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Desde que el pasado 5 de octubre un reportaje en el New York Times descubriese que el intocable productor cinematográfico Harvey Weinstein en realidad y desde 1979 es un auténtico depredador sexual, más de 60 mujeres (entre actrices, periodistas, presentadoras, asistentes de producción…) han roto su silencio y contado públicamente los abusos sexuales a los que fueron sometidas por él. Así nacía el movimiento de denuncia #MeToo (#AMiTambién) en el que entre otros nombres están el de Ashley Judd, Rose McGowan, Rosanna Arquette, Mira Sorvino, Gwyneth Paltrow o Angelina Jolie.

Pero el tsunami Weinstein ha mostrado que el acoso sexual no es solo propio de la meca del cine sino transversal a una sociedad machista que cosifica a la mujer y que patrocina la cultura de la violación. De hecho según un estudio de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales (FRA) el 55% de las europeas han sido víctima de acoso sexual. O lo que es lo mismo, 102 millones mujeres, han tenido que soportar en algún momento de su vida besos, abrazos, tocamientos indeseados, comentarios sexualmente insinuantes, mensajes sexualmente explícitos o conductas exhibicionistas. Los datos además añaden que el acoso a una de cada 5 de estas mujeres se prolongó más de dos años o que solo un 4% denunció el incidente a la policía.

Un silencio que ahora gracias al movimiento #MeToo, -y que en nuestro país han abanderado actrices como Leticia Dolera, Leonor Watling, Carla Hidalgo, o modelos como Minerva Portillo y periodistas como Marisa Gallero- ha servido para dos cosas: sanar la vergüenza que sienten las mujeres cuando pasan por esta triste y desagradable experiencia pero sobre todo para sacar los colores al machismo. “El #MeToo es sanador y poderoso porque pone voz al silencio y al sufrimiento callado de quien lo padece y lo convierte en un movimiento feminista liberador”, afirma Isabel Mastrodoménico, directora de la Agencia de Comunicación y Género y experta en Igualdad. “Hablar es romper con el estereotipo machista que culpabiliza y responsabiliza a la víctima de una situación que ella no ha creado. La sociedad nos educa a nosotras a cuidarnos para no ser violadas o agredidas, pero no educa a los hombres a que se nos respete. La carga de la culpa cae sobre nosotras y esto dificulta que las mujeres puedan relatar lo sucedido no solo por el peso brutal de lo vivido sino por contarlo y enfrentarse a todo tipo de juicios de terceros por contarlo”, añade Mastrodoménico.

EL ESPAÑOL ha recabado la opinión de otras cinco mujeres que también se han sumado a decir #MeToo y que quieren poner así fin a esta lacra social.

TERESA RODRIGUEZ, POLÍTICA

Teresa Rodríguez @TeresaRodr_ coordinadora y portavoz de Podemos en Andalucía sufrió hace justo un año (el 20 diciembre de 2016) una agresión “degradante y sexista” por parte del empresario sevillano Manuel Muñoz Medina, quien la acorraló e intentó besarla en un acto institucional. El vil episodio lo relató en primera persona la política andaluza en su muro de Facebook. Ahora Muñoz, para quien todo fue “una mera broma” y que de la parlamentaria dice es "una persona timorata" o "de tal debilidad emocional ya que un simulacro de beso le haga sentirse gravemente humillada y ultrajada", está procesado en el Juzgado de Instrucción número 11 de Sevilla por unos hechos que podrían ser constitutivos de un delito de atentado contra la autoridad.

¿Tu denuncia ha ayudado a sensibilizar a otras mujeres en tu misma situación a hablar y de paso a sensibilizar a los hombres?

Eso espero. Sobre todo espero que la denuncia haga pedagogía con los hombres que son los que la necesitan. Decir, ¡señores!, la palmadita en el culo a la secretaria, el acercamiento de cebolleta a la compañera en la oficina, el acoso a la viandante desconocida, el 'catenaccio' a la recién conocida en la discoteca, te pueden llevar a los tribunales.

Me gustaría que la vergüenza social y personal recaiga sobre quienes abusan y acosan y no sobre las abusadas y acosadas. Yo quiero empoderar a las mujeres, sí, pero si solo depende de que seamos todas wonder woman no va a funcionar. Hay que señalar a los hombres que acosan, humillan y abusan y hay que señalar al sistema, ese es el que nos disciplina desde pequeñas y pequeños como seres de distinta estatura. Como agresores y agredidas o como protectores y protegidas. Se llama patriarcado, es un sistema de dominación milenario y está implantado en todos los países del mundo además de en nuestras propias mentes.

¿Qué tiene que pasar para que dejen de darse estos acosos?

Tienen que desaparecer las bases materiales y simbólicas de la discriminación sexual. Tienen que desaparecer las brechas salariales, la división sexual del trabajo y del empleo, el neoliberalismo que abandona los servicios públicos y deja el cuidado de las personas sobre las maltrechas espaldas de las mujeres. Y también tienen que desaparecer los catálogos de juguetes por colores y por roles, el verdadero adoctrinamiento escolar de género que le dice a la niña que sus atributos deben ser la docilidad, el miedo y la necesidad de protección y que le dice al niño que sus atributos deben ser la dominación y el control. Un sistema que enseña violencia pero que no enseña gestión de emociones, frustraciones, libre autodeterminación, respeto y afectos. Desaparecerá cuando acabemos con la cosificación de la mujer en la televisión y en la publicidad y cuando veas a tu padre levantarse mil veces en la cena de navidad para atender a la familia. Acabará cuando dé exactamente igual lo que tengamos entre las piernas para construirnos como personas radicalmente libres y profundamente respetuosas con la libertad de las otras personas. Vamos, que queda mucho.

ANA ALFAGEME, PERIODISTA

Ana Alfageme

Ana Alfageme

Ana Alfageme @anaalfageme es periodista pero su otro curriculum, el vital está marcado en tres ciudades diferentes por el silencio y el miedo. Y es que esta profesional especializada en derechos humanos y salud, no solo sintió pavor por una agresión ni una vez, ni dos, sino hasta tres veces. “Hay tres momentos de mi vida que yacen sepultados en un rincón muy oscuro de mi cabeza. El más anestesiado”, explica.

Son tres instantes, que como tres icebergs, estaban varados en su vida “entre la niebla de la memoria”, hasta que el reciente juicio a La Manada los ha hecho visibles a los demás a través de su artículo “La historia de las que cambiamos de acera al ver un hombre por la noche. Por qué no denuncié las agresiones sexuales que he sufrido”. Este mediático proceso judicial ha hecho sacar fuerzas a Ana, o mejor dicho voz, y sobre el teclado ha vomitado lo callado durante tantos años. “Según pasaba este juicio mi dolor fue mutando en furia. Aumentaba el deseo de contar lo que me pasó a mí. Lo que nos pasa a todas. Concretamente a una de cada tres mujeres. Y de contar también por qué no lo denuncié”, explica.

¿Cómo te ha afectado el silencio?

Después de la primera agresión en la calle, en los siguientes se lo conté a algunas personas, pero nunca a mis padres ni a mis amigos más íntimos. Todo esto lo sepultas. Tu memoria fabrica una especie de empalizada que te protege del dolor. No sabes hasta cuando llega el daño. Cuando me puse a escribir, a derrumbar el muro y a revisar el dolor comprendí que mi silencio fue sinónimo de vergüenza, de culpabilidad o de negación, ya que esa es la forma más básica de enfrentar un trauma.

¿Te ha liberado escribir?

Contar ha sido un bálsamo, la llave a otra libertad. Quiero contribuir a hacer visible el lado más espantoso del machismo, y de una forma u otra, que mi testimonio sirva de espejo para ellas y de cuestionamiento para ellos a través de la empatía. Cuento esto porque ahora puedo hacerlo. Porque entiendo a todas las que, como yo, no denunciaron. Que se sintieron culpables. Por caminar solas de noche en un lugar extranjero. Por no resistirse. Por no reaccionar. Ellos son los únicos culpables. Sirva para que una sola mujer, en este momento, no se calle. O para que un hombre, aunque solo sea uno, se ponga en mi piel.

CLARA SERRA, DIPUTADA

Clara Serra

Clara Serra

Clara Serra @Clara_Serra_ diputada en Madrid de Podemos y profesora de Filosofía también dio un paso al frente y denunció, entre otras situaciones, “haber sido agarrada por un desconocido en medio de la calle” y la pasividad de quienes cada día presencian estos episodios y no hacen nada. “Cientos de mujeres salimos a hacer visibles situaciones que no son invisibles porque ocurran fuera de los espacios públicos sino porque, aunque pasan delante de nuestros ojos, están normalizadas y consentidas”, explica Serra en el vídeo que colgó en su día en su perfil de Instagram.

¿Qué significa para ti romper el silencio?

Romper el silencio es, por una parte nombrar lo que permanecía sin nombrar, oculto e invisible, no por estar desaparecido sino por aparecer bajo el manto de la normalidad. A veces las cosas no se ven no porque no estén presentes sino porque están perfectamente integradas y asumidas, es el caso del acoso y el abuso de poder sexual, algo que en mayor o menor grado ocurre en espacios públicos como centros de trabajo o el transporte público. Romper el silencio es ponerle nombre e identificar esas actitudes como el machismo y hacer que aprendamos a mirarlas, que salgan de la normalidad, que nos extrañen y que las denunciemos. Romper el silencio es también que las mujeres hablen como sujetos dueños de sus cuerpos, de su deseo y de su voluntad, que afirmen lo que quieren y lo que no. Eso también es una manera de romper el silencio

Y ¿vivir en una sociedad que nos cosifica a las mujeres?
Una sociedad que nos cosifica es una sociedad donde somos objetos y no sujetos, donde somos objeto de la voluntad de otros, objeto de deseo de otros y donde nuestra propia voluntad o nuestro deseo nunca se esperan. Una sociedad que nos cosifica es esa donde las mujeres son vistas solamente como cuerpos a los que los hombres tienen derecho de acceso por sus privilegios como hombres.

ALEJANDRA AGUDO, PERIODISTA

Alejandra Agudo

Alejandra Agudo

Alejandra Agudo @SandraGud es otra periodista que forma parte de las estadísticas, de esas que dicen que cada ocho horas una mujer es violada en nuestro país. Ella, una noche del verano del 99 estuvo a punto de ser violada en su portal, y como acaba de escribir en No fue mi culpa ha decidido quitarse este peso y contar lo sucedido para ayudar a otras mujeres

¿Cuánto pesa la culpa?

Apenas tenía 16 años cuando un joven trató de violarme en el portal de mi casa y me sentí culpable por ello. Y la culpa pesa. Mucho. Culpabilizarnos es nuestra manera de tratar de explicar por qué nos ha tocado a nosotras. ¿Qué hemos hecho mal? ¿Hemos provocado de algún modo la agresión? ¿Nos lo merecemos? Las preguntas son erróneas, como lo serán todas las respuestas. Partimos de la premisa de que nosotras hemos cometido algún error –llevar ropa provocativa, por ejemplo- y no hay error que justifique que alguien invada tu cuerpo sin tu permiso. Es un delito y el culpable es el agresor. Punto. ¿Parece fácil entenderlo, verdad? Pues no lo es. En mi caso, llegué a pensar que me había dejado la puerta de mi portal abierta adrede para que el agresor entrase.

Ese sentimiento de culpa, mezclado con vergüenza, acabó convirtiendo lo que me había pasado en un secreto. La culpa te hace callar. Tuvieron que pasar algunos años hasta que empecé a contar abiertamente este episodio de mi vida (y desgraciadamente de muchas) cuando salía el tema de conversación. ¿Por qué no? No fue mi culpa. No es un secreto. Y dejó de serlo definitivamente cuando decidí publicarlo. Llevaba un año pensando en hacerlo, pero me frenaba (todavía) el miedo a ser juzgada en las redes sociales. Afortunadamente, finalmente lo publiqué.

¿Te sientes una heroína?

Tras publicar el artículo, mucha gente me agradeció la valentía. Todavía me cuesta entender por qué es valiente contar una agresión sexual. No debería serlo y creo que muchos piensan que lo es porque te expones al juicio ajeno. Es una pena. Lo consideramos un acto heroico porque sabemos que habrá quien nos acusará, nos juzgará y nos culpará. Ese es el riesgo que corremos y lo que convierte nuestros testimonios en relatos valientes.

¿Qué se ha removido en ti?

Una amiga me preguntó si me sentía aliviada después de publicar el artículo. Ya lo tengo muy superado, le respondí. No lo hice para sentir alivio. No lo escribí para mí, sino porque considero que hasta que no lo contemos -en los medios, las cenas de Navidad, en charlas de bar o en el trabajo- no dejará de ser un problema íntimo y privado de cada una. Y no lo es. Es un problema público de primer orden. Nos pasa a demasiadas.

Lo que importa no es lo que se haya removido en mí al escribir y publicar el artículo, sino lo que el texto haya removido en quienes lo han leído. Me consta que ha tenido un profundo efecto en muchas personas, pues me han escrito por redes sociales y correos contándome lo mucho que les ha impresionado leer mi historia. En persona, amigos y familiares me han revelado el impacto que el artículo que ha tenido en ellos. Sé que algunas mujeres se han animado a contarles a sus familiares que a ellas también les ha pasado algo parecido después de haber leído mi experiencia. Solo por eso, ha merecido la pena publicarla. Es necesario que, como sociedad, entendamos que esto no es algo que solo les pasa a unas pocas. No es anecdótico. Nos sucede a muchas, a las actrices, cooperantes, políticas, amas de casa, estudiantes, abogadas… solo porque somos mujeres. Solo porque somos mujeres.

LUISA VELASCO, INSPECTORA DE POLICIA

Luisa Velasco

Luisa Velasco

Luisa Velasco @LuisaVelascoRie es Inspectora de Policía Local y hasta el año 2000 tenía una carrera brillante. Vivía por y para su trabajo: “proporcionar ayuda a tantas y tantas víctimas supervivientes de violencia y sus familias”. Hasta que comenzó una pesadilla que a día de hoy aún continúa. Cuando era oficial, un superior (del que no puede decir públicamente su nombre porque puede suponerle demandas por difamación) le propuso mantener relaciones y ella se negó. “Acababa de divorciarme y pensé que era una tontería y se le pasaría”. Pero no fue así.

Hoy esta doctora especializada en Psicología, mediación familiar y violencia de género, ha decidido sacar su historia de acoso sexual y laboral fuera de Salamanca, la ciudad en la que reside, y gritarla a los cuatro vientos. “Cuando veo a las actrices que han denunciado. Nadie duda de ellas, son creídas. Cuando Zaida Cantera contó su caso a Jordi Evole, todo el mundo la creyó, nadie dudaba. Mi caso es muy parecido al suyo pero ¿te das cuenta? Yo escondida, apestada, como si yo hubiera hecho algo malo. En el fondo me dan envidia al menos las creen, es lo que nos queda, que nos crean”, comenta apenada. “Todo lo que me está sucediendo es tan doloroso. Las pesadillas con él sintiendo que me toca, me agarra...cada día pensando en él, en todo lo que me hacía. Unas pesadillas terribles”, relata.

SU REPUGNANTE OLOR Y ALIENTO

Y es que Luisa aún siente en su piel “sus asquerosas manos; la cantidad de veces que accedía al cuarto de las taquillas de las mujeres dónde nos cambiábamos de ropa…Su aliento junto a mi cara… No puedo olvidar su repugnante olor. Estuve soportando esta situación durante mucho tiempo hasta que finalmente decidí poner en conocimiento de los superiores estos hechos, ya que del acoso sexual pasó al acoso laboral”, comenta en exclusiva a EL ESPAÑOL.

Un acoso que llevó a los tribunales pero que el juez estimó no eran acciones constitutivas de delito. “Pero esto me sirvió para que durante un tiempo me dejase en paz. Estuvo fuera de la ciudad durante un tiempo, lo que afortunadamente le alejó de mí, mientras yo continuaba con mi vida y con la misma ilusión por mi trabajo”. Tanto fue así que Velasco siguió con su trayectoria profesional sin problema alguno, asciendo a Subinspectora en 2006 y a Inspectora, en 2010. “Intenté que aquello fuera algo del pasado, había decidido por mi salud cerrar esa puerta, que juro pensé que jamás se volvería a abrir”.

Sin embargo no fue así. “En el año 2010 este señor regresa y vuelve con sus pretensiones aproximándose de forma sibilina, pero es frenado por quien era el Jefe de la Policía en aquél momento”. Dos años después su vida volvió al calvario cuando su agresor fue ascendido a Jefe superior, quedando el anterior jefe apartado. “Me veo sola, con una nueva corporación municipal, y ¿por qué no decirlo? avergonzada también. De repente con sus conductas surgieron los fantasmas del pasado. Invadida por el miedo sabía lo que se me venía encima. Sabía que no tardaría en intentar de nuevo su propósito y que además no olvidaría aquella denuncia”, rememora.

Sin embargo su jefe había cambiado de táctica. “Comenzó con rozarme ligeramente las manos cuando intercambiábamos algún documento; pensé que era imposible, que serían imaginaciones mías. No podía creerlo, no quería pensar que el sufrimiento volvería de nuevo. Ese asco, esa repugnancia que me producía… Me agarraba los brazos, me aproximaba hacía él, me cogía de las manos… me bloqueaba tanto que ni siquiera era capaz de soltarme y echar a correr. Solo podía llorar cuando estaba a solas. No me atrevía a contarlo. Sentía una profunda vergüenza ¿Quién me creería? Si anteriormente no me creyeron porqué ahora sería diferente. Soporté humillaciones, vejaciones, miedo, discriminación (soy la única Inspectora del Cuerpo) mi salud se resentía cada vez más”, comenta Velasco.

La situación era tan insostenible que a finales del 2013, y tras varios episodios más graves ella volvió a denunciar. “Esta vez penalmente, con un gabinete de abogados fuera de mi ciudad (el miedo es libre ante el poder). Inicio acciones penales pero el juez estimó que dichas acciones no eran constitutivas de delito, lo que no quiere decir que no existieran, sino que no tenían relevancia penal, si bien en el ámbito social he logrado dos sentencias favorables, estimando que se trata de un accidente laboral”, explica.

¿Por qué lo cuentas ahora Luisa?

Porque ahora puedo hablar sin llorar. La cicatriz queda pero aprendes a vivir con ello. No quiero callar más. Porque el silencio nos hace cómplices. Cuando no te creen te sientes culpable de haber sacado todo a la luz. Porque me lo debo y se lo debo a las personas que me han apoyado y me han creído. Ya no siento vergüenza. Merezco que se sepa lo ocurrido porque quien tiene que agachar la cabeza es quien acosa y quien se tiene que avergonzar. Porque no quiero esconderme más. Debo ser congruente con mis valores, defender mi dignidad, la mía y la de tantas mujeres que, como yo, se enfrentan al acoso cada día sin saber qué hacer. Para que la sociedad, las autoridades, dejen de mirar para otro lado. Porque hoy soy yo y mañana, puedes ser tú”, finaliza.

CONCIENCIAR, LEGISLAR Y PENALIZAR

Acabar con esta plaga que encarcela de por vida a mujeres como Luisa solo se cura de una manera: educando en la igualdad. “La educación nos enseña a callar. La estrategia de mantenernos calladas y culpables ayudaba al machismo a invisibilizar su violencia. En el momento en que las mujeres hablan se fracturan esas dinámicas que socialmente están aceptadas y arraigadas y se produce el cambio. De la misma manera que el #MeToo ha ayudado a sacar a luz esos abusos, el #YoSiTeCreo, nos ha fortalecido a las mujeres. Ahora hay que dar un paso más allá para que no se quede en algo puntual, crear campañas de concienciación y poner en debate no solo en la agenda feminista sino en la agenda jurídica y legislativa”, subraya esta experta. Y es que como dice Luisa en su perfil de twitter “la verdad no mancha los labios de quien la dice, sino la conciencia de quien la oculta”.