Hace unos meses leí un artículo en el que el autor confesaba, en tono de enfado, que no  entendía las famosas “cenas de chicas”.  

Decía que estas cenas eran una especie de club secreto, en el que las mujeres  aprovechaban para criticar a sus maridos, airear trapos sucios y hacer rituales de  invocación contra los hombres

Yo, por supuesto, me imaginé la escena: mujeres escondidas en el reservado de cualquier  restaurante, vestidas con largas capas negras, copa de vino en una mano y varita mágica  en la otra invocando a Virginia Woolf entre croquetas de jamón y patatas bravas.  

Pero no. La realidad mucho más peligrosa: en las cenas de chicas, nos reímos. 

Porque cuando nos juntamos, se habla de todo. De lo bueno, de lo malo y de lo ‘ni fu ni  fa’. A veces le toca a una estar hecha una mierda un trapo, otras veces viene otra con la  corona de ‘drama Queen’ bien puesta. La que hace dos meses estaba llorando por su ex,  ahora está radiante porque ha conocido a uno que no duerme con calcetines. Progresos. 

Hablamos de bodas, de hijos, no hijos, de buscar pareja o querer dejarla. También  criticamos a las que no han venido a la cena (somos humanas, no santas) y especulamos  sobre si “algo le habrá pasado con Juan, porque hace tiempo que no cuelga stories con  él”. 

Por supuesto que hablamos de hombres. Del que nos dejó con el doble check del  whasapp sin responder, del que desapareció después de decir ‘te quiero’, del que escribe  como si le cobraran por palabra (Ok, vale, sí) y del que se cree intenso por poner frases  de Sabina. Enseñamos la cuenta de Instagram de nuestra última conquista y debatimos  sobre si esa camisa es motivo suficiente para descartarlo. 

También hablamos sobre el jefe que huele a colonia del 2002, si el Cross-fit es la nueva  secta el nuevo entrenamiento de moda, si la que no ha venido a la cena se ha pasado con  el Botox no como nosotras y del vestido nuevo de una influencer y que se parece al que tú  llevabas en la Primera Comunión de tu prima. En 1997. 

Y mientras todo eso ocurre, pedimos todo para compartir: tartar de salmón, ensalada de  tomate, niguiris, una carne con patatas fritas, y tarta de chocolate de postre, con varias 

cucharas. Brindamos con cerveza, vino y terminamos la cena con chupitos y una teoría  sobre por qué el ex de una sigue mirándole los stories sin reaccionar jamás. 

Estas cenas son terapia sin diván. Porque entre carcajada y carcajada, te das cuenta de  que lo que te agobiaba ya no pesa tanto. Que tus dramas pierden importancia cuando se  dicen en alto y que reírse de una misma es muy liberador. 

Así que, querido lector (sobre todo si eres hombre y te han colado en una de estas cenas  por error, por amor o por castigo), no pienses que esto es un aquelarre. Aquí no hay  brujería, solo hay amigas con hambre, ganas de arreglar el mundo y de reírse a base de  niguiris y sinceridad  

¿O es que en las cenas de chicos no hay trapos sucios y solo se habla de geopolítica  internacional y literatura rusa?