Los hermanos Quijano son una leyenda. Vienen tan guapos y morenos en medio del vendaval de un Madrid gélido, tan enérgicos y sabios, tan pizpiretos… Es como si siempre acabasen de llegar de una playa. Es como si en la mano tuvieran un garfio sempiterno con el que agarrar un cóctel y una guitarra. Generan alegría y confianza. Son el trío calavera y carismático con el que uno sueña salir un viernes por la noche: a ver qué pasa.
Una vez fueron tres niños sensibles y gamberros criados en León, muy cerquita de la barra del mítico bar de su padre, ‘La Lola’. Se les llenaron los ojos de palabras y de gentes, de historias distintas, de psicología de vino y tapa, allá donde comienzan las grandes novelas de nuestra vida y las grandes pasiones: en las mesas del garito preferido con amigos y romances a la altura de la conversación. “Tenemos mucho de nuestro padre. De él heredamos la música. Él fue profesor de música. Y de nuestra madre heredamos la sensibilidad, su gusto, su cuidado, su delicadeza… y esa mezcla está muy presente en nosotros”, me cuentan ahora que presentan Miami 1990, su último álbum.
Café Quijano y su nuevo álbum.
“Mi madre nos inculcó el tener los pies en el suelo aún viviendo dentro del mundo en el que vivimos desde hace casi 30 años. Tu madre te sigue siendo como la persona que eres, porque no dejas de ser una persona normal en un mundo un poco diferente. Supongo que los padres siempre han querido que los hijos salgan lo más normales y decentes del mundo. Es lo que han intentado, que tuviéramos oficio y beneficio”, explican. “Nuestro padre es un hombre muy alegre, divertido, sociable, y nuestra madre es ponderada y tranquila, y ambos nos han dado las armas para saber por dónde ir”.
Aunque Manolo sólo es un par de años mayor que Óscar, el segundo, sigue ejerciendo de protector. “Fue muy precoz para todo y nos ha cuidado mucho. Lo sigue haciendo. Incluso cuando tengamos 80 años ejercerá ese rol”, sonríe Óscar. “Nuestra vida ha sido muy normal: mi madre nos llevaba a un club social que no era social, era más bien deportivo, y estudiábamos, y jugábamos al fútbol, y nadábamos…”.
Cuando curraron de camareros se les hizo el oído a las historias de la calle. Y más aún cuando vieron el mundo y desarrollaron una capacidad de observación y de composición de las que nacieron esas canciones con introducción, nudo y desenlace que son su sello característico, llenas de personajes tremendos y de aventuras lúbricas.
Óscar Quijano.
“Sólo con algunos detalles y mirando bien a la gente salen cosas increíbles. Lo que contamos en este disco es verdad: nuestra primera noche en Miami fue como aterrizar en otro planeta. Había gente con serpientes colgadas del cuello, había un cura que regalaba loros a los que les caían bien… o bueno, no sabemos si era cura, pero iba con un alzacuellos como de dominico”, recuerdan.
“Eran los primeros noventa y Miami estaba muy de moda, en pleno apogeo, además por la serie de Corrupción en Miami. Era un paraíso de playas y patinadoras y también un sitio peligroso por el tráfico de drogas. Esa ciudad es la mitad de nuestra vida. Nos ha dado jaleo, nos ha dado también personajes turbios. Todo lleno de basquetbolistas, de actores, de gente metida en líos…”.
¿Quién es el personaje más loco o estrafalario que han conocido en todos estos años? Les cuesta seleccionarlo. Fueron cientos. “¡Recuerdo uno…! Uno que era el chef privado de Bill Gates y que luego se metió en líos de drogas y siempre andaba por Bahamas. Un tipo tremendo”, evoca Óscar. “La verdad que estar en Miami en aquellos años era extremo, era como vivir siempre la última noche de tu vida. Pero también hemos disfrutado después, sobre todo, del Miami tranquilo y pausado, el de relax, que es el que más nos gusta”.
En su nuevo álbum aparece una canción vibrante, puro espíritu de la contradicción, llamada Cumbia del soltero. “Es una especie de burla hacia ese soltero que no sabe lo que quiere. Unas veces dice ‘qué bien se está soltero’, y otras veces dice ‘qué pena estar soltero’”, ríe Manolo.
Manolo Quijano.
“Eso es pura naturaleza humana. Querer y no querer, o ansiar siempre otra cosa. Esto pasa más en el hombre que en la mujer, porque las mujeres tienen las cosas más claras y los hombres somos más volubles, estamos menos centrados”, reflexionan. “Esa libertad que te da la soltería también se paga con un peaje, que es el de la soledad no elegida. Si se elige, la soledad es beneficiosa y bonita. Pero si no…”, chasquean.
¿Cómo ha cambiado vuestra forma de entender el amor desde los 18 años hasta ahora?
M.- Mira, tenemos una canción con Sabina en el disco Qué grande es esto del amor donde nos lo explicó todo clarísimo (ríe). Nos dijo una frase que siempre decimos en los conciertos: “Si no te quiere, no te quiere”. Es simplemente eso: nos disipó todas las dudas. O la piel dice que sí o dice que no. Esa es la realidad del amor. Querer o no querer. Tiene que haber un equilibrio, una reciprocidad. Si hay un desequilibrio se vuelve dañino.
O.- Pues mira, yo ahí no estoy de acuerdo. Lo ideal es esa reciprocidad, claro, pero creo que lo más bonito y satisfactorio del amor… es darlo. Lo que realmente llena es amar, no ser amado, y es amor, independientemente de si lo recibes.
Como decía Julio Iglesias: “Es siempre más feliz quien más amó, y ese siempre fui yo”.
O.- ¡Está muy bien dicho!
¿Cuántas veces os habéis enamorado?
M.- Depende de la época. Antes me enamoraba varias veces al día (ríe).
R.- Además es que el amor es bueno para la salud. Rejuvenece. Adelgazas.
Raúl Quijano.
Yo pensaba que el amor engordaba.
M.- Eso es después, cuando te acomodas. Pero está comprobado que en la parte del enamoramiento, cuando estás fascinado, hay un proceso químico que te adelgaza.
Por la tensión de la conquista.
M.- Exacto. Y también adelgazas para estar más visible, para tener tu peso ideal.
O.- Además, como decía una canción de Alejandro o de no sé quién, el amor hace más sensible al más bruto, y al más animal le vuelve una persona delicada y que sabe mirar. El amor es lo mejor. Mueve el mundo. Es lo más grande que hay.
¿Y de la seducción, qué sabéis?
M.- Siempre llevamos el sambenito de la seducción (ríe).
O.- De jóvenes no es que fuese ex profeso, simplemente éramos tres chicos con una vida un poco disoluta, y nos gustaban las chicas y tratábamos de conquistarlas, como todo el mundo, pero bueno, quizás al ser tres y tener este apellido tan rimbombante…
Se crea leyenda.
O.- (Ríe) Un poco. ¡Si tú lo dices…!
M.- Yo no creo que de la seducción se pueda aprender nada porque no es una técnica, sino un carácter. Es algo inherente a ciertas personas, es natural en su comportamiento, en hombres y mujeres, y es espontáneo y maravilloso.
Los Quijano durante la entrevista.
¿Qué importancia tiene el sexo en la vida y cómo cambia con las décadas?
M.- Pues el sexo es fundamental en la vida de la pareja, porque la conexión y el lenguaje es más íntimo y más directo, y claro que no es igual a los 20 que a los 30 y que a los 50. La vida cambia.
O.- No miras a tu pareja o no la quieres igual con 20 que con 50. Yo me quedo con la vitalidad de los 20 y el amor y la forma de mirar de los 50.
¿Cómo se cura un corazón roto?
O.- Con tiempo.
M.- El tiempo es todo. Dicen que una mancha de mora con otra mora se quita… pero no es así. Es tiempo, amigos, salir a tomar algo… y escribir un bolero.
O.- Él ha escrito unos cuantos discos (ríe).
M.- Y dos en el tintero.
Vamos con la última. No me puedo ir de aquí sin preguntar por la verdadera protagonista de ‘La Lola’. He leído que es una presentadora de televisión muy clave, que ha estado muchísimo tiempo en el candelero… y que te enamoraste de ella viéndola en televisión con el volumen bajado.
M.- Así fue.
O.- ¡Era una presentadora de Antena 3!
Wow.
M.- Sí, era una presentadora mítica. Primero me enamoré, luego tuvimos un romance… y luego le escribí la canción.
Óscar Quijano.
¿Y cómo acabó esa historia de amor?
M.- Muy bien. No llegamos a casarnos, pero estuvimos cerca (ríe).
¿Y Lola sabe que ella es Lola?
M.- Creo que no, aún no.
O.- Es una cosa curiosa, ¿no? Que alguien no se vea reflejado en una canción que es para ella.
M.- Yo lo entiendo. Me pasa a mí cuando en los conciertos me llaman “guapo”. Nunca miro.