Vivir frente al mar en A Coruña II: Una casa de Manuel Gallego en Corrubedo

Vivir frente al mar en A Coruña II: Una casa de Manuel Gallego en Corrubedo Nuria Prieto

Ofrecido por:

Conoce Coruña

Vivir frente al mar en A Coruña II: Una casa de Manuel Gallego en Corrubedo

El arquitecto Manuel Gallego, asentado en A Coruña desde los primeros años de su carrera profesional, construyó una de sus primeras obras en Corrubedo. Situada frente a la playa de Ladeira cuando apenas existía ninguna construcción, esta obra es capaz de leer el territorio y situarse en él de forma consciente

Puede interesarte: Vivir frente al mar en A Coruña: una Casa de Estanislao Pérez Pita y Jerónimo Junquera

Publicada

Hay pequeños sueños de papel. Esos que se guardan en una nota como un pequeño tesoro porque, más que un sueño, albergan una esperanza. En la juventud, y especialmente cuando en ese periodo se atraviesa una etapa de aprendizaje intenso, las ilusiones se proyectan sobre una extensión de tiempo que parece interminable. Hay incertidumbre, pero también hay mucho camino. En ese momento, el aprendizaje sirve de herramienta para imaginar el futuro. En las formaciones creativas, la imaginación impulsa con más fuerza la mirada sobre el futuro. Tras muchas horas de biblioteca, dibujo y conversaciones, un arquitecto sale de su formación con una energía creativa capaz de proyectar cualquier sueño, aunque solo sea en papel.

Leer puede ser un aprendizaje, aunque a veces, las palabras no se fijan en la memoria, sino que se olvidan irremediablemente. A pesar de ello, algo siempre se queda, escondido detrás de los recuerdos y las emociones. Las palabras de algunas lecturas construyen ideas que, con el paso del tiempo, se tejen con la experiencia, el conocimiento y el contexto. Una de las reflexiones más interesantes para un arquitecto es la vivienda, y más allá de ello el concepto de habitar, es decir, la relación del ser humano con el lugar, con el territorio.

“Los mortales habitan en la medida en que reciben el cielo como cielo; en la medida en que dejan al sol y a la luna seguir su viaje, a las estrellas su ruta, a las estaciones del año su bendición y su injuria; en la medida en que no convierten la noche en día, ni hacen del día una carrera sin reposo” Martin Heidegger

La casa de un arquitecto es un lugar construido en la memoria antes incluso de ser una idea. Es un sueño de papel en el que la reflexión sobre sobre el hábitat gravita sobre la propia percepción del lugar. El conocimiento del territorio es una labor compleja, un acto cultural basado en la experiencia o en la mirada curiosa y crítica de quien busca comprenderlo. El territorio define la cultura del lugar, ‘construyendo’ a las personas, pero también su arquitectura y sus costumbres. Habitar el territorio, significa formar parte de su cultura, no solo como imagen, sino de forma profunda, estética y consciente. Quizás, comprenderlo, aleja la ambición aprendida del ser humano por colonizar, y la transforma en una mirada respetuosa por lo local. Aquella que no busca dejar huella en el territorio sino formar parte de él. Quien conoce bien el lugar, porque su cultura forma parte de su biografía, es capaz de situarse sobre él de la forma correcta, con humildad, consciente de que no es el ser humano el que alecciona a sus iguales, sino que es el territorio el que, a través de los procesos adaptativos, define su carácter, su cultura y su relación con el territorio. No comprender el territorio, dibuja una realidad superficial, intervenciones que humillan la cultura popular en favor de una imagen. La profundidad cultural de un lugar es tan grande que el análisis sobre la forma en la que se habita define su dinámica y su carácter singular. Una obra de arquitectura requiere una gran sensibilidad en la comprensión del lugar, aquella de quien ha dibujado una y otra vez sus árboles, sus paisajes, desde su interior y no desde una mirada ajena o externa.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

“Yo creo que todas las personas tienen una sola idea creativa básica, y cualquiera que sea su camino, verás que siempre regresarán a esa idea en su forma pura o morirán sin realizarla” Frederick Kiesler

Manuel Gallego contaba en una de sus conferencias que llevaba dibujado en un papel el plano de una casa. Una vivienda para él y su familia, sencilla y humilde. Había doblado el papel tantas veces como era necesario para poder guardarlo en una cartera “como quien lleva la carta de una novia”. Un sueño dibujado de quien conocía tan bien el territorio, tanto que era capaz de soñar cómo habitarlo a través de un lápiz en su mano. Pronto, este se hizo realidad y en una pequeña parcela cerca de la playa de Ladeira, Gallego construyó una casa para él y su familia. Un refugio para las vacaciones que, comprendía el lugar y permitía sentir la naturaleza como algo intrínseco a la vida frente a una realidad cada vez más aséptica.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

Una casa en Corrubedo

La parcela se encontraba próxima a un paraje natural formado por enormes dunas que se abría al atlántico en la convergencia de la ría de Noia con la ría de Arousa. Entonces, en 1968, allí no había nada. El entonces recién titulado arquitecto, decide comenzar el proyecto desde un elemento fundamental de la cultura gallega: el muro. El muro que protege del viento, que sirve de refugio y apoyo permitiendo un espacio tranquilo donde estar. El muro es siempre un elemento extraño al paisaje, sin embargo, se integra en él subrayando sus formas. De alguna manera, la naturaleza admite esta construcción como ordenación necesaria de su caos intrínseco para crear pequeñas zonas de refugio. Dentro del recinto creado por el refugio aparece la casa, dentro un área habitable, es decir, dentro de un hábitat.

“La arquitectura es la búsqueda de uno mismo, sin olvidar su carácter social y su realidad física” Manuel Gallego

La casa de Corrubedo, se sitúa en un contexto aparentemente hostil: un paisaje horizontal, con vientos fuertes, rocas, arena y vegetación baja. Habitar ese lugar requiere del muro, pero también de una morfología que emerja de la propia cultura local y del concepto que se encuentra en la génesis de esta: el cobijo en el territorio. La presencia del ser humano en el lugar debe permitirle habitarlo en comunidad, pero también de manera independiente, es decir, la identificación con la forma de estar ha de ser social e individual. La casa parte del territorio, pero también de una lectura de aquello que resulta esencial para crea un espacio confortable capaz de proteger al ser humano. La casa protege al cuerpo, emergiendo como un volumen entre muros que alberga un programa sencillo: cuatro habitaciones, una cocina y una sala de estar. La casa se asoma sobre el muro, como un faro en busca del mar. Esta posición protege a la casa de los vientos y del clima.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

La casa fue construida por un albañil local. Así desde el proyecto a la obra terminada (1969-1970) la casa se integra en la cultura local. En el momento en que fue terminada, este proceso podría ser visto como un acto natural y lógico, pero con el paso del tiempo, la claridad de la tecnología constructiva utilizada se revela como una narrativa que forma parte de la historia del lugar. La casa es, constructivamente sencilla, con huecos de pequeño tamaño y estructura de muros de carga, a excepción del mirador. Una mirada lejana sobre un horizonte abstracto, o en palabras de Rainer Maria Rilke “En ninguna parte una torre. Y siempre la misma imagen”. Esa imagen no es un gesto aleatorio, sino una forma discreta de mostrar la presencia humana en el lugar.

“Lo irreparable es que las cosas sean como son, en este o aquel modo, asignadas sin remedio a su manera de ser. Irreparables son los estados de las cosas, tal como ellos son: tristes o ligeros, atroces o felices. Como el mundo es, como tú eres, esto es lo irreparable” Giorgio Agamben

Entonces, en 1971, apenas existía ninguna construcción en el lugar. Una década después la casa de Estanislao Pérez Pita y Gloria García-Lorca se construyó a pocos metros. Tras ellas, poco a poco la zona comenzó a poblarse con más construcciones, pero el lugar permanece. La casa proyectada y construida por Manuel Gallego permanece con el lugar, formando parte de él, tal y como es.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

Un capítulo más

Una casa de verano es un lugar especial, y cada vez más, un pequeño sueño. El lugar se convierte en un espacio con el que la memoria y la imaginación juegan en torno a la idea de refugio. Uno en el que la actividad va destinada a la esencia de la propia vida: estar en el lugar y sobrevivir en él. Y como todo sueño, la casa se convierte en una historia.

“Todo artista nos habla de su mundo. Eso es lo que hacen los creadores, pero todo depende en cómo de fácil sea para ellos narrarlo” Manuel Gallego

El arquitecto es un narrador del lugar. Quizás porque si es un buen creador, comprende el lugar y es capaz de introducir un capítulo más a su historia. A veces los sueños solo son un capítulo más de una historia.