La crónica de sociedad que viste de negrita los nombres es un género recurrido. Cierro un año de columnas con el agradecimiento a aquellos que, aún hoy recuerdo, me enseñaron lo que no sabía. Como siempre pasa, no están todos porque la memoria es juguetona. Comparto mi aprendizaje con los lectores y, desde luego, comprendo que para ustedes puedan ser territorios ya conocidos, que les interesen un pimiento o que les pueda parecer un ejercicio de vanidad. Con una copa de Belondrade y Lurton blanco fresquito en mi mano, acepto cualquiera de las tres interpretaciones. 

Gracias a José Andrés. Fuimos a comprar cuchillos a un mercadillo de Washington. “You inspired me” (“Su trabajo me inspira”), le decían por las calles capitalinas. Aprendí que los sueños son como naves espaciales, que si los sueñas fuerte te trasladarán a cualquier galaxia lejana. Su nominación al Premio Nobel de la Paz llegó pocos días más tarde. 

Gracias a Dan Winters, el fotógrafo americano, portadista de TIME, que vino a Madrid a inaugurar una exposición en Spainmedia. Me enseñó que se puede fotografiar con la misma mirada que los pintores flamencos.

Gracias a Eduardo Arroyo. Comí con él una noche en el Club Matador, junto a su mujer, y a mi hermano Antonio. Su voz ya no sonaba, pero aún miraba brillante. Me invitó a su estudio, pero no pude ir. Aprendí, tras conocer triste su muerte, que hay que ir, dejarlo todo e ir. Buen viaje Eduardo.

De Steve Forbes, en Nueva York, aprendí que aunque te duelan los pies -llevaba esos zapatos que calzan los americanos; para ellos ir cómodo es más importante que ir elegante- y hayas sido candidato a la presidencia de Estados Unidos, presentar a un plumilla madrileño como yo no es una pequeñez. Pequeño es aquel que piensa que ya eso no es para él.

De Jacinto Antón he aprendido cada año que el humor y el periodismo se llevan bien. De Pérez Reverte, que se puede navegar en dique seco leyendo a los grandes de la literatura naval y revisando la filmografía marina en Technicolor. De Fernando Caruncho y de su hijo Piero, que “el arte de hacer jardines es el de saltarse los plazos de la naturaleza”.  Del Marqués de Griñón, que se puede ser torero sin vestirse de luces y que el mundo, por montera, es más llevadero. 

Gracias a Andrés Trapiello, que me explicó que El Rastro es un lugar de silencios. De Leonardo García de Vicentiis -"yo en mi marco no llevo ni un sólo botón que apretar"-, presidente de la Asociación Española de Barcos Clásicos, que “a la mar, madera”.

De José María Pallete, que el oro no es tiempo, el oro es data. Del fotógrafo Juan Manuel Castro Prieto (impresionante su libro sobre sus viajes a Etiopía entre 2001 y 2006), que si disparas en digital, positivar en gelatina de plata no es posible si no haces un internegativo. De Camila Fálquez, que si tienes una mirada propia, Vogue se rendirá a tus pies. De Florentino Pérez, que el día se lleva mejor si en el dedo anular lucen juntos los dos anillos de casado. Cuando no sabes qué hacer con la otra mano, un viajecito al anillo que rescataste aquel día, cuando se te rompió el corazón, te hace invencible. Del editor Ángel Fermoselle, que tenía que haber roto la hucha para ver a Springsteen en Broadway. De Isidre Fainé, filántropo del año para Forbes, que no hay honores en el mundo como el recuerdo de tu padre. De Albert Adria, que hay que remangarse y trabajar para pagar las deudas. De Miguel Ángel Aguilar, que el humor ayuda a digerir la tristeza crónica del viudo... ¡Cómo me reí durante la presentación de su libro de memorias!

De Andreu Buenafuente, que no hay virtud como la generosidad. De Alberto Anaut y Carmen Palacios, que la hospitalidad es sinónimo de unas buenas lentejas con unas mandarinas de postre. De Manuela Carmena, que servir a los demás, aunque te equivoques, te hace más grande, aunque tropieces cada dos por tres. De Ángel González, el poeta, que un libro hace la vida más lenta.

De Frances Llopis que la lucha por el medio ambiente en Ibiza y Formentera, desde la Ibiza Preservation Found, rejuvenece y te pone cada vez más guapa. De Alejo Stivel, que el rock & roll siempre es mejor con el pueblo en la plaza. De Rosendo, a cómo decir adiós. De Paloma Leyra, que el duelo es irse de viaje al desierto y sonreírle a la arena. De Carlos Galán, que día a día la vida se lleva mejor si uno expulsa toxinas con una buena sesión de Bikrahm Yoga. De Antonio Garrigues, que se puede ser elegante a los 84 años. Coincidimos, silla con silla, viendo al Madrid palmar contra el CSKA Moscú en un palco del Bernabeu. Su corbata azul es, desde ya, un imprescindible en mi armario. 

De Alberto García-Alix, que los plumas están prohibidos para ir en moto en invierno y que donde esté una buena “chupa” con borreguito que se quiten todos los Moncler vendidos y por vender. De mi amigo Mario, que se puede ver a las personas a través de ellas, pero hay que tener ese don. Él lo tiene. A ver si me enseñas. De Javier Moll, que todos es mejor que algunos. De Beatriz Sebastián, mi asistente, que una sonrisa es la llave que todas las puertas abre. De Telmo Rodríguez, que elegir el mejor pan de Madrid no es moco de pavo. De Santi Vivanco, que la bibliofilia es una de las filias más peligrosas. Y qué gusto compartirla. De Carlos Risco, que se puede vivir con menos de lo que significa la palabra poco.

De Valentine Riccardi, que con una sonrisa los retratos salen mejor. De Mauricio Vicent, que escribir entre líneas es todo un oficio. De Ignacio Quintana, que arriba o abajo son dos palabras que si se llevan bien, se llevan bien. De Pablo Alomar, que el sake tiene las cuatro letras más fascinantes que uno pueda saborear en la garganta. 

De Daniel Entrialgo, que los sapos son menos sapos si se tragan como lo haría Michael Caine. De Wally López, que un DJ que presume de ser papá no mola menos.

De Rolf Fehlbaum, dueño de Vitra, que uno puede ser el rey del diseño pero que lo que le hace sonreír es su colección de robots. De los hermanos Bouroullec, que los amigos son los que se eligen pero la familia no. 

Y de Ceeseppe, que la vida son dos días. A veces uno y medio. Son muchos más de los que cito. La memoria me falla, pero el aprendizaje queda.

Pensará el lector, eso sí, que el cronista vive en la farándula permanente. No es del todo correcto si me imagina permanentemente vestido de faralaes. También he aprendido, aún más, de los míos, pero sus nombres están en negrita solo en mi corazón. 

Menudo año. Me sale el aprendizaje por las costuras. ¿Qué es estar vivo sino mantener viva, incandescente, la curiosidad? Feliz año a todos los lectores.