
Tyler Cowen, coautor del blog Marginal Revolution.
Tyler Cowen, el gurú de Silicon Valley: "En Madrid tuve la impresión de que la gente estaba desentendida de la IA"
"La IA ya es mejor economista que yo" // "En Europa dependéis de Google, Facebook y otros actores americanos, y eso no es bueno".
Más información: Jon Hernández, experto en inteligencia artificial: "La IA te va a quitar el trabajo sin duda, la historia es cuándo"
Tyler Cowen no es solo uno de los economistas más influyentes del mundo; es, ante todo, un hombre movido por una curiosidad insaciable de saberlo todo. Un polímata que devora cuatro o cinco libros al día, recorre ciudades remotas preguntando cuánto vale el suelo o analiza por qué los postres tienen rendimientos marginales decrecientes.
En plena era de la polarización política, ha conquistado tanto a las élites tecnológicas de Silicon Valley como a los jóvenes inconformistas que buscan ideas fuera de la ortodoxia.
Profesor en la George Mason University, en Estados Unidos, y autor de obras clave como The Great Stagnation -donde anticipó la ralentización de la innovación que muchos negaban-, Cowen ha pasado de describir ese letargo económico a advertir que la inteligencia artificial puede dividirnos en una élite hiperproductiva y una mayoría rezagada.
Su blog, Marginal Revolution, es una referencia diaria para inversores, tecnólogos y economistas que quieren saber qué opina quien algunos describen como "el intelectual favorito de Silicon Valley".
Pero su curiosidad va mucho más allá de las métricas del PIB o las disputas sobre aranceles. Es capaz de interrogar con idéntica pasión a un fundador de startups millonarias o al dueño de un bar perdido en Honduras decorado con banderas de Trump, al que, por cierto, detesta.
No experimenta la envidia ni el arrepentimiento -o eso afirma- y no busca tanto respuestas definitivas como un conocimiento inagotable que, según confiesa, le permite "preguntar cada vez mejor". Como le dijo una vez a su esposa, está menos interesado en encontrar el sentido de la vida que en recopilar qué piensan otros sobre el sentido de la vida.

Tyler Cowen.
En su tiempo libre -poco y meticulosamente planificado- juega al baloncesto solo, un ritual que mantiene desde hace años, pese a admitir que no se le da bien. Dirige Emergent Ventures, un programa de becas que reparte millones de dólares a proyectos poco convencionales, con la misma pasión con la que rastrea nuevos restaurantes, tendencias culturales o papees académicos.
Tal vez por eso hoy nos atiende en mitad de un viaje de trabajo en el Reino Unido, cuando ya cae la noche de un viernes, en uno de esos escasos ratos que reserva entre conferencias, entrevistas y lecturas.
En uno de los momentos más convulsos de Estados Unidos, con Trump de nuevo al frente, los tecnooligarcas financiando proyectos políticos ambiciosos y la inteligencia artificial acelerando cambios que ni siquiera imaginamos, Tyler Cowen se sienta con EL ESPAÑOL para reflexionar sobre el futuro del trabajo, el declive (o no) de Occidente y la oportunidad -o la amenaza- de una nueva era de hipercrecimiento económico y desigualdad.
Pregunta.– En sus últimos libros y conferencias insiste en que la inteligencia artificial no solo va a transformar la economía, sino que será la mayor fuerza de cambio que veremos en nuestra vida. ¿Por qué es tan determinante?
Respuesta.– La inteligencia artificial es, sin duda, el fenómeno más decisivo de nuestro tiempo. Es mucho más poderosa y relevante de lo que la mayoría de la gente cree. Durante la próxima década, o quizá para siempre, marcará la evolución de nuestras sociedades. Hoy por hoy, solo las guerras tienen un impacto comparable.
Muchas de las decisiones políticas y empresariales más importantes ya se toman pensando en ella, aunque buena parte de la sociedad todavía no sea del todo consciente. Cuando converso con jóvenes emprendedores y tecnólogos, todos coinciden en que estamos ante algo que va a cambiarlo todo, aunque muchos no sepan bien cómo prepararse para ese cambio.
P.– ¿Cómo cree que la IA transformará la forma en que trabajamos y vivimos?
R.– Lo cambiará todo, quizá no el trabajo físico, pero sí la mayoría de los empleos. La IA ya es mejor economista que yo. La gente todavía no percibe el alcance de este cambio. Cada persona trabajará con la IA igual que hoy trabajamos con Internet o el correo electrónico. Esto sucederá en los próximos diez años. Si sabes utilizarla bien, serás mucho más productivo.
Pero hay personas que no tienen esa flexibilidad. La buena noticia es que es fácil de usar: solo tienes que hablarle. Creo que reducirá la brecha entre los muy formados y el resto, pero aun así hay que adaptarse. Antes, la gente de Silicon Valley solía preguntarme a mí por predicciones económicas, pero ahora pueden preguntarle directamente a los modelos. No me necesitan tanto, lo que es a la vez divertido y un poco triste.
P.– ¿Los humanos podremos mantener el control sobre fuerzas tan poderosas como la inteligencia artificial?
R.– Los humanos nunca han controlado el mundo en realidad. El mundo simplemente sucede. Eso no va a cambiar. La IA tampoco lo controlará. Seguiremos improvisando. Da miedo pensarlo, pero nunca ha sido distinto. Me parece curioso que la gente piense que antes todo era más estable: nunca lo fue.
P.– En Europa existe una brecha de productividad notable entre el norte y el sur: países como Alemania o los Países Bajos tienen tasas muy superiores a las de España, Italia o Grecia. ¿Cree que la inteligencia artificial puede ayudar a reducir esa diferencia o, por el contrario, ampliarla?
R.– Va a mejorar la productividad en casi todas partes, pero me temo que la diferencia con otros países puede crecer aún más. Cuando estuve recientemente en Madrid, tuve la impresión de que la gente estaba bastante desentendida de la inteligencia artificial, apenas se usaba. En Estados Unidos, Reino Unido o Singapur está mucho más implantada. España necesita despertarse. No hay nada que lo impida, pero no veo que esté ocurriendo todavía.
Es una sociedad con muchas virtudes -la lengua, la estabilidad, la vida en común-, pero esas mismas cualidades no siempre favorecen probar cosas nuevas. Tenéis grandes empresas como Zara que podrían adoptar la inteligencia artificial de forma mucho más ambiciosa, pero culturalmente no existe la misma sensación de urgencia que se percibe en Estados Unidos. Si se decidiera a dar el paso, España podría avanzar muy rápido.
P.– ¿Cree que Europa debería invertir en desarrollar sus propios modelos de inteligencia artificial?
R.– Sí, aunque con matices. No estoy seguro de que vayan a conseguirlo. Hay demasiada regulación -el GDPR y otras normas- que complica mucho las cosas. Además, Europa no puede confiar en China o en los países árabes para que les proporcionen su inteligencia artificial. Si lo piensas bien, realmente no tenéis buenas opciones. Una alternativa sería aceptar los productos estadounidenses, pero negociar algún acuerdo que garantice más control a Europa. No es sencillo. Me preocupa que no exista una cultura de riesgo suficiente. Ahora mismo dependéis de Google, Facebook y otros actores americanos, y eso no es bueno.
Si eres ciudadano europeo, ¿quieres que todo esté controlado por América? Yo preferiría que tuvierais opciones propias. Europa está en una posición incómoda porque depende tecnológicamente de otros bloques. Aun así, quizá esta sea la oportunidad de intentar construir algo propio.
P.– ¿Y en los países menos desarrollados, la IA ayudará a reducir las desigualdades o las hará más grandes?
R.– En muchos países puede suponer un gran avance. Si tu país no tiene buenas escuelas, puedes aprender con la IA. Quizá no sea tan eficaz como un profesor humano, pero es mucho mejor que nada. Todo dependerá de la actitud y de la infraestructura de internet. Por ejemplo, en Kenia la conexión es excelente, incluso mejor que en Estados Unidos, y eso les da una ventaja. Aunque los modelos no sean perfectos, ayudarán mucho, pero me temo que muchos gobiernos serán demasiado lentos en adoptarlos, que esa es la verdadera tragedia. Me gusta pensar que en algunos lugares la inteligencia artificial será la primera oportunidad real de acceder a conocimientos de alto nivel.

Cowen.
P.– Hablando de educación y talento, Trump ha tomado medidas que afectan a los estudiantes internacionales que quieren formarse o trabajar en Estados Unidos. ¿Qué impacto cree que tendrán estas políticas en la capacidad del país para atraer talento y competir en innovación?
R.– Limitar a los estudiantes extranjeros es una de las políticas más estúpidas que se pueden hacer. Si quieres seguir siendo el número uno en tecnología, tienes que atraer talento. No es complicado. Estados Unidos se beneficia enormemente de las personas que vienen a estudiar y luego se quedan aquí a trabajar o a emprender. No veo por qué deberíamos ponerlo más difícil, Trump se equivoca.
P.– ¿Cómo valora este regreso al proteccionismo comercial y al activismo fiscal bajo el nuevo mandato de Trump?
R.– Es muy difícil hablar de Trump porque cada dos o tres semanas cambian las cosas. Ese es uno de los problemas: hay mucha incertidumbre. Hubo un momento, quizá hace dos meses, en que todo parecía terrible y completamente destructivo. Ahora Trump ha reculado en muchos de los aranceles. No estoy seguro en qué acabará todo. Personalmente, creo que todos los aranceles deberían ser cero. Es una convicción que mantengo desde hace mucho tiempo.
Pienso que el libre comercio, en general, hace que los países prosperen y que las empresas tecnológicas puedan crecer. Por eso no me gusta nada esta política. Pero creo que el mundo acabará superándolo. A veces pienso que lo único constante en Trump es el caos.
P.– ¿Estas políticas son únicamente responsabilidad de Trump o hay causas más profundas detrás de este giro contra el libre comercio?
R.– Los tecnólogos quieren el libre comercio; lo necesitan para sus negocios. Así que no los culpo a ellos. Trump sí cree en los aranceles; hay grabaciones de 1988 en las que le dice a Oprah cuánto le gustan los aranceles. Esa es su única convicción constante. Pero también diría que buena parte de la culpa corresponde a los demócratas. Durante décadas han estado diciendo que el libre comercio no es tan bueno, que destruye empleos. Luego los republicanos hacen esto y los demócratas no están en buena posición para oponerse. Hay muchos responsables. Este giro es el resultado de décadas de retórica y resentimientos acumulados.
P.– ¿Cómo cree que deberían responder Europa y España ante esta oleada de proteccionismo?
R.– Espero que sea una llamada de atención para que Europa comercie más con otros socios, sea más autosuficiente y también gaste más en defensa. Hay cierta posibilidad de que Europa acabe saliendo fortalecida. Durante mucho tiempo Europa ha adoptado un papel bastante pasivo, como esperando a que los demás actuasen. Esto es como un grito: no podéis seguir así. No estoy seguro de cómo responderán, pero en realidad tengo algo de esperanza de que Trump termine siendo bueno para Europa, aunque no me gusten sus políticas. Puede que sea el empujón necesario para que Europa salga de su zona de confort.
P.–¿Cuál es su interpretación del papel de las élites tecnológicas en la política estadounidense durante este segundo mandato de Trump?
R.– Depende mucho de cada persona y de cada área. Elon Musk estuvo implicado al principio porque le gustaba estar cerca del poder. Pero en cierto momento se dio cuenta de que Trump, en realidad, no quiere socios, solo gente que le siga. Así que se apartó. David Sacks, por ejemplo, trabaja con él en política de inteligencia artificial y en criptomonedas, y creo que lo está haciendo bien. Todo cambia constantemente.
Al final, Trump es Trump y no comparte el protagonismo con nadie. Le gusta decir que sabe más que nadie, y, por eso, no permite que ningún tecnólogo ni ningún donante se atribuya el mérito de nada. La influencia real de Silicon Valley en la Casa Blanca siempre ha sido más limitada de lo que mucha gente cree.
Si puedes trabajar con Trump y aportar algo valioso, creo que deberías hacerlo, pero nunca sabes con certeza si tu trabajo tendrá continuidad. Es un cálculo complicado, cada uno debe valorar si su aportación puede marcar la diferencia o si solo sirve para legitimar un proyecto político con el que no está de acuerdo.
P.– Dejando al margen la influencia de los tecnólogos en el Gobierno, el gran desafío estratégico de Estados Unidos sigue siendo China. ¿Cómo imagina que evolucionará la relación geopolítica entre estas dos grandes potencias?
R.– Ha mejorado un poco últimamente. Si China no invade Taiwán, todo irá bien. Las acciones de Trump en Irán han asustado a China. Creo que en algún momento invadirán Taiwán, pero quizá esperen. No necesitamos una relación amistosa, solo una tolerancia mutua. Hay tanta interdependencia que si se rompe será muy malo para todos. La economía china depende en gran parte de exportar productos a Estados Unidos. Y a la vez, nosotros dependemos de su capacidad industrial. Esa simbiosis es frágil, pero nadie puede prescindir del otro de un día para otro.

El economista y escritor Tyler Cowen
P.– ¿Y si nos centramos en el terreno tecnológico?
R.– Estados Unidos sigue teniendo la mejor IA. Hace seis meses mucha gente decía que China se estaba acercando, pero no es cierto. Son claramente el número dos, pero no están alcanzando a Estados Unidos. La IA amplía la influencia de ambos países.
P.– Más allá de la rivalidad con China y la carrera tecnológica, hay otra cuestión de fondo que preocupa a muchas sociedades: cómo mantener la cohesión interna. ¿Puede conseguirse en una época de automatización y volatilidad política?
R.– Es diferente en cada país. En España creo que estáis en una posición aceptable. Vuestros inmigrantes vienen sobre todo de Latinoamérica, eso funciona bien. Estáis lejos de Rusia, eso también es bueno. Pero vuestra productividad es baja y estáis envejeciendo. Madrid va bien, pero fuera de Madrid podéis estancaros. El lado negativo no es tan terrible. Tenéis gran esperanza de vida y buena salud, no todos los países pueden decir eso. Si lograseis combinar esa estabilidad con una mentalidad más ambiciosa en lo económico, España podría mejorar mucho su posición.
P.– Menciona la alta esperanza de vida como uno de los puntos fuertes de España. Si miramos al futuro, ¿qué nivel de optimismo tiene respecto al avance de la biomedicina y la posibilidad de curar grandes enfermedades?
R.– Siempre podría ir más rápido, pero si miras los últimos cinco años, hemos desarrollado vacunas contra el COVID, los fármacos GLP-1 contra la obesidad, tratamientos para el sida, vacunas contra la malaria... Son avances increíbles. La gente subestima lo rápido que ha mejorado la medicina. Basta con comparar la esperanza de vida en 1980 y ahora. Creo que en un futuro próximo vamos a curar la mayoría de enfermedades. La inmunoterapia contra el cáncer sería definitiva. Por supuesto, siempre hay obstáculos regulatorios y problemas de financiación, pero en conjunto, todo esto me hace ser optimista sobre la capacidad humana de progresar, aunque no siempre sepamos explicarlo bien.
P.– Por último, dígame ¿qué consejo le daría hoy a alguien que se siente abrumado por la rapidez que está cambiando el mundo?
R.– Le diría tres cosas: primero, que no esperen a tener información perfecta, nunca llega. Segundo, que aprendan a trabajar con la inteligencia artificial ahora, porque pronto será demasiado tarde para ponerse al día. Y tercero, que construyan algo que pueda escalar. Eso es lo que genera valor, hay que dejar de pensar en pequeño.