Javier Milei saliendo del Museo del Holocausto, en Argentina.

Javier Milei saliendo del Museo del Holocausto, en Argentina. Agustin Marcarian REUTERS

Tribunas

Javier Milei, entre ultrasionistas y antisemitas

La misericordia de Hitler es ecuménica; en breve (si no lo impiden los vendepatrias y los judíos) gozaremos de todos los beneficios del III Reich: la tortura, el estupro y las ejecuciones masivas (Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1941)

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La declaración de Javier Milei de que Irán es un "enemigo" de Argentina y su discurso sionista ante la Knesset pocos días antes de que estallara la 'Guerra de los doce días' contra Irán han añadido un nuevo factor de polarización en Argentina, que alberga la mayor comunidad judía de la región (de unas 200.000 personas) y la quinta del mundo.

La mayoría son asquenazíes de origen centroeuropeo (Galicia, Besarabia, Bucovina), aunque muchos son sefardíes que llegaron de Marruecos y diversos dominios otomanos (Salónica, Alepo, Trípoli) desde las décadas finales del siglo XIX hasta bien entrado el XX.

Debido a la guerra de Gaza y los bombardeos mutuos entre Israel e Irán, muchas de sus familias ya no se hablan o evitan hacerlo de Israel, donde vivían ocho de los israelíes-argentinos que Hamás tomó como rehenes el 7 de octubre de 2023.

En una entrevista tras su visita a Jerusalén, Milei dijo a LN+ que al bombardear a Irán en "ataques quirúrgicos" contra objetivos militares, como lo había hecho en Irak (1981) y Siria (2007), Israel hacía el "trabajo sucio" que no hacían otros.

En su cuenta de X, el ministro de Exteriores, Gideon Saar, dedicó al presidente argentino el bombardeo a la prisión de Evin en Teherán, concluyendo con un rotundo "¡Viva la libertad, carajo!".

Para no ser menos, el ministro de Defensa, Luis Petri, recordó que Argentina había sido víctima del terrorismo iraní en los atentados contra la embajada israelí en 1992 y contra la AMIA, la mutual de la comunidad judía de Buenos Aires, en 1994, que se cobraron 114 vidas.

El presidente de Argentina, Javier Milei.

El presidente de Argentina, Javier Milei. Reuters

La alianza entre Argentina, que tiene agua, tierras despobladas y minerales raros, e Israel, que busca zonas de influencia en un mundo que ya no le ofrece respaldo incondicional, se ha convertido en el asunto más controvertido de la política exterior de Milei, que en su visita a Israel fue fotografiado junto a Benjamin Netanyahu observando un mapa ampliado de la Patagonia.

Según la prensa argentina, miles de veteranos de las IDF israelíes viajan como mochileros a la Patagonia tras cumplir su servicio militar antes de seguir su viaje por otros países de la región.

Con esos antecedentes, no resulta extraño que Unión por la Patria, el grupo kirchnerista en el Congreso, pidiera un juicio político a Milei por su "irresponsable involucramiento" en guerras ajenas sin pasar por el Congreso. Alguno de los países beligerantes, advirtieron, podía tomar sus palabras como una declaración de guerra, exponiendo a Argentina a represalias violentas.

Durante los doce días de la guerra contra Irán, la policía reforzó la seguridad de diecinueve potenciales objetivos vinculados a intereses israelíes e instituciones educativas.

¿Palestina o Argentina?

Aunque sólo rozan el 1% de la población, algunos de los más influyentes periodistas argentinos (Eduardo Feinmann, por la derecha, y Ernesto Tenembaum, por la izquierda, entre ellos) son judíos. Como lo fueron el 10% de los desaparecidos por el régimen militar (1976-1982): universitarios trotskistas, filocastristas o montoneros, la ultraizquierda peronista.

Samuel Hadás, el primer embajador israelí ante la Santa Sede y España, nació en Resistencia (Chaco) en el seno de una familia askenazí de origen polaco y emigró en 1953, a los diecisiete años, al recién nacido Estado de Israel.

Como en otros países vecinos, algunas de las mayores fortunas son de familias askenazíes: Werthein, Elztain, Galperin...

"En 'Der Judenstaat' (1896), donde propuso hacer de Palestina un puesto de avanzada occidental, Theodore Herzl describió al país austral como 'fértil, inmenso, de clima templado y población escasa”

Los lazos son antiguos. El primer congreso sionista en Basilea en 1897, tras la Palestina otomana, barajó a Argentina y Uganda como opciones territoriales para establecer un Estado judío.

En Der Judenstaat (1896), donde propuso hacer de Palestina un puesto de avanzada occidental, bajo el epígrafe "¿Palestina o Argentina?", Theodore Herzl describió al país austral como “fértil, inmenso, de clima templado y población escasa”.

El traslado desde las antiguas zonas de asentamiento zaristas de los futuros gauchos judíos lo financió la Jewish Colonization Association del barón Moritz von Hirsch.

Siguiendo sus instrucciones, fundaron comunidades agrícolas similares a los kibutz de Galilea en fértiles provincias del interior. Una de ellas en Entre Ríos, adonde fue el abuelo paterno de Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires, que concentra al 38% de la población argentina.

Paranoias antisemitas platenses

Esas singulares condiciones explican en gran parte que Argentina sea el único de la región en el que se generó un antisemitismo político doctrinario. En enero de 1919, turbas azuzadas por el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen cometieron el primer (y hasta ahora único) pogromo en suelo americano, asesinando, violando y quemando viviendas y libros de familias judías en barrios porteños a las que acusaban de querer instaurar un soviet judeo-bolchevique.

Según escribe Uki Goñi en Perón y los alemanes (2018), desde 1930 el país fue gobernado por una sucesión de dictadores militares y presidentes civiles que trataron de resucitar a su modo la antigua alianza entre la cruz y la espada del cesaropapismo y desde 1936 reforzando los lazos (de raza, fe y lengua) con la España franquista bajo los estandartes de la Hispanidad.

Algunos círculos políticos y clericales propusieron incluso importar a un regente español para que reinara sobre un reconstituido virreinato del Río de la Plata que convirtiera la república liberal en una "nación católica" que sirviera de contrapeso a los materialistas y protestantes Estados Unidos.

Argentina para ellos era una nación europea y católica trasterrada y obligada a compartir fronteras con países poblados por una turbia mezcolanza de razas. El sacerdote católico Julio Meinvielle escribió en El judío (1936), su libro más famoso, que con los judíos, los cristianos debían obedecer el precepto evangélico de amar a también a los enemigos, pese a la "peligrosidad teológica de su raza".

El libro se reeditó sin cambios hasta los años sesenta. El ministro de Justicia (1943-1944), Gustavo Martínez Suviría, con el seudónimo de Hugo Wast, publicó varias exitosas novelas antisemitas que denunciaban siniestros complots judeomasónicos.

En los dramatis personae de los libros de Goñi, cuyo abuelo, como cónsul argentino, tuvo que aplicar la circular secreta que prohibía otorgar visados a judíos, se destaca Santiago Peralta, un antropólogo aficionado a medir cráneos y al que la junta militar (1943-1946) puso a cargo de la dirección de Migraciones.

Argentina fue el último país americano en romper con Alemania, el 26 de enero de 1944, pero siguió siendo neutral casi hasta el final de la guerra.

La verdadera Odesa

Tras la derrota del III Reich, esos vínculos y afinidades ideológicas facilitaron la fuga a Argentina de muchos criminales de guerra (alemanes, franceses, belgas, croatas, rumanos, italianos). Entre ellos, Adolf Eichmann, Ante Pavelic, Josef Mengele, Klaus Barbie, Pierre Daye y otros personajes que parecían salidos de la borgiana Historia universal de la infamia (1936).

Durante la guerra, Margherita Sarfatti, amante y mentora política de Benito Mussolini nacida en el seno de una familia de la aristocracia sefardí veneciana, se exilió en Argentina, donde escribía de arte y política. Tras regresar a Italia en 1947, fue condenada por colaboracionismo por un tribunal que luego anuló su sentencia.

"En 1962, tras su ejecución en Israel, el cardenal Antonio Caggiano dijo que Eichmann llegó a Argentina en busca de 'perdón y olvido' y que su obligación era perdonarle"

En los años setenta y ochenta, varios de los fugitivos (Barbie, Sassen, Rauss) se pusieron al servicio de Stroessner, Pinochet, Barrientos, Galtieri y otros dictadores suramericanos a los que vendían armas o entrenaban a sus fuerzas de seguridad.

Según escribe Goñi en La auténtica Odessa (2002), durante sus años de exilio en Madrid, Perón hablaba sin problemas de sus viejas relaciones con varios de ellos.

Entre los judíos que aceptó Bolivia estaban los abuelos del cantautor uruguayo Jorge Drexler. Varios de ellos murieron intentando cruzar a pie la frontera con Argentina, asesinados por ladrones o abandonados a su suerte por los guías.

En 1962, tras su ejecución en Israel, el cardenal Antonio Caggiano dijo que Eichmann llegó a Argentina en busca de "perdón y olvido" y que su obligación era perdonarle.

Antisemitismo de izquierdas

Entre las teorías conspirativas que comparten extremistas de izquierdas y derechas destaca un supuesto plan sionista para apoderarse de la Patagonia, probablemente urdido por círculos del régimen militar que conservaban los prejuicios antisemitas de los años treinta y cuarenta.

La izquierda, peronista o no, llevada por su apoyo a la causa palestina y su obsesión con la DAIA, la influyente asociación de la comunidad judía, ha heredado muchos de los tics antisemitas de la extrema derecha. Algunos atribuyen la fe del converso de Milei a que en realidad se apellida Mileikowski, como el rabino sionista bielorruso abuelo paterno de Benjamin Netanyahu, Nathan Mileikowski.

Desde Caracas, donde lo ha acogido Nicolás Maduro, Omar Suárez Michelo, un influencer de Salta con multitud de seguidores en TikTok, no hace distinciones entre judíos y sionistas en sus críticas a "Satanyahu" y "Mierdael".

Nicolás Maduro el pasado 25 de mayo.

Nicolás Maduro el pasado 25 de mayo. Reuters

Un terreno minado

Por convicción u oportunismo, Milei se ha metido en un terreno minado. De familia católica y abuelos italianos, se dice judío aunque no ha hecho la guiyur, la conversión rabínica al judaísmo. En una entrevista contó que en su visita al Vaticano, le acompañó su rabino, Axel Wasnish, que le dijo al papa Francisco: “Fíjate, te lo traje de vuelta”. “No, mejor quédatelo vos,” le contestó.

Las prejuicios católicos antijudíos son muy antiguos. Según escribió Max Weber en El judaísmo antiguo (1917), los judíos practicaban una suerte de doble moral: una para ellos y otra para los gentiles (goyim).

Desde el 7 de octubre de 2023, se ha comenzado a romper entre los judíos de Argentina, como entre los de Estados Unidos, el antiguo consenso que daba por hecho que lo que era bueno para Israel era bueno para también para la diáspora. El antisionismo era una forma de antisemitismo.

Pero nada es tan fácil. Kicillof, Myriam Bregman, líder de la izquierda no peronista, y la diputada kirchnerista Lorena Pokoik no son sionistas, o lo disimulan muy bien. En Instagram, varios grupos de jóvenes judíos han creado cuentas como Judíes x Palestina con mensajes y fotos del tipo "no en nuestro nombre" y en los que insisten en las diferencias entre judaísmo y sionismo.

Según Héctor Grad Fuchsel, argentino que vivió nueve años en Israel y hoy dirigente de la Red Judía Antisionista, Netanyahu y sus aliados exacerban el antisemitismo al decir que actúan en nombre de los judíos. No es casual, señala, que la extrema derecha europea abrace hoy el etnonacionalismo sionista, que encaja muy bien con su actual islamofobia.

¿Genocidio en Gaza?

La de Gaza, la más larga de las guerras que ha librado Israel desde 1948, lo ha cambiado todo. El 2 de julio, en una intervención parlamentaria viralizada en YouTube, Pokoik rechazó la acusación de antisemita que le hicieron dos diputadas de Milei, recordando que ella misma era nieta de supervivientes del Holocausto. Pokoik denunció el "genocidio a cielo abierto" que estaba perpetrando en Gaza un Estado que usa la Shoá para encubrir crímenes contra la humanidad.

Pokoik y Grad califican de fascistas a Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, que controlan a catorce de los setenta y dos legisladores de la Knesset, imprescindibles para que Netanyahu conserve su frágil mayoría parlamentaria y evite su procesamiento por cargos de corrupción.

El problema son las onerosas condiciones del apoyo de Ben-Gvir y Smotrich: la continuidad de la guerra hasta la rendición de Hamás y la reocupación de la franja.

Un reportaje del New York Times de Patrick Kingsley, Ronen Bregman y Natan Odenheimer describe con detalle cómo las guerras han dado a Netanyahu un control del Estado mayor que el que tuvo nunca en sus dieciocho años como primer ministro.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, tras una rueda de prensa.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, tras una rueda de prensa. Reuters

Pero el precio ha sido alto. En España, Irlanda, Indonesia y Japón, entre otros países, el 70% o más tienen hoy una mala opinión del Estado judío. En Grecia y otros países mediterráneos, hablar hebreo en público ya no es prudente.

Ilán Papé, Schlomo Sand, Avi Schleim y Omer Bartov, entre otros historiadores e intelectuales públicos judíos israelíes, critican desde su exilio académico en Estados Unidos o Europa la tendencia israelí de considerar cualquier amenaza a su seguridad como un nuevo Auschwitz.

El debate se centra ahora en si Israel está dejando de ser una democracia o si alguna vez lo fue. En Jewish History, Jewish Religion (1994), Israel Shahak sostiene que por ser sólo una democracia para judíos, Israel no es ni puede ser una democracia.

De hecho, cuando en 2018 tres miembros de la minoría árabe (20%) propusieron en la Knesset una ley que garantizara la igualdad de derechos y la no discriminación (de raza, religión, género, lengua, etnia), el presidente de la cámara, Yuli Edelstein, impidió incluso que se debatiera.

Mike Huckabee, embajador en Israel de Donald Trump, cree, como cristiano sionista, que los israelíes tienen derechos soberanos sobre Judea y Samaria, nombres bíblicos de Cisjordania.

Poco después de llegar al país, visitó el asentamiento judío de Shilo, asegurando a los colonos que quienes no estaban con ellos, “no estaban con Dios”.

La marca de Caín

Bartov, especialista en el Holocausto de la Universidad de Brown, fue herido en la guerra de Yom Kipur (1973), cuando comandaba una compañía de las IDF en el Sinaí. En un artículo en la página de opinión del New York Times escribe que, cuando un grupo étnico no tiene adónde ir y se le desplaza de una "zona segura" a otra, se difuminan las fronteras entre limpieza étnica y genocidio.

La mención por Netanyahu de Amalek, la tribu cananea que según el Deuteronomio fue exterminada por los antiguos israelitas, le parece a Bartov especialmente ominosa. En ese libro de la Torá se proclama un conflicto eterno "de generación en generación" con Amalek.

Menachem Schneerson (1902-1994), rebbe del movimiento hasídico Chabad-Lubavutch, creía, por ejemplo, que Amalek era una serie de deseos malvados. Isaac Kook (1865-1935), rabino jefe asquenazí del mandato británico de Palestina, creía que al regresar a la tierra prometida, los judíos inauguraban la era mesiánica. La lucha contra Amalek no tenía otra salida que la “aniquilación”.

Su hijo, Yehuda Kook, promotor de los asentamientos en territorios palestinos, explicó que en realidad, la Shoá fue una "cruel operación divina" para forzar el regreso a Eretz Israel. En Blaming the Victims (2001), Edward Said sostuvo que Israel no existiría, hoy como entonces, sin la expulsión de los cananeos.

En un ensayo de 1967, Amos Oz también advirtió de los riesgos de convertir a los palestinos en personajes de mitos bíblicos, sin reconocerlos como personas reales, y que la obsesión de quedarse con todo el territorio entre el Jordán y el Mediterráneo convencería a los árabes de la maldad del sionismo.

Una sociedad cómplice de un genocidio, concluye Bartov, llevará la marca de Caín mucho después de que se hayan extinguido las llamas del odio y la violencia.

En el centro del imperio

En Estados Unidos, la influencia de Aipac, el poderoso (y temido) lobby proisraelí, ya tampoco es el de antes por su abuso de la acusación de antisemita, que ha devaluado al trivializarlo.

Según Jewish Currents, entre los judíos menores de cuarenta años, el 40% no se considera sionista y el 20% cree que el Estado israelí no tiene derecho a existir. Bernie Sanders, Jeffrey Sachs, Tom Friedman y John Stewart, entre otras celebridades judías, son feroces críticos de Netanyahu.

En una de sus columnas en el New York Times, Michelle Goldberg denuncia al llamado Project Esther de la Heritage Foundation por utilizar estereotipos antisemitas contra George Soros, Sanders y la congresista Jan Schakowsky.

El lobby proisraelí más importante (Christians United for Israel) asegura tener diez millones de miembros. En un video de 2014 que circula en YouTube, Noam Chomsky recuerda que cuando fue embajador ante la ONU (1949-1959), Abba Eban escribió un artículo en Congress Weekly, la revista liberal de la comunidad judía de Estados Unidos, en el que dio a sus lectores dos misiones esenciales.

La primera era calificar de antisemita cualquier crítica antisionista o contraria a Israel.

La segunda era que, si las críticas provenían de judíos, debían considerarlas como síntomas de una neurosis de autoodio (neurotic self-hatred) que requería tratamiento psiquiátrico.

Eban señaló que un ejemplo típico era Chomsky.

*** Luis Esteban G. Manrique es analista internacional de la Fundación Estudios de Política Exterior.