Hoppe Europa Press

Incluso los diplomáticos más veteranos han tomado nota. El embajador británico Lord Mandelson lo expresó así: "Descubrir quién y qué influye a Trump se ha convertido en la obsesión de todo diplomático… y a veces la respuesta está justo delante de nuestras narices". En otras palabras: en un ecosistema plagado de cadenas de poder formales, la vía más efectiva hacia el Despacho Oval puede ser una conversación sin testigos, entre marido y mujer.

Ese mismo patrón se traslada también a la política doméstica. En marzo, Melania rompió meses de silencio para encabezar en el Capitolio una mesa con víctimas de la pornografía, congresistas y activistas. Fue el prólogo del TAKE IT DOWN Act, una ley federal que criminaliza la difusión no consentida de material íntimo, obliga a las plataformas a retirar en menos de 48 horas cualquier contenido sexual de menores y prevé multas millonarias para quienes incumplan.

Melania no se limitó a prestar su imagen: trabajó con organizaciones de protección infantil y abogados especializados en privacidad para afinar el texto. El 19 de mayo de 2025, en el Rose Garden, Trump estampó su firma y la invitó a sellar el momento. Ella lo calificó como una "victoria nacional" y lanzó un mensaje que no necesitaba réplica: "Los niños no tienen partido político. Necesitan que los protejamos, no que los utilicemos".

Una frase que, como en las escenas de Ucrania o Gaza, condensa su manera de influir: directa, breve y difícil de contradecir.

Voces con y sin micrófono

En Washington, donde un rumor bien colocado puede recorrer más despachos que una reforma de ley sellada, la influencia no siempre se mide en organigramas. En las recepciones privadas de embajadas y los pasillos alfombrados de la capital, el nombre de Melania circula en voz baja.

Un diplomático de Europa Central con años de trato con la Casa Blanca sostiene que "su origen le da una sensibilidad particular; entiende que lo que pasa en Ucrania no es un conflicto lejano, sino un eco de cosas que ella conoce".

Otro representante de Bruselas, más pragmático, la describe como "una puerta que a veces está abierta para argumentos que en un briefing formal serían descartados en diez segundos". Y no son sólo los europeos: un funcionario israelí, que también pidió anonimato, reconoce que "cuando la primera dama muestra interés por un asunto, el tono del presidente cambia, aunque sea de forma sutil".

Quienes han trabajado a su lado coinciden en un patrón: interviene pocas veces, pero cuando lo hace, deja huella. Kate Andersen Brower, cronista de las primeras damas, lo explica así: "Es la más reacia al escenario político de todas las esposas presidenciales modernas, y esa ausencia pública le da margen en privado. Trump no sabe decir que no a ciertas personas, y ella es una de ellas".

Un exfuncionario de protocolo recuerda que, en actos oficiales, si Melania pedía que el presidente se reuniera con un invitado concreto, la cita se cumplía sin discusión. Mary Jordan, que también lleva años siguiéndole la pista, lo resume con crudeza: "Ella no intenta abarcar todo, pero en lo que entra, entra con fuerza".

Su magnetismo, dicen algunos, funciona también fuera de las paredes del poder. Un fotógrafo de la Casa Blanca que la retrató en varios eventos asegura que "no hay gesto improvisado; sabe dónde colocarse, cuándo mirar y cuándo desaparecer del plano". Esa capacidad para controlar su visibilidad –presentarse solo en momentos puntuales– es la que muchos ven como parte de su estrategia: cuanto menos aparece, más atención genera cada vez que lo hace.

Los detractores, en cambio, lo ven como un mito útil. En el ala más dura de los asesores, se la retrata como una figura decorativa, una nota de romanticismo político diseñada para suavizar la imagen de la Casa Blanca en el exterior.

"A veces lo que parece sensibilidad es simplemente política. Si conviene a sus números, Trump cambia de opinión; no necesita que nadie le susurre nada", afirma un exasesor de seguridad nacional que prefiere mantenerse en el anonimato. Otro, de la campaña de 2020, lo dice sin rodeos: "Melania tiene una opinión como cualquier cónyuge, pero en política exterior, Trump escucha a quien le dice lo que quiere oír. Si coincide con ella, no es por ella".

Fuera de EE.UU., el debate es igual de vivo. En Kiev, la prensa local la ha bautizado como la agente Melania Trumpenko, entre el elogio y la broma, celebrando su presunta intervención en favor de Ucrania. En Jerusalén, algunos columnistas ven su mano en la moderación del discurso de Trump tras sus palabras sobre Gaza. Incluso en medios europeos, su nombre aparece como "figura atípica" en las fichas que circulan entre embajadas para entender las corrientes de influencia en la Casa Blanca.

Esa tensión –la Melania que interviene poco pero golpea fuerte, frente a la Melania que es sólo un recurso narrativo– es parte de su enigma. El silencio prolongado, interrumpido sólo en momentos contados, le otorga una fuerza que se perdería si hablara más.

El espejo de las redes

Pero si en la capital estadounidense la influencia de Melania se mide en gestos privados y frases susurradas, en el universo digital se expande, se retuerce y se multiplica hasta el exceso. Allí no es sólo la primera dama: es un personaje colectivo, moldeado por miles de manos anónimas que le otorgan misiones, intenciones y hasta superpoderes.

Su imagen viaja entre memes, vídeos virales y rumores que saltan de red en red como una partitura interpretada por orquestas distintas, cada una con su propia melodía.

En Ucrania, su figura de agente Trumpenko, ha sido mucho más que una breve noticia de un periódico de tirada nacional. Se ha convertido en combustible para la imaginación colectiva: montajes con gabardina y gafas oscuras, eslóganes impresos en camisetas, y vídeos en X donde se alterna su rostro serio con imágenes de ciudades destruidas.

Entre broma y homenaje, la etiqueta se ha vuelto un código interno, un guiño de resistencia que circula con la ligereza de un chiste y la carga simbólica de un manifiesto.

En Israel y Palestina, las redes han hecho de sus gestos un campo de batalla narrativo. Cuentas propalestinas han difundido vídeos de Melania mirando de reojo a su marido con el texto: "Ella sí sabe lo que está bien", construyendo la idea de una disidencia silenciosa.

Del otro lado, páginas proisraelíes la acusan de "ablandar" la postura presidencial en un momento de máxima tensión, presentando ese mismo gesto como una señal de debilidad. En este juego de espejos, su imagen sirve para debatir sobre Trump sin nombrarlo, un recurso perfecto para las trincheras digitales.

Pero la marea no se limita a X. En TikTok, Melania es diseccionada al milímetro: vídeos que analizan cada inclinación de cabeza, cada pausa, cada sonrisa que no llega a los ojos. Hay cuentas dedicadas exclusivamente a rastrear patrones –los colores que repite, las miradas que evita– como si fueran piezas en un tablero de ajedrez.

El mismo fenómeno ha cruzado fronteras y en la red china Douyin el famoso clip en el que rechaza coger la mano de Trump acumula millones de "me gusta", celebrado como un acto de independencia silenciosa y, para algunos, de resistencia doméstica. Allí la perciben como una figura de elegancia imperturbable, capaz de mantener el equilibrio entre tradición y modernidad.

Incluso el mundo cripto ha encontrado en ella una veta de narrativa. Tras el lanzamiento de la moneda $TRUMP, surgió $MELANIA, una meme coin que se promocionaba con lemas como "gracia y fuerza" y que llegó a alcanzar cifras millonarias antes de desplomarse. Sus defensores la veían como un guiño ingenioso a su creciente protagonismo; sus detractores, como la prueba definitiva de que su figura es más símbolo volátil que persona de carne y hueso.

En el terreno académico, estudios sobre cultura digital han señalado cómo los memes la convierten en una "diva" de internet: un arquetipo de glamour distante que, paradójicamente, borra cualquier atisbo de complejidad real.

Para el gran público, sin embargo, esa ausencia de explicaciones es parte del atractivo: cuanto menos aparece y menos habla, más espacio hay para interpretarla. Y así, en ese espejo distorsionante que son las redes, Melania se multiplica en mil versiones sin necesidad de mover un solo dedo.

Donald Trump y Melania Trump a su llegada al aeropuerto Leonardo Da Vinci en Italia, en abril de 2025.

Donald Trump y Melania Trump a su llegada al aeropuerto Leonardo Da Vinci en Italia, en abril de 2025. Europa Press

La última palabra

Ella ha convertido la invisibilidad en su escudo y su herramienta. En un mundo político que premia la sobreexposición, ella ha elegido desaparecer para aparecer solo cuando la luz es más intensa. Su silencio no es ausencia: es la antesala de una palabra, frase o pregunta, medida al milímetro, que, en ocasiones, basta para desplazar el centro de gravedad.

En este segundo mandato, su influencia —real o imaginada— se ha filtrado en los grandes virajes y en las causas domésticas que llevan su sello. No ha necesitado un cargo ni un equipo propio para moldear la agenda; le ha bastado con ocupar un lugar que nadie más puede reclamar: el de la única persona capaz de hablarle al presidente sin que éste sospeche que le están hablando de política.

Lo hace con historias, con imágenes, con verdades tan desnudas que resulta difícil oponerse a ellas sin parecer insensible.

Puede que la reunión con Putin pase a la historia por lo que se dijo frente a las cámaras, pero en el relato de este momento histórico, la pregunta persistirá: ¿cuántas de esas frases que definieron la política exterior empezaron, días antes, como un susurro en el Ala Este? Ella no lo confirmará. No lo necesita. En un ecosistema devorado por la urgencia de opinar, el mayor lujo es saber que tu silencio dice más que cualquier palabra.