Elena Recalde durante el cierre de la librería Lagun, en San Sebastián.

Elena Recalde durante el cierre de la librería Lagun, en San Sebastián. Javi Colmenero Efe

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El adiós de la histórica librería de Elena Recalde: Lagun sobrevivió a Franco y a ETA pero no a internet

Superó los ataques con cócteles molotov, las multas y las amenazas, pero no ha podido resistir las nuevas formas de consumo del sector librero.

1 septiembre, 2023 03:20

“Recuerdo un día que volvía de clase y me encontré la librería llena de pintura roja y amarilla. Las huellas de pintura iban directamente a un bar de la calle paralela, la de Juan de Bilbao. Recuerdo la impunidad con la que se realizaban esos actos”. Son palabras de Elena Recalde, la actual dueña de la histórica librería Lagun, un proyecto nacido en pleno casco viejo de San Sebastián. Sus padres la fundaron en 1968, unos años en los que los ataques de los franquistas, primero, y de ETA, más tarde, escribieron su historia. Este viernes, sin embargo, es el primer día en 55 años que sus puertas permanecen cerradas definitivamente.

Las tertulias de los escritores eran habituales en la librería durante sus primeros días de vida. Era un pequeño refugio para los intelectuales de la época. “Fue idea de mi madre”, cuenta Recalde. La mujer, de nombre María Teresa Castells, era una apasionada de la lectura desde pequeña y, con su marido, José Ramón Recalde, un ex consejero socialista del Gobierno vasco, decidió abrir una librería. Pronto se unió al proyecto Ignacio Latierro, otro parlamentario vasco y amigo de la pareja. Juntos, y a través de los libros, cavaron trincheras a favor de los derechos humanos y las libertades e hicieron frente a los totalitarismos y radicalismos que amenazaban a la sociedad española en aquel momento.

“Lagun ha sufrido muchos ataques. Primero, por el franquismo, porque se vendían libros prohibidos y por la posición política que sostuvo la gente que trabajaba en la librería”, cuenta Recalde. Pronto le sucedieron los de la kale borroka y ETA. “Nos lanzaban cócteles molotov, pintadas y rompieron los cristales en varias ocasiones”, señala, aunque lo que más le marcó fue cuando “rompieron el escaparate, sacaron los libros fuera y los quemaron. Recordaba entonces a los tiempos del nazismo”.

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Recalde vivió su historia en primera línea de batalla –puede decirse–. Una contienda que se tornó encarnizada cuando en 1983 muere un joven etarra al explotarle una bomba. Fue entonces cuando la cuadrilla pidió a Recalde y Castells que cerraran la librería y se pusieran en huelga por lo sucedido. Dijeron que no, y aquella negativa fue la gota que colmó el vaso, porque se intensificaron los ataques y las amenazas. Llamaron a la Ertzaintza, pero los agentes poco pudieron hacer. Como cuenta la hija de los fundadores de Lagun, “también era peligroso para ellos en ese momento”.

Los asesinatos no se hicieron esperar. En febrero del año 2000, ETA hizo estallar un coche bomba que acabó con la vida de Fernando Buesa, socialista vasco, y su escolta mientras caminaban por el campus de Vitoria de la Universidad del País Vasco. Poco después, en mayo del 2000, José Luis López Lacalle, un socialista e intelectual contrario al franquismo, volvía a su domicilio cuando el etarra Ignacio Guridi Lasa le disparó cuatro veces en la cabeza y el tórax. Acabaron con su vida. 

“Eran amigos y clientes de la librería”, cuenta Recalde, así que “el círculo se iba cerrando y se podía sospechar que podía llegar a haber víctimas en Lagun”. En septiembre de ese mismo año, su padre, José Ramón Recalde se convirtió en otra víctima de ETA. “Le pegaron un tiro en la boca cuando iba a entrar en casa con mi madre”, cuenta su hija. “Después sobrevivió, afortunadamente, pero se quedó con secuelas”. Fue entonces cuando la Ertzaintza explicó a sus padres que no podían mantener la seguridad de la gente que trabajaba en la librería. Les aconsejaron cerrar, pero ni siquiera entonces bajaron la persiana. Al menos, de manera definitiva.

La persiana de la librería Lagun con amenazas, en 2001.

La persiana de la librería Lagun con amenazas, en 2001. Efe

"No me van a obligar"

Lo que sí hicieron es mudarse a otra zona de San Sebastián. Una labor que pudieron llevar a cabo gracias a la ayuda de la gente. Como explica Recalde, si antes se acercaban a comprar libros “inservibles” con pintadas o cristales, en aquel momento les aportaron el dinero suficiente –a través de un crowdfunding– para que sus puertas pudieran continuar abiertas.

Al preguntarle a la hija de Castells y Recalde acerca de si recuerda el miedo sufrido aquellos días, responde con un sí rotundo. Sin embargo, confiesa: “Ni mis padres ni Latierro tenían esa conciencia. Ellos creían que debían luchar por las libertades, que debían seguir”.

Prueba de ello es la Carta al Director que publicó Castells en El País en 1996. La mujer denunciaba que su librería estaba siendo “objeto de atentados –más de veinte, seguramente, sólo en este año–”. Como relató entonces, “la denuncia es contra esos atentados que, si bien en ningún caso se justificarían, menos todavía lo están, por lo que de simbólico supone la agresión a un centro de manifestación de la libertad de imprenta y de difusión de la cultura, como es el caso de una librería”.

La librería Lagun en 1997 tras el ataque  de la kale borroka en la madrugada. Foto de: Juan Herrero (Agencia EFE)

La librería Lagun en 1997 tras el ataque de la kale borroka en la madrugada. Foto de: Juan Herrero (Agencia EFE)

Asumía el origen del proyecto como “vocacional” y denunciaba cómo sufrió “multas y agresiones” en la época franquista desde sus inicios. Añadía: “Muchos guipuzcoanos recordarán la actividad clandestina que se desarrolló en esos años negros, tan distintos, ¿o no tan distintos?, de estos otros años, también para mí negros. Conocerán la trastienda de los libros prohibidos, tan odiada por los censores de aquella época. Y la rebotica de las conversaciones de la libertad, en la dictadura, con tantas gentes de tan diferentes proyectos democráticos”.

Se preguntaba entonces si necesitaba recordar cuestiones como que fue una de las fundadoras de la sociedad que se constituyó para apoyar a los comerciantes agredidos por los fascistas en el franquismo. Como también si acaso le reprochaban una evidente verdad: que nunca había sido de ETA. “Las coacciones no me van a obligar a renunciar ni a mis ideas, ni a mis amigos, ni al trabajo de los que han formado conmigo lo que ha sido, lo que es y lo que será la librería Lagun”, concluía Castells.

José Ramón Recalde junto a su esposa María Teresa Castells.

José Ramón Recalde junto a su esposa María Teresa Castells. Efe

'Renovarse o morir'

Esta vez, sin embargo, Recalde se ve obligada a cerrar una librería que fue bastión de libertades y cultura en los años más convulsos de nuestra historia reciente. La mujer llevaba 15 años trabajando a tiempo completo en Lagun, un período en el que experimentó de cerca la agonía de las pequeñas librerías, subyugadas por la vorágine de instantaneidad de las grandes plataformas digitales, internet y la innovación tecnológica.

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“El mundo del libro ha cambiado mucho”, reconoce la librera. Apunta que “hoy, dándole a un botón, al momento tenemos un libro. Es esa rapidez la que se busca y no somos conscientes de lo que supone”. Tampoco quiere obviar la culpa que guarda aún la piratería, porque “publicas un libro y, a la semana, ya está en internet”. Para ella, lo que ha llevado a echar el cierre a Lagun “es un conjunto invisible de factores contra los que una librería independiente como esta no puede luchar. Ha habido una bajada de ventas y no tiene el respaldo de una cadena”. La despedida definitiva era así inevitable.

Imagen de archivo de la librería Lagun de San Sebastián.

Imagen de archivo de la librería Lagun de San Sebastián. Juan Herrero Efe

Este jueves fue cuando los históricos estantes y libros de Lagun presenciaron la última reunión de intelectuales y amantes de la lectura. El poeta Jesús Rodríguez Cabañes le confiesa a este periódico que es “un amigo especial” de esta librería y fue de quien nació la idea de organizar esa última tertulia en forma de recital y a la altura de su historia.

“Ahí está la lucha antifranquista y la lucha de resistencia ante ETA. Es incuestionable y vale su peso en oro”, cuenta Rodríguez Cabañes. Sin embargo, prefiere no caer en la tristeza y la nostalgia. “Esto tiene que cerrar porque el mundo de la venta del libro y del comercio van por donde van. Ellos han sido la librería donde podías encontrar ese texto raro de filosofía, de ciencia, de economía política. Esos libros que nadie vendía. Son libros de prestigio y es cierto que nadie los compraba”, reconoce el escritor.

“No entraron en la digitalización y siguieron siendo una librería como todos la recordamos. La librería artesana. Pero claro, hoy no puede resistir. La gente lee en tablet y compra en Amazon. Hemos cambiado de costumbres”, añade. 

Recalde no sabe aún cómo afrontará los meses posteriores al cierre, no tiene nada planeado: “Vamos a descansar y veremos cómo afrontamos la nueva etapa”. Sin duda, para ella, esta despedida “es muy dolorosa”, porque supone “el final de una parte de nuestra historia y es triste, porque es el legado de mi madre”. Lo que está claro es que es una librería que sigue a pies juntillas la paremia de renovarse o morir. Hoy, sus persianas bajadas son una prueba viva del fin de una cuna de libros que siempre se mantuvo irreductible y fiel a sus orígenes.