Suances
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El cardenal Tagle no llegó al pueblo que lleva su nombre como quien llega a un lugar nuevo, sino como quien vuelve. Los billetes de avión y la factura de una maleta perdida prueban que había partido un día antes desde Lourdes, Francia, pero en realidad venía de mucho más lejos: de Manila, de siglos de historia familiar, de una genealogía difusa que lo había llevado hasta un rincón de Cantabria donde nadie lo esperaba y en el que, sin embargo, todo parecía escrito para que regresara.

—¡Aquí, aquí! ¡Para aquí!

Se bajó del pequeño autobús al borde de una carretera secundaria y caminó unos pasos hacia un cartel metálico de bordes oxidados. Cinco letras sobre fondo blanco: su apellido, su historia. Un viaje secreto sin cámaras, ni coros, sin mitra y nadie esperando. Sólo el cielo gris de Cantabria y veintiuna personas a su lado: sus parientes filipinos, casi todos sin una palabra de español, venidos desde el otro lado del mundo para conocer un poco más sobre sí mismos.

Corría el otoño de 2017 y Luis Antonio Tagle —cardenal, teólogo, pastor, favorito para ocupar la cátedra de San Pedro— estaba cumpliendo una deuda con su historia. "Cuando vio el nombre del pueblo, se emocionó de verdad", recuerda el sacerdote Baldomero Maza, entonces párroco del pueblo de Tagle, que organizó la ruta y descubrió las raíces cántabras de Tagle. "Se quedó mirando el cartel en silencio. Lo necesitaba. Era como si estuviera cerrando un círculo".

Hoy, ese hombre delgado y sereno, con la sonrisa amable de quien ha conocido el hambre, suena con fuerza como posible sucesor de Francisco al frente del Vaticano. El nombre de Tagle —que para muchos europeos no significaba nada— está en boca de obispos, analistas y curiales que lo señalan como el candidato natural para continuar el proyecto del Papa fallecido. La muerte de Bergoglio ha reactivado las quinielas y en casi todas aparece él: teólogo brillante, pastor cercano, figura clave en la evangelización de Asia, católico del Sur Global y mano derecha del pontífice en vida. 

Baldomero Maza acompaña al cardenal Tagle y su madre durante la visita a Cantabria. A la derecha, el cardenal Osoro.

Baldomero Maza acompaña al cardenal Tagle y su madre durante la visita a Cantabria. A la derecha, el cardenal Osoro. E.E.

Aquella escena de un cardenal en mitad de una carretera comarcal mirando un cartel como si fuera una aparición puede parecer anecdótica, pero en la biografía del que podría ser el primer Papa asiático desde el siglo VIII no hay muchos gestos vacíos. Lo que parece íntimo suele ser político. Y lo que parece una escena familiar también es un síntoma de algo más: la Iglesia que viene podría no hablar italiano, ni vivir en palacios, ni tener apellido europeo.

"El heredero de Francisco"

Luis Antonio Tagle nació en Filipinas en 1957, hijo de un tagalo de ascendencia cántabra y de una mujer con raíces chinas. Esa mezcla de mundos —Asia, Europa, el catolicismo como lengua común— lo ha acompañado siempre. Su trayectoria eclesiástica es tan brillante como atípica: fue arzobispo de Manila, prefecto del Dicasterio para la Evangelización, una de las voces más visibles del Vaticano durante la última década y, sobre todo, el confidente del papa Francisco en los temas más sensibles.

Pero si algo lo distingue, más allá de los cargos, es el modo. No camina: flota. "Es sencillo, educado, alegre, sonriente… pero también férreo, muy culto, con brillo en los ojos", dice Baldomero. "Sería el gran heredero de Francisco. Comparten algo más que ideas: comparten una biografía". Los barrios bajos de Manila, al igual que los de Buenos Aires, no son un decorado para discursos sociales. Son un campo de batalla donde la miseria tiene nombres, rostros y estómagos vacíos. 

"Cuando fui a verle a Filipinas me llevó a los suburbios y me dijo: 'Sus pobres son ricos comparados con estos'", rememora el párroco. No era una frase para epatar. Era una constatación de lo vivido. Por eso, dicen quienes lo han tratado, su teología no nace de los libros sino de las aceras, la de él y la de Francisco. "Los dos son gente probada en el crisol de la vida", repite Maza.

Tagle ha construido una reputación mundial sin buscarla. Nunca ha querido el foco. Pero su figura —delgada, cálida, siempre con los ojos abiertos— empezó a crecer sin que él hiciera nada por empujarla. Durante la pandemia, fue una de las pocas voces vaticanas visibles. En plena crisis global, su mensaje no era teórico: "Hablaba del consuelo, del miedo, de cómo abrazar a Dios cuando no se puede abrazar a nadie".

Esa forma de estar en el mundo le ha valido apodos inevitables, como "el influencer del Vaticano" o "el Francisco asiático", que él detesta. Prefiere hablar de pastores de almas. Y, sobre todo, prefiere escuchar.

Tagle, junto a otros cardenales en Roma.

Tagle, junto a otros cardenales en Roma. Reuters

Tagle vuelve a Tagle

"Lo primero que me dijo fue que no se imaginaba esto así", recuerda Baldomero Maza, entonces cura de Tagle. Fue él quien descubrió los orígenes del cardenal y quien le escribió a la Arquidiócesis de Manila para darle la buena nueva. Al par de semanas recibió una llamada, desde un número desconocido, larguísimo, casi intimidante, de esos que uno asocia con la Seguridad Social o —Dios no lo quiera— con una operadora telefónica. Cuando el cardenal se presentó, el párroco se pensó que le estaban gastando una broma.

Así empezó la particular peregrinación de Tagle a Tagle junto a sus veintiún familiares y el cura local. Desde aquel viaje, mantienen el contacto. Tagle lo llama cada año para felicitarle el cumpleaños. Las primeras veces desde Manila, como cardenal decano, y las últimas desde Roma, como número 2 del Papa y candidato a sucederle.

La visita al pueblo de sus antepasados no fue una anécdota: fue un acto simbólico. Durante su estancia, presidió una misa en la pequeña iglesia local, que tuvo que habilitar nuevos bancos y una pantalla de televisión para que nadie se quedara sin ver al cardenal.

"Llevaba su homilía escrita en inglés y la iba traduciendo directamente al español, sobre la marcha", cuenta Maza. Habló de su apellido, de la familia, de las raíces, de la fe como puente entre siglos y continentes. Su familia no entendía el idioma, así que hubo que poner un intérprete. En un momento dado, rememora el párroco, sonó un teléfono móvil que interrumpió el oficio. Silencio incómodo. Todos miraron al cardenal esperando un reproche: "Pero él se echó a reír"

Hoy, en Tagle —el pueblo— no hay carteles que anuncien "aquí estuvo el cardenal Tagle". No hace falta. La memoria no necesita mármol. Y si un día es elegido Papa, será aquí donde muchos recuerden aquel gesto: un hombre ante un cartel oxidado, mirando cinco letras que resumen siglos de historia. 

"Dicen que va a ser Papa… ojalá", dice Baldomero. "Ya veremos. No depende de nosotros". Ahora que el cónclave se acerca, su nombre suena más que nunca. Esta vez en serio. Y mientras en Roma se reparten las quinielas, en una aldea cántabra sin prensa ni ruido, algunos recuerdan aquella visita en voz baja. La misa, la traducción, el teléfono sonando en mitad de la homilía, la risa del cardenal. Y su frase al despedirse: "No pierdan ustedes nunca la sonrisa".