En la ilustración: Susana Sumelzo, Pedro Sánchez, Francisco Polo, Antonio Hernando, Iván Redondo y César Luena.

En la ilustración: Susana Sumelzo, Pedro Sánchez, Francisco Polo, Antonio Hernando, Iván Redondo y César Luena. Arte E. E.

Reportajes

De Ferraz a ninguna parte: qué ha sido de la generación perdida del PSOE que aupó a Pedro Sánchez en su primera época

Eran los que empuñaban las banderas cuando el presidente estaba en la oposición del Congreso y del partido, los que se dejaron la piel en las asambleas. Hoy ninguno sigue en primera línea.

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L. Casal
Publicada

Durante un tiempo, fueron los que empujaban la rueda. No los que salían en la foto, sino los que la colgaban. Ni presidentes ni ministros, pero sí estrategas, fontaneros, portavoces, secretarios de área: los que hacían que aquello funcionara. Pedro Sánchez no habría sobrevivido al desierto sin ellos. Tampoco habría regresado a Ferraz con el puño en alto. Entre 2014 y 2019 fueron imprescindibles. Hoy son notas al pie.

Hay un punto y aparte en este lustro: 2017. El año en que Sánchez volvió a Ferraz por la puerta grande. No fue un regreso cualquiera: fue la recompensa para quienes habían aguantado cuando todo se venía abajo. La dirección federal que salió del 39º Congreso fue un batiburrillo de jóvenes promesas, cuadros intermedios y veteranos leales, gente que apostó fuerte por un líder que parecía perdido y que a día de hoy están desaparecidos para la mayoría, quieran o no.

La política, al fin y al cabo, nunca prometió ser justa. A diferencia del zapaterismo, que creó una clase media dirigente, o del felipismo, que produjo ministros como churros, el sanchismo ha sido unidireccional: Pedro emite, los demás obedecen.

Y muchos se quedan por el camino.

César Luena

Fue el primero en caer y, paradójicamente, el más fiel. César Luena (Logroño, 1980) se la jugó por Sánchez cuando la Ejecutiva se desplomaba, y se llevó una cabeza de caballo en la cama política: Ferraz lo purgó, los críticos lo marcaron y los afines lo olvidaron. Fue el primer secretario de Organización de la era Sánchez cuando nadie apostaba por él, entre 2014 y 2016.

Sánchez no le perdonó que se escondiera en los meses duros, aunque nunca lo dijo abiertamente. Cuando volvió al poder, a Luena le ofrecieron una salida elegante: encabezar la lista al Parlamento Europeo. Hoy vive en Bruselas, aislado del juego interno, con más tiempo para leer a Max Weber que para escribir tuits.

Iván Redondo

Fue uno de los directores de gabinete más poderosos de la Democracia y el personaje más influyente de la política española durante la pandemia. Sin militancia, sin carné y sin escrúpulos. Iván Redondo no pisó una agrupación local, pero colonizó Ferraz en 2017, Moncloa en 2019 y el imaginario colectivo aun a día de hoy. Convenció a Sánchez de que él también podía ser Macron. Se inventó los estados de alarma encadenados, las ruedas de prensa en sábado, los consejos de ministros los martes, la estrategia de comunicación que lo convertía todo en acontecimiento.

Su salida en 2021 fue tan teatral como su ascenso. Algunos dicen que quiso ser ministro. Otros, que no supo replegarse. Hoy deambula por platós, da conferencias y juega a la política-ficción. Escribe columnas en prensa y sueña con volver, pero en Ferraz ya no le coge el teléfono ni el becario de protocolo. El problema de Redondo fue creerse indispensable.

En ciertas esferas eso es pecado mortal.

Antonio Hernando

Fue el hombre que le clavó el puñal por la espalda. O uno de ellos. O el que representó a todos los demás. Miembro fundacional de los Chicos de Blanco, el trío que formaba junto a Pedro Sánchez y Óscar López cuando pidieron trabajo en Ferraz hace ya más de 20 años, Hernando terminó como el portavoz del PSOE que se abstuvo para que gobernara Rajoy.

En 2017, tras la vuelta de Sánchez, desapareció por un tiempo prudencial. Como buen felino político, supo esperar. Pedro lo rescató. En 2021 volvió como director de gabinete adjunto, justo cuando caía Redondo, y de vuelta con su amigo López. Un nombramiento con aire de reconciliación y aroma de provisionalidad. Duró poco y ahora es Secretario de Estado de Telecomunicaciones e Infraestructuras Digitales.

Francisco Polo

El tecnócrata sentimental. Polo fue una de las apuestas personales de Sánchez. El chico que venía de fundar Change.org en España, gay, joven, digital, con estética de start-up y fondo de biblioteca socialdemócrata. Fue alto comisionado para la España Nación Emprendedora, un cargo tan rimbombante como inocuo, hasta que lo fulminaron en 2023 después de multitud de enfrentamientos con Carmen Calvo.

Hoy el bueno de Polo es una especie de evangelista del talento. Tiene una newsletter, participa en foros de innovación y habla mucho de "liderazgo empático". Se le cita más en South Summit que en los congresillos del PSOE. Su problema no fue traicionar a Pedro, sino aburrirle.

Susana Sumelzo

Sumelzo fue, durante la travesía por el desierto, una de las caras más visibles del sanchismo y la gran madre del relato socialista en la época de la Remontada. Votó no a Rajoy en 2016 desobedeciendo a la gestora y le costó una sanción. Cuando Sánchez volvió, la premió con la dirección de Política Municipal y con cierto predicamento en los medios. Se decía que era una de las pocas con acceso directo al presidente.

Pero Sumelzo nunca acabó de encontrar su sitio en el nuevo PSOE. Ni en el institucionalismo del Gobierno, ni en el perfil bajo de Ferraz. En enero de 2024 dejó su escaño en el Congreso y hoy ocupa la Secretaría de Estado para Iberoamérica y el Caribe y el Español en el Mundo. Su cuenta de Twitter, antes aguerrida, es hoy una sucesión de retuits institucionales y silencios largos.

A esta lista podrían sumarse otros: María González Veracruz, Silvia Buabent, Sofía Hernanz, Manuel de la Rocha, Adriana Lastra… Algunos resistieron más tiempo, otros se diluyeron sin ruido. Lo que en su día fue una virtud —rodearse de gente sin hipotecas, jóvenes, idealistas— se convirtió en un problema cuando tocó mandar. Muchos de los que lo acompañaron en la rebelión no estaban preparados para gobernar. Ninguno hablaba el idioma de Bolaños.

Ahora, Luena cría ovejas merinas en San Millán de la Cogolla (La Rioja). Sumelzo, que un día fue la voz de las bases en el Comité Federal, transita por embajadas y foros multilaterales con la misma pasión con la que antes se batía por el "no es no". Polo intenta recuperar el aura de modernidad que tuvo cuando se le citaba como ejemplo de la España innovadora. Cantera desapareció. Hernando volvió y no se le han vuelto a ver ni las gafas. Calvo hace la guerra en Canal Sur. Y Redondo, el hombre que lo fue todo, escribe columnas.

Eso, en realidad, es lo más socialista que puede pasarte: haber sido ministro, vicesecretaria, cerebro, látigo, número dos leal absoluto, y acabar de vuelta en la trinchera, rodeado de siglas, becarios y recuerdos de congresos. No hay gloria. No hay caída. Sólo hay un pasillo largo que lleva del escaño al olvido, del poder a las oposiciones, de Ferraz a tu cuenta de LinkedIn.

Porque aquí no se asciende. Aquí se viene a sobrevivir.