Radicales violentos de izquierda en la Universidad de Navarra.

Radicales violentos de izquierda en la Universidad de Navarra. EFE

Tribunas

El silencio que traiciona

El silencio del sanchismo frente a la violencia nos estremece a todos los que creemos en la dignidad, la justicia, la libertad y el respeto a cada una de las víctimas del terrorismo.

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El pasado 30 de octubre vimos en Pamplona imágenes que nunca deberíamos volver a ver en España.

Grupos organizados, encapuchados, contenedores ardiendo, piedras contra la Policía y un periodista de EL ESPAÑOL agredido mientras cumplía con su trabajo.

Seis personas resultaron heridas, entre ellas cuatro agentes.

No fue un hecho aislado. Días antes hubo incidentes similares en Vitoria y, semanas atrás, en Azpeitia, donde un centenar de radicales llegó a asaltar una comisaría local. Tres episodios con los mismos protagonistas, las mismas consignas y la misma estrategia.

Lo que algunos intentan presentar como simples protestas es, en realidad, una violencia política que en España conocemos demasiado bien. Es la kale borroka de siempre, la misma que durante años fue el brazo callejero de ETA, el eco de aquel terror que quiso someter a todo un país.

Conviene recordarlo, sobre todo a los más jóvenes, porque este Gobierno quiere que lo olvidemos.

Los terroristas de ETA dejaron más de 850 asesinados, entre ellos mi hermano, miles de heridos y familias rotas para siempre. Incendió calles, comercios y sedes de partidos; persiguió a concejales, periodistas y jueces; y convirtió el miedo en una rutina diaria.

Era su manera de mantener viva la amenaza y de recordarle a los demás que pensar distinto podía tener un precio. Era la que obligaba a los ciudadanos a bajar la mirada, la que intentaba hacernos callar y la que quiso dejar a las víctimas solas.

Por eso no se puede banalizar lo que está pasando ni esconderlo con excusas. No se puede callar cuando la violencia vuelve a nuestras calles, ni mirar a otro lado por miedo a molestar a los socios que la alimentan.

Violentos de izquierdas se enfrentan a los antidisturbios en el campus de la Universidad de Navarra.

Violentos de izquierdas se enfrentan a los antidisturbios en el campus de la Universidad de Navarra. EFE

El Gobierno calla.

Calla el presidente, calla el ministro del Interior, y ese silencio duele.

Duele porque lo conocemos. Porque suena igual que el de entonces, el que dejaba a las víctimas solas y hacía temblar a un país entero. Los que vivimos el terror sabemos reconocerlo, aunque ahora le cambien el nombre.

Sabemos lo que es ver a encapuchados impunes, ver a policías heridos y a periodistas golpeados por decir la verdad.

Todo eso lo hemos visto antes.

Y tiene el mismo odio, la misma cobardía y el mismo desprecio por la libertad. Antes los españoles se levantaban para decir “basta”. Hoy, el Gobierno calla, porque depende de los que nunca condenaron nada, de los herederos de los que apretaron el gatillo.

"El silencio del Gobierno (ese silencio que Marlaska intenta vender como prudencia) es el mismo que un día permitió que ETA matara"

De quienes, como Arnaldo Otegi o Mertxe Aizpurua, siguen justificando su pasado y presumiendo de haberlo blanqueado desde el Congreso. Algunos incluso están hoy en el Congreso, sentados donde antes señalaban a las víctimas.

Y ese silencio (ese silencio que Marlaska intenta vender como prudencia) es el mismo que un día permitió que mataran.

Y lo más grave no es sólo que vuelva la violencia, sino que vuelva acompañada del silencio.

Ni el presidente del Gobierno ni ninguno de sus ministros han condenado lo ocurrido en Pamplona, Vitoria o Azpeitia. Ha tenido que hacerlo el Consejo de Europa, que ha exigido a España una condena inequívoca, una investigación rápida y la protección de los periodistas.

Mientras Europa tiene que recordarnos lo que España ya aprendió con dolor, este Gobierno calla.

Calla por miedo, por cálculo y por pura cobardía.

Se calla porque se gobierna con quienes nunca han condenado el terrorismo. Con quienes siguen sin pedir perdón a las víctimas. Con quienes todavía justifican a los asesinos y los llaman “presos políticos”.

Ese silencio es el precio de un pacto con EH Bildu. El precio que este Gobierno ha decidido pagar para mantenerse en el poder, aunque sea a costa de romper lo que un día unió a todos los demócratas frente al terror en el Espíritu de Ermua.

Un consenso que el sanchismo ha dinamitado por un puñado de votos.

Las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado y la Ertzaintza ya advierten de que esta violencia está organizada, de que se repite un patrón y de que crece la sensación de impunidad.

Los sindicatos policiales SUP y JUCIL reclaman respaldo político, medios y respeto frente a grupos cada vez más agresivos.

Lo dicen también las asociaciones de la prensa, que piden garantías para que un periodista no tenga que jugarse la vida por informar.

Y aun así, el Gobierno prefiere mirar hacia otro lado. Prefiere no molestar a sus socios. Prefiere, como siempre, el silencio. A costa de la confianza de los ciudadanos en sus instituciones y a costa de la memoria de las víctimas que dieron su vida por la libertad.

Y ese silencio del sanchismo no sólo nos estremece por dentro a todos los que creemos en la dignidad, la justicia, la libertad y el respeto a cada una de las víctimas del terrorismo.

También traiciona la confianza de los ciudadanos en sus instituciones, la memoria de quienes sufrieron y la dignidad de un país que un día fue capaz de vencer al miedo.

*** María del Mar Blanco es diputada del PP.