14 mayo, 2023 01:43

La RAE aún no ha incluido el término magufología en su diccionario, pero de continuar abriéndose camino la senda de desinformación en redes sociales a golpe de bulo no resulta disparatado pensar que la máxima institución de la lengua española sume a sus infolios este neologismo. Su definición podría ser algo así como 'especialista en la difusión de mentiras o medias verdades, con o sin conocimiento de causa, cuya intención es promover embustes'. El palabro se antoja ideal para definir a quienes promueven fake news tales como que Pedro Sánchez derruye presas para empeorar la sequía, que la Agenda 2030 inocula chips en las vacunas de la Covid-19 que imantan a sus bípedas marionetas o que los chemtrails que tajan el azul celeste con sus cicatrices blancas son consecuencia de la fumigación de la población con sustancias químicas y no de, simplemente, los cristales de condensación del queroseno en contacto con el frío de la atmósfera.

El deporte favorito de los negacionistas consiste en contradecir aquello que afirmaba Ockham de que la solución más simple suele ser la correcta y, en su lugar, construir un elaborado discurso que almizcla teorías de las conspiración, medias verdades e ideologías políticas extremistas con el fin de inocular el virus de la duda, primero, y del miedo, después. No extraña entonces que hasta un exdiputado de Ciudadanos, Pablo Cambronero, ahora miembro del Grupo Mixto pero aliado de Vox en su moción de censura, haya caído en las redes de la magufología y llevado al Congreso de los Diputados el debate de los chemtrails. "¿Está el Gobierno manipulando el tiempo a través del rociado aéreo de productos químicos?", se leía en la consulta registrada en la cámara legislativa. "En caso afirmativo, ¿qué productos, modos, sistemas y medios está usando para esa manipulación?".

La cuestión resultaría inocente, casi enternecedora, de no ser porque este tipo de bulos cogen peso al legitimarse políticamente y, en consecuencia, una multitud de personas acaba creyendo en ellos. Quizás por eso Cambronero justificó su no-tan-brillante iniciativa asegurando que si la ejecutó fue "por aclamación popular". Popular o no, lo cierto es que la ciencia debe salir a desmontar este y otros bulos cada cierto tiempo. EL ESPAÑOL | Porfolio ha aprovechado el debate sobre los chemtrails para explicar otras realidades científicas relacionadas con la modificación del clima que también son sujeto activo de descabelladas teorías de la conspiración. Es el caso del bombardeo de nubes con yoduro de plata, el Programa Aurora Activa de Alta Frecuencia o HAARP, los 'ecoguetos de 15 minutos' o la existencia de un complot internacional de geoingeniería climática que trata de manipular la meteorología del planeta. Empecemos.

Un hombre observa un campo de molinos de viento bajo un cielo azul plagado de chemtrails

Un hombre observa un campo de molinos de viento bajo un cielo azul plagado de chemtrails iStock

La eminente actualidad conduce, primero, a la parada de los chemtrails. Se trata de aquellas misteriosas estelas blancas que surcan el cielo azul en los días despejados. Las teorías de la conspiración afirman que son quimioestelas que contienen productos nocivos lanzados por aviones secretos sobre la población con el objetivo de esterilizarla, reducir su esperanza de vida, destruir los cultivos de los agricultores para encarecer la cesta de la compra o, directamente, de modificar el clima del planeta con objeto de disparar la sequía y favorecer que el agua cotice en bolsa. Detrás habría un programa secreto mundial 'globalista', como acostumbran a llamarlo, en el que los gobiernos europeos, secuestrados por las billeteras de los líderes del Nuevo Orden Mundial, 'fumigarían' a la población de forma ilegal y subrepticia.

Aunque este tipo de teorías proliferan especialmente en Estados Unidos, poco a poco intoxican las redes sociales en otros países europeos, hasta llegar a España. "El problema de la teoría de los chemtrails está en que son muy llamativos. Son nubes que ocupan parte de la bóveda celeste y, lógicamente, a mucha gente les llama la atención y se mosquea", asegura Fernando Valladares, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

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El experto se refiere a la oleada de denuncias que se han registrado en los últimos años en la Fiscalía, al menos 39 sólo en Madrid, a las que el órgano judicial, con suma paciencia, ha desestimado amparándose en un informe de 2017 elaborado por Enaire. En él, la empresa de navegación aérea demostró, por petición de la propia Fiscalía ante la avalancha de denuncias recibidas aquel año, que los chemtrails son, simplemente, estelas de condensación de aviones y no un rociado de productos químicos.

"Los chemtrails se empiezan a popularizar en los relatos urbanos después de que un militar asegurara tomar de forma sistemática muestras del suelo y encontrar trazas de productos químicos", recuerda Valladares. "Pero la fiabilidad científica de correlacionar eso con lo que ocurre en la atmósfera requiere de un acto de fe. Así es como se forman las conspiraciones". Otra de las fuentes preferidas de los adictos a la conspiración es un informe de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos titulado Owning The Weather in 2025, de 1996, donde la USAF proyectó la posibilidad de que, en un futuro no muy lejano, Estados Unidos pudiera tener la capacidad de manipular el clima mediante la modificación de fenómenos atmosféricos, algo que, claramente, no ha hecho.

La teoría de que los chemtrails fumigan a la población no tiene base científica porque la cantidad de productos químicos que se necesitarían insuflar en las capas altas de la atmósfera para dañar a la población deberían ser ingentes. "Sería cientos de veces más eficaz intoxicar a la gente a nivel de suelo con un camión. A esas capas altas de la atmósfera, si se lanzase algo, al llegar abajo se habría diluido millones de veces. Para provocar un impacto en la salud tendríamos que hablar de cantidades monstruosas. ¿Quién podría financiar esas trillones de toneladas? Estaríamos hablando de lanzar un avión tras otro; escuadrones de aviones cisterna tirando cantidades astronómicas de forma continua".

Más allá del mentado informe y de la imposibilidad lógica de que existiera un 'fumigado' así de efectivo, uno de los muchos gurús a los que recurren los conspiranoicos para defender sus teorías es al ingeniero Paul Hellyer, nada más y nada menos que exministro de Defensa Nacional de Canadá, quien llegó a afirmar en una entrevista que los cielos están cargados de nanopartículas de aluminio, bario y estroncio y que existen programas de ingeniería climática orquestados por Estados Unidos –una vez más, el programa de la USAF– para modificar la meteorología mundial con Dios sabe qué fines. Sus palabras suscitarían cierto respeto de no ser porque Hellyer ha replicado teorías de la conspiración desmontadas por la ciencia y porque fue la única figura de alto rango en un gobierno del G8 en afirmar públicamente que entre los seres humanos habitan alienígenas

La ciencia del contrail

Dicho lo cual, veamos qué dice la ciencia. ¿Qué es un contrail (este es el término apropiado para la 'estela de condensación', y no chemtrail), cómo se forma, por qué es tan vistoso y cuál es la razón de que algunas estelas duren unos pocos segundos y, otras, minutos enteros? "Todo tiene que ver con las condiciones de humedad y de presión atmosférica", asegura Valladares. "La mayoría de aviones no dejan una estela porque pasan por atmósferas secas con condiciones de presión que no generan agua cristalizada. Cuando se dan ciertas condiciones de frío y de humedad, se producen las estelas de condensación".

Los motores de los aviones funcionan con queroseno, un producto que, como el gasoil o la gasolina de los coches y los barcos, emite CO2, por lo que es contaminante. Durante la combustión del queroseno, se liberan moléculas de agua que salen en estado de vapor. Al entrar en contacto con la atmósfera fría, estas moléculas se cristalizan. Las características de humedad y presión de las corrientes de aire provocan que esos microcristales o bien se disipen rápidamente o bien se mantengan suspendidos por largo tiempo, generando las famosas estelas blancas, muchas veces similares a cerros –a veces se confunden– o nubes en expansión. Si uno pasase la mano, bromea Valladares, sería como "sentir el vapor de una sauna, pero helado".

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"El vapor de agua sale muy caliente y se encuentra con un ambiente muy frío, de unos 40 o 50 grados bajo cero", añade el físico y meteorólogo de Meteored José Miguel Viñas. "Cuando un avión está a 4.000 metros, aunque salga el vapor de agua, no hay una temperatura lo suficientemente baja como para que se congele la estela. Por eso se necesitan entre 6.000 y 9.000 metros de altura. ¿Qué pasa entonces cuando el vapor de agua, que está a 300 o 400 grados, entra en contacto con un ambiente frío? Que tiende a condensarse sobre cualquier elemento o partícula". Estas partículas sobre las que se condensa el vapor de agua se las proporcionan las propias emisiones del motor.

"Para que el vapor de agua llegue a integrarse en un pequeño embrión de hielo o en una pequeña gotita de agua, necesita un soporte físico. Si en el aire no hubiera partículas flotando, sería imposible que se formaran nubes, porque el vapor de agua que hay en la atmósfera no encontraría soporte. En el caso de las estelas de los aviones, lo encuentran en los propios residuos de la combustión que genera el avión, como la carbonilla y otros pequeños metales que se desprenden de los motores. Si no existieran, el vapor que saldría de la tobera podría encontrar partículas naturales, pero probablemente no las suficientes como para condensarse", concluye Viñas.

Fernando Valladares es investigador en el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

Fernando Valladares es investigador en el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Imagen cedida

Uno de los principales argumentos para defender la existencia de los chemtrails son los vídeos de aviones que emiten una serie de gases similares a un fumigado o incluso las imágenes de varios Airbus liberando una gran carga de lo que parece ser una sustancia líquida. "Cuando un avión tiene que hacer un aterrizaje de emergencia, a veces necesitan soltar parte del combustible por las alas, y eso se usa como excusa para decir: '¿Ves cómo no sale por los motores?', explica a EL ESPAÑOL | Porfolio Alejandro S. Borlaff, astrofísico de la NASA

"Gran parte de esta desinformación se basa en usar imágenes que no significan lo que se dice que muestran. Representan cosas a las que, desde el punto de vista de la ingeniería, no todos tienen acceso. Llaman la atención, se viralizan, pero nunca acaba de quedar claro cuál es el objetivo. ¿Fumigar el aire? ¿Cambiar el clima? ¿Atacar con productos químicos a las personas? Si te paras a pensarlo, no tiene mucho sentido, porque casi nada de esto se sostiene técnicamente. Al fin y al cabo, si liberases tantos gases sobre las personas... sería fácil medirlos".

Yoduro de plata y lluvias artificiales

Una de las teorías más comunes en torno a la conocida como geoingeniería del clima es la del sembrado de nubes con yoduro de plata. Esta técnica es bien conocida por los gobiernos y, al contrario de lo que se suele pensar, es completamente real. Se empezó a desarrollar en los años cuarenta y cincuenta en Estados Unidos por la General Electric y en 1979 y 1981 España fue sujeto de experimentación. Amparado por la Organización Mundial de Meteorología, se desarrolló en Villanubla, Valladolid, una iniciativa conocida como Proyecto para la Intensificación de la Precipitación, durante la cual se inyectó yoduro de plata en las nubes vallisoletanas mediante avionetas con el objetivo de estimular la precipitación. 

"El Ejército de Estados Unidos se interesó en el yoduro de plata porque vio una posibilidad de tener un control del tiempo y, a nivel militar, eso es importante", explica Viñas. "¿Qué pasa? Que cuando meten dinero y hacen los primeros experimentos comprueban que, efectivamente, al sembrar el yoduro alguna vez hay respuesta en la nubosidad, pero no se llega la conclusión de que exista un control de lo que pasa dentro de la nube".

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"Puedes intentar estimular una zona, porque lo que hace el yoduro es engañar al vapor de agua", continúa el experto de Meteored. "Tiene una estructura parecida al helio y, en muchos casos, hace que el vapor intente formar ahí un embrión que pueda llegar a crecer como una gota de agua o como granizo, provocando la lluvia".

Los resultados de todas las pruebas realizadas en Europa y Estados Unidos fueron positivos, pero con muchos matices, y se siguió utilizando en otros países. Lamentablemente, actualmente su eficacia no sólo depende de si se inyecta más o menos yoduro, sino de una serie de fenómenos meteorológicos imprevisibles incontrolables por el ser humano. A pesar de todo, hoy lo aplican países como Estados Unidos, Emiratos Árabes UnidosAustralia, México y, sobre todo, Israel. Además, China pretende desarrollar un plan para sembrar nubes en un 56% de su territorio de cara a 2025. Y aunque ahora se utilizan técnicas más sofisticadas, como los cañones de tierra, también se pueden ver avionetas liberando yoduro de plata para estimular las precipitaciones. 

El Ejército chino se prepara para lanzar un cohete con yoduro de plata para sembrar nubes artificiales

El Ejército chino se prepara para lanzar un cohete con yoduro de plata para sembrar nubes artificiales Reuters

"En España el yoduro de plata se utilizó durante décadas en el delta del Ebro", continúa Valladares. "Todavía hay casetas, que ya no se usan, desde las que antes tiraban cohetes que explotaban a cierta altitud y dejaban en suspensión las partículas. No es que sea demasiado eficaz, y además tiene riesgo de contaminación, porque es un material que cae al suelo y contamina. Provoca lluvia en el punto concreto donde los envías y se queda en suspensión, pero eso se provoca a expensas de que no se formen nubes más allá. De alguna forma, 'robas' el agua favoreciendo que se fomenten lluvias en unas zonas y no en otras". 

No obstante, al aplicar esta práctica, se estaría hablando de 'manipulación del tiempo' de forma local y concentrada, y no del clima. "A lo más que podemos aspirar es a provocar una cierta alteración localizada", sugiere José Miguel Viñas. En España, además, esta técnica ya no se aplica desde hace décadas y, si se hace, sugieren los científicos, es de forma residual mediante el uso de avionetas privadas de agricultores o de algunas cooperativas con medios suficientes para tratar de estimular las lluvias sobre sus cultivos o, incluso, para evitar granizadas, ya que los lanzamientos de yoduro muchas veces se utilizan para lograr que el granizo sea de menor tamaño.

El yoduro de plata, por supuesto, tiene su parte negativa y polémica. "Es un metal pesado, y todos los metales pesados tienen efectos en la fisiología humana", matiza Valladares. "Interfieren en muchos procesos metabólicos, inflamaciones, orígenes de cánceres. No es algo que uno quiera cerca. Son malos para la salud de la mayoría de organismos. Como todo, es una cuestión de concentración, y aunque las cantidades no son para saltar las alarmas, nadie lo quiere cerca. Pero recordemos que estamos fumigando con glifosato los cultivos y con nitrato las acelgas y luego nos lo comemos. Ya que estamos, al menos diversifiquemos los venenos", bromea.

'Ecoguetos' de 15 minutos

Otra de las teorías más descabelladas que recorren las redes sociales es la de que las conocidas como 'ciudades de 15 minutos' o Smart Cities buscan convertir a la población en presa de un sistema de 'ecoguetos' controlados por una suerte de 'Gestapo de la sostenibilidad'. El modelo de ciudad sostenible real que promueven algunos gobiernos implica la modificación paulatina de las ciudades para lograr que sus habitantes puedan acceder a todos los servicios básicos que necesiten –trabajo, ocio, alimentación– sin necesidad de utilizar transportes contaminantes o vehículos de combustión. La idea es que, en el día a día, cualquier ciudadano pueda llegar a todos lados en sólo 15 minutos a pie o en poco más de diez en bicicleta. 

El anhelo de este rediseño de las ciudades tiene el objetivo de hacerlas más verdes, más cómodas, menos contaminantes (si su aire fuese más limpio, las grandes urbes europeas podrían evitar al año más de 100.000 muertes prematuras) y, en definitiva, que estas estén más y mejor adaptadas a los retos socioeconómicos y medioambientales que plantea la crisis climática. No obstante, el delirio de la magufología también ha expandido sus tentáculos sobre el concepto de Smart City, y hay quien considera que son un peligro para la libertad.

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Póngase de ejemplo de un artículo publicado por el diario ultra negacionista de la pandemia La Iberia llamado A 15 minutos de la dictadura global. En él se afirma que "mientras nuestros amos se empeñan en eliminar las fronteras con los países vecinos, [los poderes] pretenden levantar muros para no dejarnos salir de nuestras ciudades", y añade perlas como que las 'ciudades de 15 minutos' son una "obra de ingeniería social orwelliana" cuyo ideal se basa en un control "de estilo medieval". El objetivo del Nuevo Orden Mundial, asegura este diario, es crear una suerte de 'ecoguetos' que cercenen la libertad de los pobres humanos, que, anteriormente, ya habrían sido fumigados mediante chemtrails y yoduro de plata. ¿Disparate? Eso no es todo...

Programa Aurora Activa de Alta Frecuencia

HAARP responde a las siglas en inglés de High Frequency Active Auroral Research Program o Programa de Investigación Aurora Activa de Alta Frecuencia. Se trata de un proyecto de investigación desarrollado por el Pentágono y las Fuerzas Aéreas del Ejército de Estados Unidos que fue cedido en 2015 a la Universidad de Alaska Fairbanks para la investigación de los cielos.

Su objetivo es estudiar qué sucede en las capas altas de la atmósfera terrestre, concretamente en la ionosfera, donde hay una altísima concentración de electrones que forman una suerte de plasma en el que rebotan las ondas de radio. "Es una capa muy sensible al sol: cuando nuestra estrella se vuelve más activa, la ionosfera se calienta y genera auroras muy llamativas", explica Borlaff, quien trabaja en la sede de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) en California.

Vista general de algunas de las antenas del programa HAARP, en Alaska, Estados Unidos

Vista general de algunas de las antenas del programa HAARP, en Alaska, Estados Unidos Secoy, A. Wikimedia Commons

HAARP posee un centenar de pequeñas antenas que emiten ondas de radio para calentar pequeños parches de la atmósfera con el objetivo de comprobar si son capaces de generar de forma artificial 'miniauroras boreales', imperceptibles para el ojo humano pero no para otras antenas de radio con capacidad de detectar la excitación de la ionosfera.  "La Tierra tiene una troposfera, que es donde vivimos. Si subes, la composición de la atmósfera es distinta. Baja la densidad del aire, sube la densidad de electrones libres y, alrededor de la Tierra, tienes esa capa de plasma súper práctica, la ionosfera, entre 65 y 400 kilómetros de altura, que podemos usar para enviar ondas de radio", señala Borlaff.

El astrofísico de la NASA recuerda que esta capa está lo suficientemente alta como para que no puedan volar aviones y demasiado baja como para tener satélites en órbita, lo que hace que "sepamos muy poco de ella". Precisamente, el objetivo de HAARP es aprender mejor acerca de la ionosfera y sus posibilidades operativas y, para ello, desde las instalaciones de Alaska, se estimula con energía el conocido como 'electrojet aureal', una suerte de corriente eléctrica que cruza parte de la ionosfera. Mediante esta estimulación, se pueden generar ondas de radiofrecuencia muy baja.

Alejandro S. Borlaff es investigador de la división de ciencias del espacio y astrobiología (Space Science and Astrobiology) del Centro de Investigación Ames de la NASA, en California

Alejandro S. Borlaff es investigador de la división de ciencias del espacio y astrobiología (Space Science and Astrobiology) del Centro de Investigación Ames de la NASA, en California Imagen cedida

Sin embargo, los teóricos de la conspiración también han tomado como objeto de su disciplina el programa Aurora Activa de Alta Frecuencia, y dicen que a través del poder de sus antenas pueden calentar la ionosfera hasta el punto de generar huracanes, tsunamis, terremotos y otros efectos meteorológicos extremos capaces de cambiar el clima del planeta. "Esto ya pasó con el CERN: se dijo que iba a generar un agujero negro para destruir el mundo", evoca, entre risas, Borlaff.

"Se exageran mucho las capacidades reales que tienen las máquinas. Pero, además, eventos como un huracán requerirían de tantísima energía que es absolutamente imposible replicarlo artificialmente. La cantidad de energía que puede emitir HAARP es de 3,6 megavatios. Un huracán necesita 1,5 billones, la mitad de toda la generada por el ser humano en un año [...] La clave está en que no tenemos la capacidad de provocar fenómenos en el clima con máquinas, pero sí conseguimos evitar que se marche esa energía". Es lo que ocurre con las emisiones de CO2: se concentran en las capas altas de la atmósfera e impiden liberar la radiación infrarroja de los rayos del sol, generando el famoso efecto invernadero, principal responsable de la crisis climática.

Los meteorólogos, amenazados de muerte

Para los sectores de la conspiración, hablar de crisis climática implica formar parte de una élite de políticos, científicos y periodistas comprados por los grandes poderes. No obstante, el fanatismo de unos pocos ha llegado a cruzar una línea roja, ya que desde hace unos meses instituciones como la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) han empezado a ser el objetivo de los conspiranoicos. El propio José Miguel Viñas asegura que él y otros compañeros meteorólogos han sufrido una campaña de acoso por denunciar el cambio climático y negar teorías como la de los chemtrails. "Hablamos de amenazas de muerte y de insultos", asegura. "Se organizan en grupos de Telegram y cuando detectan que hay una cuenta como la mía o la de la Aemet, lo comentan y empiezan a bombardearla".

Las teorías de la conspiración son el caldo de cultivo perfecto para la erosionar la convivencia social y lanzar a los brazos del populismos a una sociedad que necesita un cambio de modelo integral para adaptarse a la realidad climática. Así lo cree Carlos Buj, educador y comunicador medioambiental, quien cree que las teorías de la conspiración "suponen una simplificación de la realidad que alivia mucha ansiedad e incertidumbre sobre nuestro tiempo, y explota la sospecha [fundada, pero mal orientada] de que muchas veces las élites nos engañan".

"Es como si estuviéramos en una cocina, se incendiase una sartén y toda la habitación empezara a arder, pero nosotros estuviéramos preocupados por los efectos que generan las ondas del microondas en nuestro cuerpo a treinta años vista". La cocina, en este caso, sería un planeta recalentado como una olla a presión por los efectos devastadores de las emisiones de CO2, causantes, en parte, de la crisis climática, mientras que las microondas serían, siguiendo la analogía, las teorías de la conspiración como la de los chemtrails o la de la existencia de una geoingeniería del clima, que nos desvían de los verdaderos retos a los que se enfrenta la humanidad.

"Es muy difícil para una persona que se ha identificado psicológicamente con ciertas cosas cambiar de parecer. Cualquier argumento que le presentes lo contesta con una respuesta más retorcida y cada vez más loca", sugiere Buj. "Paradójicamente, estas conspiraciones se hacen cada vez más grandes ante la falta de pruebas, porque para ellos la ausencia de pruebas es una prueba más. A nivel filosófico es difícil argumentar así, porque si nos ponemos... ¿Cómo estamos seguros de que estamos teniendo esta conversación y no en la Matrix? No hay forma de falsar este tipo de afirmaciones".

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Estados Unidos y Brasil han sido dos casos flagrantes de cómo las fake news han intoxicado por completo la política y la sociedad hasta el punto de culminar en un asalto al Capitolio y en una peligrosa retórica de fraude electoral. El problema, señala Buj, es que muchos partidos de ultraderecha europeos –con fuertes vínculos con el gurú de Trump, Steve Bannon– sí que utilizan la retórica negacionista aunque no sean explícitos, una técnica que se conoce como dog whistlesilbato de perro. "Hacen guiños sólo perceptibles a las personas que están metidas en estas teorías. En sus discursos usan palabras como 'globalistas', 'Agenda 2030', mencionan a Bill Gates y el 5G... Es una forma de recoger complicidades de manera sutil. Hasta Santiago Abascal dijo que la ciencia, las élites y la extrema izquierda estaban unidas. ¡Pero si esa alianza no ha existido nunca! A los científicos no les hacen ni caso", concluye Buj.