Es jueves por la mañana en Alpartir. Uno de los días de más trajín en este pequeño pueblo zaragozano que no llega a los 600 habitantes. Hay mercadillo: la cita semanal para hacer acopio de algunos productos que no se venden a diario en la localidad. Y lo primero que le choca a cualquier visitante observador es que, a pesar de ser día lectivo, los niños también se mueven entre los puestos. Pero, ¿no deberían estar en clase? La respuesta es que, de hecho, lo están. “Todos los jueves bajamos al mercadillo”, nos cuenta Juan Antonio Rodríguez, el director del colegio Ramón y Cajal.  

Estamos en el colegio-pueblo -son una comunidad educativa- considerado el más feliz de España a raíz de todos los premios recibidos. En 2019 el Ministerio de Educación les concedió el premio Nacional de Convivencia. Unicef les ha reconocido en varias ocasiones como Centro referente de Educación en Derechos de la Infancia y Ciudadano Global. Tienen la Medalla de Educación y la de Medioambiente de Aragón, forman parte de la red de escuelas de Greenpeace, están asociados a la Unesco, son Centro Embajador de Save The Children… Y podríamos seguir pero vamos a contar por qué. 

En el Ramón y Cajal de Alpartir hay cinco profesores. Trabajan en tres clases, las que agrupan a los 42 alumnos -Infantil, y dos grupos de Primaria- de un centro tan rompedor que ha roto hasta con la idea de que al cole rural sólo van los niños del pueblo. Hay alumnos de La Almunia y Cariñena y también de la capital, Zaragoza, a 60  kilómetros de Alpartir. Sus padres han elegido llevarlos a este cole rural. Y lo harían más familias. Una decena ya se ha interesado por mudarse al pueblo atraídos por su sistema educativo. 

Niños del colegio más feliz de España.

Tres pilares

Un innovador método que además de trabajar por proyectos, saca a los alumnos -y a los libros- de las aulas para integrarlos con la sociedad y el medioambiente. Tres son sus pilares: las personas, las relaciones y el entorno. ¿El objetivo? Que los niños sean felices.  “Decía Antoine Saint-Exupéry que 'cuando tenemos dificultades de adultos, recurrimos a los momentos felices de la infancia'. Lo que intentamos aquí es que nuestros niños tengan una infancia lo más feliz posible”, nos dice el director. 

Pregunta: Y , ¿qué es la felicidad de los alumnos? 

Respuesta: No consiste en tener instalados castillos hinchables en el patio del colegio. Se trata de que los niños se emocionen, que se tenga en cuenta su opinión, que desarrollen habilidades sociales y también lo que hoy pide el mercado laboral: la empatía y el saber trabajar en equipo.  

Confirmamos que no hay castillos hinchables a la puerta del colegio. Dentro, tampoco libros de texto como sería lógico esperar. Y eso hay que explicarlo. No significa que no los usen, son una herramienta más en este colegio de ver, tocar -nuevas tecnologías incluidas-, pensar y decidir. Y leer: tienen su propio sistema de biblioteca. Pero no deberes al uso. En cualquier caso, en el de Alpartir no se descuidan los contenidos.  

¿Cómo es posible? Lo entenderemos con unas espinacas:

“El miércoles las estuvimos recogiendo”. Van a cocinarlas, lo que conlleva aprender Matemáticas -medidas, tiempos…-, Ciencia, Tecnología e Historia. Y además, van a investigar. “Las cocinamos en la cocina solar con la receta de Juan Altamiras, un monje franciscano del siglo XVIII que estuvo de cocinero en el convento de Alpartir sobre el que estamos investigando y diseñando un proyecto con la asociación de mujeres de la localidad”.

Los alumnos, durante una de las muchas actividades diarias del colegio.

Hay una docena de asociaciones en el pueblo, lo que nos recuerda el director del colegio, no da la medida de las inquietudes de los alpartirenses. Trabajan con todas: mujeres, mayores, senderistas con los que descubren el campo…  “Si queremos fijar población los niños tienen que conocer su pueblo, porque para respetar hay que conocer”, explica Juan Antonio.

Y mientras llegan los premios y los reconocimientos, Juan Antonio, a quien todos llaman Yiyi, su apodo desde niño, asegura que no han inventado nada que no hicieran antes las maestras de la República. Y mientras afirma que no hay varitas mágicas, se queda con el brillo en los ojos de sus alumnos. Y de las familias. 

Dentro del colegio además funciona un club de lectura. O sería más correcto decir varios. Padres y madres que leen las mismas lecturas que sus hijos, pero que también comparten qué les ha parecido Tierra de Mujeres, de María Sánchez, que habla precisamente del mundo rural y la familia.  

Daniela quiere ir al cole

Vamos con una de Alpartir. Daniela tiene 9 años y no ha dicho nunca que no quiera ir al cole. Nos lo confirma su madre, Helena Gómez, que también está en el club de lectura y es, además, concejal de Educación del pueblo. El proyecto del colegio -entró en el Consejo Escolar- le metió el gusanillo de hacer más cosas en lo educativo por su comunidad y ahora además de como madre lo hace como política. Estos días trabaja con los profesores del colegio en una App sobre comida saludable. Con 44 años, ésta alpartirense recuerda que cuando ella iba a la escuela no se hablaba de emociones ni se compartían opiniones. Y aún les hacían arrodillarse con los brazos en cruz. 

Hoy los padres de Alpartir participan en la formación del profesorado del colegio, algo que permite trabajar mejor la educación en casa. ¿Por ejemplo? “A la hora de resolver conflictos, en vez de ponerte enfrente, ponerte al lado”, cuenta Helena. Así que, además de hijos contentos, padres contentos. “Los hijos son proyectos a largo plazo, ahora voy viendo que las mías son muy críticas porque han trabajado mucho la opinión, les han dado su voz”. Está en el Artículo 1 de la Constitución del Colegio: 

Artículo 1: "Las familias, el profesorado y el alumnado tenemos derecho a que se nos escuche con respeto y sin interrumpir y a decir lo que pensamos".

Artículo 2: "Será un derecho y un deber de los alumnos y alumnas asistir diariamente al colegio, aseados, puntuales, con el material preciso y con ganas de aprender”.

Con sus derechos y obligaciones, y sus disposiciones adicionales, la carta magna del Ramón y Cajal se refrenda cada dos años en el Ayuntamiento del pueblo. Porque aquí todos están en el ajo -que por cierto, se cultiva en la zona-. “Para educar a un niño hace falta toda tribu”, dice el famoso proverbio africano. Y para que a nadie se le olvide, un mural de azulejos lo recuerda en la puerta del colegio. Todo el pueblo, dice, aunque realmente, la red no se queda en el pueblo:  Alpartir fue zona minera en la época romana, de plata y cobre. Las clases han trabajado proyectos en la zona, con salidas, senderismo, investigación y documentación, junto con la Universidad de Zaragoza. 

Todos los alumnos del colegio Ramón y Cajal de Alpartir. Cedida

Antes de llegar a la Universidad, los que quieran, los alumnos de Alpartir, tendrán que pasar por el Instituto. El comarcal está en La Almunia. Cinthia, 13 años, es la hija mayor de Helena y ya está en él. Allí son 700 alumnos -más que habitantes en Alpartir-. ¿Cómo fue esa transición? Cero problemas. El Curriculum -los contenidos- desarrollados en el colegio rural son los establecidos, de modo que no hay salto en esa parte. Ni siquiera al pasar de la escuela sin libros, al instituto con un libro por asignatura: en Alpartir el último curso prepara a los alumnos para ese cambio. 

Por cierto, a Cinthia, le gustaría ser maestra. Quizá como Yiyi, el director, profesor de Educación Física. O Carolina, la de Música. Ambos son pareja y piedra fundamental del proyecto educativo de Alpartir. Llegaron hace 13 años y se quedaron rompiendo las estadísticas de los colegios rurales, donde en algunos llega a cambiar hasta el 90% del profesorado cada año. “Si cambian los profesores no se establecen relaciones con el pueblo”, nos dice este granadino que eligió Aragón para presentarse a las oposiciones porque pintaba mejor que en Andalucía y asegura que ahora “no hay quien lo mueva de Alpartir”. 

Como otras voces de expertos rurales se muestra crítico con el sistema: “En la Facultad de Magisterio no se estudia la escuela rural, que suele ser el primer destino de muchos maestros”, recuerda. Y se pregunta además qué es lo que mide PISA. “¿Sólo contenidos?”.

Juan Antonio y Carolina, que se conocieron de interinos, ahora tienen dos mellizos de seis años, escolarizados en el colegio que dirigen: “Hacemos bipartidismo docente”, bromea Yiyi, porque este año es él el director, pero se turnan. Hace cuatro años se compraron un terreno y se hicieron una casa. 

Lo de que se compraron un terreno no es un detalle baladí. Esa decena de familias que querría irse a vivir a Alpartir por su sistema educativo no puede hacerlo porque, aunque en el colegio habría plaza, no hay casas. “Aquí no hay vivienda digna o preparada para que las familias pasen todo el año, están habilitadas para venir sólo en verano y eso es un problema, porque estamos hablando de despoblación”, explica el director. Preguntamos en el Ayuntamiento. ¿Cómo es posible? Helena, concejal de Educación del Ayuntamiento de Alpartir, confirma que no hay casas con calefacción, que hay más vivienda vieja que otra cosa. Y reconoce que la cuestión llega a generarles “rabia”. Son, dice, “trenes que van pasando”. Y que no paran. Como experta en política rural sabe que la cifra de empadronados es clave para cualquier pueblo.  Determinante, por ejemplo, para las subvenciones. 10 familias más traerían más opciones de inversión en el pueblo.

Si la educación es la base de todo, y como decía el filósofo y matemático británico Bertrard Rusell, "los educadores, más que cualquier otra clase de profesionales, son los guardianes de la civilización", los verdaderos cimientos contra la despoblación ya estarían puestos en Alpartir.

Dos alumnas, durante una de las muchas actividades del colegio.

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