En agosto todo se derrite: los helados, las ganas de madrugar y las fronteras que separan lo que enseñamos, lo que ocultamos y lo que no nos atrevemos a confesar. Decía Gabriel García Márquez que “todo hombre tiene tres vidas: una pública, una privada y una secreta”. Y basta sobrevivir a un agosto para darse cuenta de que tenía más razón que el meteorólogo que, con cara de sorpresa, anuncia que se avecina una ola de calor. En agosto.

La vida pública de los que no somos famosos se cuece, sobre todo, en terrazas redes sociales. Allí posamos entre sombrillas y tintos de verano, intentando parecer más delgados, más divertidos y más morenos de lo que realmente estamos. Ahí no hay masificaciones, los coches no se convierten en hornos con ruedas, no se ven rabietas de niños en la playa. Instagram Agosto, con sus vacaciones y sus atardeceres, es el mes estrella de ese escaparate: imágenes idílicas, casi idénticas de pies en la arena, sombreros de paja, horizontes infinitos y ese ‘salty hair I don’t care’.

Después está la vida privada. La que empieza cuando cerramos la persiana para que no entren ni el sol ni la mirada del vecino. Ahí ya no importa la postura, el encuadre, ni el filtro. Es la vida en la que caminamos por casa con ropa holgada que nunca verá la luz de la calle; discutimos para saber quién olvidó rellenar la jarra y nos ha dejado sin agua fría; y ponemos en alto las piernas hinchadas por culpa del calor. Y en esta intimidad tampoco importa si un vecino cotilla nos ve desde la terraza, porque igual que en su casa, también se encontrará con siestas eternas y cenas a base de sobras del mediodía.

Por último está la vida secreta. Esa que no se asoma ni en stories, ni en la terraza. Pensamientos que nadie conoce, una canción terrible que escuchas en bucle, el ex que sigues stalkeando desde la penumbra, una frase que has guardado y que nunca utilizarás. Esa parte que escondemos, muchas veces sin saber por qué.

El problema es que agosto actúa como un confesionario improvisado que derrite las barreras, suelta las lenguas y mezcla las tres vidas como los hielos con el tinto de verano. Y entonces, esa playlist vergonzosa empieza a sonar en el coche con tus amigos; se hace un silencio justo cuando estabas escuchando un audio antiguo de tu ex; y lo que juramos no contar ni bajo tortura, sale a flote en el chiringuito entre cervezas tibias.

En agosto todo se derrite perdona. Es culpa del calor, que derrite hasta los cerebros. Ya en septiembre, cuando refresque y se asiente la rutina, volveremos a reconstruir fronteras fingiendo que esas tres vidas nunca se mezclaron. Eso sí, esconded en una carpeta secreta todas las fotos que deberíais borrar al terminar agosto.