En la primera semana de enero de 2020, había poca gente en la redacción de EL ESPAÑOL y, como es habitual en esas fechas, poco movimiento informativo. Aun así, cuando mi compañero Juan Rodríguez de Rivera me comentó que había visto una noticia en Twitter sobre una neumonía de origen desconocido que estaba afectando a una ciudad de la que nunca había escuchado hablar, recuerdo perfectamente haberle dicho: "Eso no tiene importancia".

Esa fue la primera 'equivocación' de muchas, pero me cuesta denominarlas así. La cobertura de la pandemia de Covid-19 -llamada en un principio neumonía de Wuhan, aquella ciudad que pronto reconocería todo el mundo- ha sido un reto para todos, por supuesto para los periodistas, pero también para los científicos, aquellos a los que recurrimos en EL ESPAÑOL en cuanto se vio que la cosa iba en serio.

Una muestra de que el virus de Wuhan fue considerado algo completamente ajeno a España es que los primeros artículos que se publicaron en este periódico sobre él lo hicieron en la sección de Mundo.

Pero a partir del 20 de enero, se empezó a ver que era un asunto científicamente relevante y pasó a ocupar el espacio merecido en la sección de Ciencia. El primer reportaje en profundidad sobre él se publicó el 21 de enero y, en él, una especialista de enfermedades infecciosas declaraba a este diario lo que la mayoría pensaba: que el virus estaba limitado geográficamente y era prematuro hablar de pandemia.

Es justo decir que hubo algunas personas que no lo vieron así, y este periódico lo recogió. El 30 de enero, el cirujano especializado en trasplantes Pedro Cavadas lo definió como un virus altamente “contagioso y agresivo” y acusó a China de mentir.

Pero el argumento que utilizó -que sus hijas habían sido adoptadas en China- no invitaba mucho a la credibilidad. De hecho, la propia OMS tardó en denominar emergencia de salud pública de interés internacional a la neumonía de origen desconocido.

Un precedente jugaba en su contra: este organismo se apresuró a declarar como tal la gripe A, y el tiempo demostró que la alarma había sido prematura y exagerada. De hecho, parece ahora un chiste comparar ambas enfermedades.

En esos primeros tiempos de cobertura de la pandemia, las cosas se mantuvieron en una especie de calma tensa. Vinieron días donde la mayoría de las informaciones versaban sobre casos sospechosos en España y su posterior descarte.

Hubo que esperar al 31 de enero para que esto ocurriera y, aun así, no se entró en la histeria. Fue en esa fecha, cuando el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), el epidemiólogo Fernando Simón, pronunció sus famosas palabras: "España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado"; y añadió: "Se espera que no haya transmisión local y en ese caso sería muy limitada y muy controlada".

Recuerdo que todo se precipitó con Italia, pero aún faltaba casi un mes para que las cosas se desmadraran en el país vecino. Éste fue el punto de inflexión, el momento en el que se vio que la Covid-19 iba muy en serio.

Si bien es justo reconocer que hubo visionarios que en los primeros 15 días de febrero ya vieron lo que se nos venía encima, como medio de comunicación no pudimos ni debimos hacerlo. Como se contó en este reportaje publicado en octubre con motivo del millón de contagios en España los expertos -y hablamos de especialistas en salud pública y enfermedades infecciosas, los que realmente saben de ese tipo de patologías- tampoco lo vieron venir hasta entonces.

Pero incluso cuando la enfermedad llegó a Italia, desde EL ESPAÑOL se llamó a la calma. Recuerdo un artículo que escribí el 28 de febrero titulado "Por qué España no tiene por qué acabar con Italia".

Si la situación no siguiera siendo tan dramática, sería divertido leer el inicio, en el que fabulé con una situación ficticia en la que tres pueblos de la sierra madrileña estaban confinados. Un programa de televisión no captó que era irónico y me llamaron para saber si era cierto. Obviamente, la respuesta fue que no.

Lo que pretendía era explicar que la situación en Italia era mucho peor -y lo era- pero el tiempo demostró que no acerté en mis predicciones; "El papel que han jugado las autoridades de Salud Pública en España no lo han jugado en Italia; aquí desde el principio se lleva el control de los casos contagiados y los contactos", me dijo entonces una de mis fuentes, un reputado especialista en enfermedades infecciosas.

Durante las primeras semanas del estado de alarma, la información científica sobre el coronavirus fue todo un reto: había que informar de avances según salían. Los periodistas científicos nos familiarizamos con el concepto de preprint que, si bien conocíamos, hasta ahora eran estudios que se solían desechar.

¿Qué es un preprint? Un estudio que no ha sido revisado por pares ni publicado en una revista científica. Pero en esta pandemia, los preprints han dado muchas noticias. También lo han hecho laboratorios interesados, una fuente que hasta ahora había siempre que contrastar -lógicamente-, pero fueron las informaciones de estas empresas las que dieron, por ejemplo, las primeras noticias sobre la eficacia de las vacunas.

La pandemia nos ha obligado a ir mucho más allá en la búsqueda de informaciones. Por ejemplo, cuando el Ministerio de Sanidad anunció que había comprado unos test rápidos de anticuerpos para contener la pandemia, fue la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC) la que informó de que no eran eficaces. No lo hizo en una rueda de prensa: colgó un posicionamiento que no destacó en su página web.

Pero también ha sido un desafío en cuanto a los enfoques. Cuando todos los medios del planeta están dedicados a informar sobre un asunto, tiende a haber una saturación: da la sensación de que siempre se cuenta lo mismo que todos y es algo que no le debemos a nuestro lector.

De entre los enfoques propios realizados por EL ESPAÑOL en estos meses, destacaría éste sobre cómo el Gobierno ignoró a los productores españoles de test de coronavirus o este análisis sobre los fallos cometidos por Madrid que hicieron que se convirtiera en el polvorín de la segunda oleada de Covid.

También las entrevistas (directas o reportajeadas) realizadas durante estos meses han sido un reto: se trataba de hablar con expertos multidisciplinares, precisamente para recoger todos los ángulos de una pandemia que afectaba a todos los aspectos de la vida, desde el matemático al fabricante de líquidos antivaho para gafas.

Otro gran desafío a la hora de informar sobre la pandemia de Covid-19 ha sido la interpretación de los datos. Muchos usuarios de Twitter se han hecho expertos en analizar algo que, como sabemos, ha resultado complicado hasta para las autoridades.

Los datos de la pandemia no son fáciles de interpretar. Lo que el PDF de Sanidad dice que pasó el día anterior, no es realmente eso. Y nos hemos tenido que familiarizar con conceptos como incidencia acumulada y descubrir que esto no vale igual si hay festivo de por medio que si no. ¿Un galimatías? Desde luego. Por esta razón, desde EL ESPAÑOL contactamos con Guillermo Ortiz, que lleva analizando los datos desde los inicios y que ha sido capaz de explicar a nuestros lectores lo que a veces parece que no entienden ni los propios políticos.

Ojalá poder concluir este texto con un resumen de lo que ha supuesto informativamente la pandemia. No podemos hacerlo porque no ha concluido, y no lo hará en meses. Pero lo que sí se puede decir es que ha supuesto un desafío al que no se enfrentan muchos periodistas en su vida. Desde EL ESPAÑOL seguimos en ello.