Con una escrupulosa discreción y pasos antes de llegar a la primera planta, José Andrés Miguel va repasando episodios de la historia y desgranando curiosidades sobre lo que encierran las paredes del Palacio de Monterrey. Su función desde 2012, entre otras, es ejercer como conserje de esta obra del Renacimiento, propiedad de la casa de Alba en Salamanca desde hace más de 400 años.
Este salmantino, con 54 años, ya ve en el horizonte su jubilación. Desde hace 12 forma parte de un capítulo de la historia de esta familia que ostenta el título de nobleza más antiguo de España. Antes, había cerrado otro capítulo aún más largo dentro de la historia de la mismísima Casa Real.
"Estuve en Zarzuela durante 20 años y pertenecí a la Guardia Real", explica a EL ESPAÑOL | Porfolio. Tras cinco años destinado en el escuadrón, pasó a estar en el equipo a cargo de la hija del Rey. "Después me metí en las oficinas del departamento económico del regimiento y de allí me llamaron para llevar la caja de Zarzuela donde, durante ocho años, llevé las cuentas a rajatabla".
Recuerdos que José Andrés Miguel, de porte elegante y entrañablemente presumido, desvela con confianza y cierta añoranza avanzada la visita. "He viajado con los Reyes casi por todo el mundo como responsable de los pagos. He pagado con la American Express viajes de mucho dinero para luego mandar las cuentas a Exteriores. Cuadraba la caja todos los días a las seis de la tarde, tenía hasta 18 divisas extranjeras...", asegura el ahora encargado de la vivienda de la casa de Alba.
"Si la infanta Elena se compraba un paquete de chicles, la doncella me pedía dinero y me firmaba un recibo", recuerda, llenándose el pecho de orgullo mientras suspira: "Ojalá todas las instituciones llevaran las cuentas como las llevaba yo". Terminado su alegato, no sigue su camino sin aclarar que "otra cosa es lo que haya tenido Juan Carlos fuera de casa y sus cuentas privadas".
De Madrid a Salamanca
El salto de un palacio a otro tardó en suceder, aunque José Andrés Miguel conoció a Cayetano "cuando iba a los concursos de hípica con la infanta Elena". Con los años, de vuelta en Salamanca, un día de caza en las fincas de la duquesa -pasatiempo que disfruta José Andrés- el administrador le hizo una propuesta. "Como me conoce, me llamó para que le busque una familia en condiciones, porque se le había ido la que hasta entonces se ocupaba del cuidado del palacio. Pensé en Maribel, pero me dijo que nos teníamos que mover todos", explica.
Desde entonces, se encuentra a cargo de las 52 estancias que conforman el Palacio de Monterrey, exceptuando la cocina, terreno que entra en los dominios de su exmujer. Ella se puso el delantal nada más entrar a vivir en la casa hace más de una década junto a sus hijas y él. "Cuando nos jubilemos, no sé lo que harán, porque aquí siempre ha habido una familia".
La historia del palacio
El Palacio de Monterrey se fundó en 1539 por el III Conde de Monterrey, Don Alonso de Acevedo y Zúñiga (1495-1559). Recomendado por el New York Times como uno de los palacios que se deben visitar en España, fue nombrado Bien de Interés Cultural en 1926 y está abierto a las visitas turísticas desde 2018. "Cuando llegué aquí hacía tres visitas los jueves por la mañana, con un grupo de personas que venía con reserva previa. Eso fue hasta el 2017, cuando ya había fallecido la duquesa. Después el duque llegó a otro acuerdo con turismo".
El edificio, máximo exponiente del plateresco, se encuentra en perfecto estado de conservación. Su majestuosa y ornamentada fachada a partir de la dorada piedra de la cantera de Villamayor pasó por una restauración acometida por la Fundación casa de Alba tras haber sufrido deterioro con los años a causa de su porosidad.
Aun así, en 1948 la duquesa de Alba ya mandó ensanchar los portones para acceder a la entrada de la que cuelgan unas cadenas que indican que ahí ha pernoctado un Rey. "Están puestas por el rey Alfonso XIII, porque Juan Carlos durmió aquí, pero cuando era cadete de la Academia", explica José Andrés Miguel.
Su interior es un museo único que alberga un repertorio impresionante de obras como la del pintor barroco italiano Viviano Codazzi, o el óleo de José García Hidalgo, pintor de Felipe V.
De las paredes del vestíbulo que da a la primera planta cuelgan cuatro cuadros de discípulos de la escuela de Canaletto, "dos de ellos atribuidos a su sobrino". Así como dos cornucopias, "le gustaban mucho a la duquesa". Un precioso brasero de alforja del siglo XVII preside el centro. Armas y armaduras del siglo XVI, muebles de estilo inglés, alfombras persas y moquetas completan la estancia, interiorismo recurrente en el resto del palacio que cuenta con una colección de siete tapices flamencos del siglo XVII.
Según avanza la visita, el salmantino sigue recitando el inventario de nombres que han dejado su huella. Nombra al pintor Padovanino, a Tiziano, y a otros que descubrió cuando un primo de su padre, "que fue catedrático de Bellas Artes", visitó el palacio para contemplar los tesoros que esconde.
No se deja ninguno por el recorrido según van apareciendo acuarelas, litografías y el óleo sobre lienzo de Santa Teresa, del pintor Juan Carreño de Miranda, que llama especialmente la atención, como el retrato del III duque de Alba que realizó Sánchez Coello. Resulta también difícil no clavar la mirada en el artesonado policromado de estilo mudéjar tallado en el techo de otri salón.
Actualmente, además de casa museo del legado de una de las instituciones nobiliarias más importantes de España, es residencia de Carlos Juan Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, actual duque de Alba, quien se aloja allí cuando visita la ciudad. Sus dormitorios son privados y no están abiertos a la visita. "Siempre avisan cuando visitan el palacio, sea quien sea. Si viene él solo, se mete ahí y nadie le molesta. Si viene con invitados ya es otra cosa. Hay que quitar las catenarias, pero las moquetas se dejan porque las alfombras se dañarían".
Durante la hora que se suele extender la visita no se accede a todas las estancias, solo a las principales y esenciales que sirven para atestiguar lo que atesora esta poderosa familia. Sí que se muestra una de las habitaciones donde durmió Juan Carlos en alguna ocasión, que mantiene la decoración, cortinas incluso la ropa de cama intacta. También intactos se conservan los azulejos de Talavera de la Reina que recubren las paredes del baño.
Llegados al comedor, es cuando comienza a relatar algunas de las costumbres alrededor de la mesa de la familia De Alba. Anécdotas que se pueden contar y otras algo más comprometidas que se quedan en palacio. Allí es "donde almuerza don Carlos si acude solo" y no tiene reserva en el restaurante Río de la Plata, pero donde también celebra discretos y comedidos ágapes en sus reuniones de fines de semana con amigos, como planeaba hacer durante las fiestas de Salamanca.
"Yo le traigo la sopera o la fuente y él se sirve lo que quiere. Si es un rodaballo o un pichón viene en porciones. Les pongo una pinza o un tenedor y cuchara y se sirven ellos. En la casa de Alba sucede así. En Zarzuela, creo que hay comidas que también se sirven así", cuenta sobre una de sus tareas.
De sus hábitos culinarios y preferencias en el menú también habla la audioguía que le dedica un capítulo entero a su antigua cocina en desuso pero en perfecto estado de conservación. Data del siglo XIX y sus fogones son del siglo XX, así como su colección de utensilios de cobre. Conecta con el resto de los pisos a través de un montacargas que también se conserva instalado, pero inoperativo.
El recetario predilecto de la casa de Alba siempre ha sido el tradicional español. "No te creas que me piden un rodaballo a las finas hierbas con esencia de oxígeno", bromea, "tortilla de patata a lo mejor o un consomé y merluza o gazpacho que le gustaba mucho a la duquesa".