Lucía y Stefano, en la actualidad, en el Golden Gate de San Francisco. A la izquierda, la gijonesa durante el apagón de 2021. A la izquierda, una inundación en el bloque de pisos tras el colapso de las tuberías.

Lucía y Stefano, en la actualidad, en el Golden Gate de San Francisco. A la izquierda, la gijonesa durante el apagón de 2021. A la izquierda, una inundación en el bloque de pisos tras el colapso de las tuberías. Cedida

Reportajes

Lucía y Stefano ya vivieron un apagón que duró 3 días en Texas en pleno febrero de 2021: "Pensé que íbamos a morir de frío"

La arquitecta española y su novio italiano quedaron atrapados en un negro total en medio de una ola de frío que dejó 246 muertos, en un estado que décadas atrás decidió desconectar su red de la del resto del país para tener más autonomía energética.

Más información: Guillermo Vidal: "Demasiadas energías renovables hacen al sistema menos fiable"

Denver
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A las doce y media de la mañana del 28 de abril, la calle Fuencarral, en el centro de Madrid, quedó sumida en un silencio inesperado. Las luces de los escaparates se apagaron, los semáforos dejaron de parpadear y los transeúntes sacaron sus móviles para comprobar si también habían perdido conexión. En cuestión de minutos, el resto de ciudades del país reportaban lo mismo: un apagón eléctrico total, un fundido a negro que interrumpió la rutina de millones de españoles y resucitó viejos temores.

Las causas aún se investigan, pero el evento encendió todas las alarmas: ¿estamos preparados para resistir una emergencia energética de gran escala? El fantasma del colapso de la red texana en 2021 —que dejó sin luz ni agua a millones de personas en medio de una histórica ola de frío— vuelve a ponerse de ejemplo. ¿Qué pasó realmente aquel invierno de hace cuatro años en uno de los estados más ricos y autosuficientes de Estados Unidos? ¿Podría repetirse algo así aquí?

Atrapados a miles de kilómetros

Febrero de 2021 quedó grabado en la memoria colectiva de Texas como una pesadilla que pocos esperaban y que dejó al descubierto las costuras de un sistema eléctrico incapaz de responder a una crisis.

Lo que comenzó como una ola de frío excepcional se convirtió en un apagón masivo que dejó sin electricidad, agua potable y calefacción a más de 4,5 millones de personas. Entre ellos Lucía y Stefano. Ella, arquitecta española de Gijón, que trabajaba para la empresa de construcción Hilti. Él, del sur de Italia, estudiaba un doctorado en energía. El apagón les pilló separados, pero el miedo que sintieron fue el mismo.

"Al principio pensamos que era un fallo de nuestro edificio, hasta que empezaron a llegarnos mensajes de amigos diciendo que ellos también estaban sin luz. Fue ahí cuando supimos que era algo gordo", recuerda conmocionada.

Lucía compartía piso con una amiga brasileña en un complejo de apartamentos sin calefacción ni cocina de gas, algo habitual en Texas, donde todo funciona con electricidad. "Estaba todo cerrado, no podías salir a comprar, y nos alimentábamos de latas de atún porque no había forma de cocinar. Teníamos la suerte de que justo unas semanas antes habíamos ido a esquiar a Colorado y teníamos ropa térmica, así que íbamos por casa con chaquetas y pantalones de esquí, como si estuviésemos en los Alpes. Llegó un momento que me eché a llorar, pensaba que íbamos a morir de frío".

Con las tuberías congeladas y sin luz, cargaban los teléfonos en el coche, bajaban al garaje para calentarse brevemente y hacían ejercicio en el salón para combatir el frío.

Imagen del apagón de Texas en febrero de 2021.

Imagen del apagón de Texas en febrero de 2021. Reuters

"Saltábamos a la comba para entrar en calor y matar el tiempo", cuenta. Su pareja, Stefano, vivía en ese momento con otros amigos en otra zona de la ciudad y su situación era todavía peor. Tuvo que marcharse de su casa desde el primer momento.

"Se empezó a decir que en algunos barrios ricos sí que había electricidad, mientras que el resto no teníamos nada. Yo me fui con un amigo que tenía luz de forma intermitente", cuenta Stefano a EL ESPAÑOL.

La tormenta perfecta

A lo largo de cinco días, la crisis energética de Texas desató un caos generalizado. En un estado conocido por su espíritu independiente y sus vastos recursos energéticos, la paradoja era dolorosa: el corazón petrolero de América se quedaba a oscuras.

Calles congeladas, supermercados vacíos, refugios improvisados y familias enteras intentando sobrevivir sin luz ni calefacción, en temperaturas que llegaron a rozar los 20 grados bajo cero, en una zona caracterizada por inviernos suaves, en los que es raro ver temperaturas por debajo de los 15 grados.

Las imágenes que llegaban desde ciudades como Austin, Houston, Dallas o San Antonio mostraban estado colapsado, incapaz de proteger a sus ciudadanos ante una tormenta invernal histórica.

Todo comenzó el 13 de febrero, cuando una ola de frío ártico, conocida como tormenta invernal Uri, descendió sobre el sur de Estados Unidos. Texas no estaba ni de cerca preparada para una caída de temperaturas tan brusca y sostenida. En cuestión de horas, el sistema eléctrico del Estado empezó a mostrar signos de fatiga.

Texas opera su propia red eléctrica independiente del resto del país, gestionada por el Consejo de Fiabilidad Eléctrica de Texas (ERCOT, por sus siglas en inglés). Esta decisión, tomada décadas atrás para evitar regulaciones federales, se convirtió en un arma de doble filo. Al no estar conectada con otras redes eléctricas interestatales, Texas no pudo importar energía de Estados vecinos cuando su propia producción empezó a fallar.

Las plantas de gas natural, responsables de más del 40% de la generación eléctrica en el Estado, se congelaron. Los aerogeneradores y las instalaciones solares también sufrieron problemas, pero el principal colapso se produjo en las centrales de combustibles fósiles, que no contaban con los sistemas de protección anticongelante habituales en regiones del norte.

Un coche circula en la oscuridad durante el apagón de Texas de 2021.

Un coche circula en la oscuridad durante el apagón de Texas de 2021. Reuters

El resultado fue un déficit energético inmediato que obligó a ERCOT a iniciar apagones rotativos para evitar el colapso total de la red, que finalmente terminó ocurriendo.

Decidió abandonar su casa

Los días que siguieron a aquel 13 de febrero de 2021 se sucedieron con una rapidez gélida y caótica en Texas. Los días 14, 15 y 16 fueron negro absoluto. Después de tres noches sin luz ni calefacción, con latas frías y dos pares de calcetines puestos bajo el pantalón de esquí, Lucía y su compañera tomaron una decisión: marcharse. "Una amiga nos escribió para decirnos que ella sí tenía luz porque vivía al lado de un hospital. Nos fuimos para allá sin dudarlo", dice.

Unas horas más tarde, el techo del apartamento donde vivían colapsó por una tubería que reventó. "Los aspersores de la alarma antiincendios comenzaron a soltar agua sin parar. Nos llamaron los vecinos. El agua inundó todo. Cuando conseguimos llegar a casa, ya había luz, pero no agua corriente y todo estaba empapado", asegura.

El día 17 de febrero, las ciudades empezaron a volver a una cierta normalidad, pero no fue hasta el 19 cuando el estado recuperó casi en su totalidad el suministro, un día después, ERCOT reconoció la nefasta gestión de la crisis. "Nosotras no pudimos volver a casa en una semana, solo hacíamos viajes a lavanderías para intentar salvar algunas de nuestras cosas, aunque otras se quedaron inutilizables", recuerda estremecida.

El apagón en cifras

Durante la semana más crítica de febrero, se calcula que más de 4,5 millones de hogares y negocios quedaron sin electricidad. Ciudades como Houston, la cuarta más poblada de Estados Unidos, sufrió apagones prolongados y cortes de agua potable. Austin, la capital del Estado, se vio obligada a cerrar carreteras, hospitales y refugios debido a la falta de energía.

El caso de Lucía y Stefano es solo uno de los miles de relatos que emergieron de esa semana negra en Texas. En hospitales como el Parkland Memorial de Dallas, los generadores de emergencia se vieron desbordados, y las ambulancias tenían que transportar pacientes críticos a centros que aún conservaban algo de suministro. Familias enteras se refugiaban en sus coches, y las carreteras heladas sin tratamiento de sal ni personal de emergencias activo multiplicaron los accidentes.

Las farmacias permanecieron cerradas, y quienes necesitaban medicamentos crónicos no tenían forma de acceder a ellos. Los supermercados, que en Texas suelen ser grandes superficies abiertas, agotaron las pocas provisiones disponibles en horas, y los alimentos frescos se perdieron en masa por la falta de refrigeración. Algunos voluntarios organizaron cadenas de ayuda improvisadas para repartir mantas, velas, baterías portátiles y comida enlatada.

Para muchas comunidades migrantes, la situación fue especialmente angustiosa. La desinformación generalizada, sumada al temor de acercarse a refugios oficiales, dejó a miles de personas en aislamiento y riesgo. Lucía y su amiga brasileña se comunicaban por grupos de WhatsApp con otros amigos internacionales para intercambiar ubicaciones y recomendaciones, buscando zonas que tuvieran electricidad. "Era como un mapa secreto de supervivencia", recuerda.

Lucía y Stefano en EEUU.

Lucía y Stefano en EEUU. Cedida

El impacto emocional fue demoledor. No sólo por el frío, también por la sensación de abandono institucional. "Nunca recibimos una comunicación oficial que nos dijese qué hacer o adónde ir. Solo avisos de los edificios para abrir los grifos y proteger las puertas con toallas por si estallaban las tuberías", como finalmente ocurrió.

El silencio administrativo era general. El gobernador de Texas, el republicano Greg Abbott, no daba ninguna explicación, simplemente dijo que "cada texano debía hacer lo necesario para cuidar de los suyos", que el gobierno estatal no podía dedicarse a eso.

246 muertos

El coste humano de la crisis fue devastador. Según los registros oficiales, al menos 246 personas murieron por causas relacionadas con la tormenta y el apagón. Sin embargo, estudios independientes estimaron que el número real podría haber superado las 700, incluyendo decesos por hipotermia, intoxicación por monóxido de carbono y accidentes viales.

En Dallas se registraron más de 30 muertes, muchas de ellas en viviendas sin calefacción, otras en coches encendidos en garajes cerrados. Comparativamente, fue la cifra más alta de fallecidos por una tormenta invernal en Texas desde que existen registros modernos.

Se dieron casos trágicos como el de una madre y su hija de ocho años encontradas sin vida en su apartamento tras dos noches bajo cero, o el de ancianos fallecidos solos en sus casas sin posibilidad de pedir ayuda.

Ana Ríos, vecina de Oak Cliff, contó meses después entre lágrimas cómo su padre, de 82 años, murió en su butaca envuelto en mantas: "Me pidió que no me moviera de casa, que me cuidara... y al día siguiente no contestaba al teléfono".

Funerarias y hospitales colapsaron, y hubo que improvisar espacios para almacenar cuerpos. El drama dejó cicatrices psicológicas profundas en supervivientes, profesionales de emergencias y familiares, que todavía buscan respuestas y justicia.

El coste económico y político

Las estimaciones oficiales cifraron las pérdidas económicas en más de 195.000 millones de dólares, convirtiéndose en el desastre natural más costoso de la historia de Texas, por encima incluso del huracán Harvey. Solo en daños a viviendas y negocios se calculó un impacto superior a los 22.000 millones.

El corte de suministro se debió a temperaturas extremas que inutilizaron la generación eléctrica por gas.

El corte de suministro se debió a temperaturas extremas que inutilizaron la generación eléctrica por gas. Reuters

El sistema energético, basado en un mercado desregulado y desconectado de redes nacionales, quedó en entredicho. Varias compañías eléctricas quebraron tras la tormenta, y muchas familias recibieron facturas de miles de dólares por horas mínimas de suministro debido a tarifas variables disparadas durante la emergencia.

A nivel político, la gestión de la crisis también generó controversia. Además de las desafortunadas declaraciones de Greg Abbott, el senador Ted Cruz también fue duramente criticado al conocerse que abandonó Texas rumbo a Cancún (México) mientras sus conciudadanos sufrían. La tormenta y el apagón marcaron un punto de inflexión en el debate energético estatal y nacional.

Desde entonces, se han aprobado leyes para exigir a las empresas energéticas mejoras en el aislamiento de infraestructuras y la obligación de operar bajo temperaturas extremas. No obstante, muchos expertos alertan que las modificaciones no son suficientes y que nuevas olas de frío podrían repetir el colapso.

Aquel febrero de 2021 dejó claro que incluso el corazón energético de América puede paralizarse en cuestión de horas, y que en un estado donde se celebra la autosuficiencia, la falta de previsión y coordinación institucional puede tener consecuencias mortales.

Una lección escrita en hielo

Hoy, cuatro años después, las cicatrices de aquel apagón aún son visibles. Los texanos no han olvidado las noches heladas, las casas oscuras y el sonido de tuberías reventadas. Para muchos, la tormenta Uri dejó más que pérdidas materiales: dejó una lección amarga sobre la fragilidad de los sistemas que creemos infalibles.

Lucía regresó a España meses después, aunque ahora vuelve a vivir en EEUU, en Denver (Colorado) con Stefano, que trabaja en el Laboratorio Nacional de Energía Renovable. Confiesa que el apagón cambió su percepción sobre la autosuficiencia de los grandes estados y sobre la capacidad real de las instituciones para cuidar de su gente en emergencias.

"Era una situación límite que jamás habría imaginado vivir en Estados Unidos", recuerda. "No era solo el frío. Era la incertidumbre, la impotencia, el darte cuenta de que estabas completamente sola. Mis padres no se lo creían hasta que empezaron a ver las noticias que llegaron a España", dice en conversación con este periódico.

Desde entonces, en Texas se suceden debates sobre la integración de su red energética en el sistema nacional. Algunos abogan por preservar la independencia, otros exigen seguridad compartida. Lo cierto es que el espectro de aquel febrero gélido sigue presente en la memoria colectiva. Un recordatorio de que en un mundo cada vez más globalizado, ninguna región —por poderosa que sea—, está realmente a salvo.