Santos Cerdán con Pedro Sánchez.

Santos Cerdán con Pedro Sánchez. Europa Press

Tribunas

¿A quién le molesta una izquierda decente?

La amnistía es política de derechas en cuanto privilegio que instaura una ley especial para un grupo de intocables y delincuentes de cuello blanco.

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Durante estas últimas semanas, ante la cascada de casos de corrupción que asedian al gobierno, hemos vuelto a escuchar un clásico atemporal: ojalá tuviéramos en España otra izquierda.

Este tipo de sentencias suelen proferirla algunos voceros de la derecha, personas que ni son de izquierdas (muy legítimo), ni tienen ninguna intención de votar a una formación de izquierdas (aún más). La responsabilidad no es principalmente suya.

Resulta aún más triste que personas de adscripción progresista (sirva el concepto, tan gaseoso) cierren filas con “los suyos”, incluso cuando la realidad arroja una escena nacional nauseabunda, insostenible si uno mantiene calibrada la brújula moral.

Lo llamativo de la escenificación es la tremenda inconsistencia con la que se manejan algunos de los que rubrican la crítica a la izquierda oficial y el deseo, como veremos insincero, de que aparezca una izquierda diferente: decente, consecuente y coherente.

Cada vez que se ha ofrecido una alternativa de izquierdas que ha sido capaz de enfrentarse a todos los desvaríos habituales de nuestra izquierda hegemónica, como los devaneos woke posmodernos, la sustitución de la igualdad por la identidad, la seducción por el irracionalismo anticientífico, la abdicación de un proyecto nacional español o la renuncia a las mayorías sociales, sustituyendo un proyecto universalista por otro enclavado en exaltaciones particulares o en causas extremadamente minoritarias, los críticos que reivindicaban la imperiosa necesidad de otra izquierda han perdido automáticamente cualquier interés.

Sigue siendo el caso de Izquierda Española, que despierta un interés, digamos siendo generosos, contenido. Algunos polígrafos furibundamente críticos con el sanchismo no recibieron con especial interés la aparición de una izquierda coherente, igualitaria, diametralmente opuesta a la fanfarria posmoderna, crítica con el identitarismo de género, con los delirios plurinacionales, con el zoco autonomista y, ahora, con la sombra alargada de corrupción que se cierne sobre el gobierno.

El ex ministro de Transportes José Luis Ábalos sale de declarar en el Tribunal Supremo.

El ex ministro de Transportes José Luis Ábalos sale de declarar en el Tribunal Supremo.

Las excusas son múltiples. Algunos se enfadaron profundamente cuando sostuvimos que la amnistía era de derechas. Sorprendente.

Fueron incapaces de atender a las razones políticas de fondo, esas mismas que en apariencia recriminan frente a la política sin escrúpulos de Pedro Sánchez, en la que sólo rigen los intereses personales y la ambición descarnada por el poder.

Lo explicamos una y otra vez: no se trataba de endosarle a la derecha todo lo malo.

Es más, quien efectivamente llevó a cabo la medida, corrupta, de “comprar” el poder por siete votos, ofreciendo un estatus de impunidad a políticos sediciosos y malversadores fue la izquierda oficial, eso es un hecho indiscutible.

Como también lo es que semejante medida, analizada en lo que de sustantivo implica, tritura el principio de igualdad y, por tanto, confronta directamente con aquella distinción conceptual primigenia que forma parte del léxico político compartido desde la Revolución francesa: la izquierda apareció para designar a aquellos diputados que se oponían a los privilegios de origen, los característicos del Antiguo Régimen.

Si algo recordaba, precisamente, esa amnistía corrupta era la defensa de un privilegio casi estamental: se designaba a un grupo de políticos como “intocables”, una casta elegida que disfrutaba de carta de naturaleza para delinquir sin consecuencias, borrando los propios hechos delictivos y asumiendo desde el Estado el relato del delincuente.

Este trato de favor, como es fácil de intuir aún para los ajenos al mundo de la justicia, le es vedado a diario a cualquier hijo de vecino que carezca de poder de influencia político (y socioeconómico), como sí tenían los políticos malversadores y golpistas del nacionalismo catalán.

"En tanto que privilegio y quiebra del principio de igualdad, la amnistía era y es completamente ajena a la tradición de cualquier izquierda reconocible"

Por tanto, ¿no sería acaso la amnistía una política más bien de derechas, en tanto que privilegio que instauraba una ley especial para un grupo de intocables y delincuentes de cuello blanco?

No significa esto que cualquier derecha abdique del principio de igualdad, ni siquiera que la mayor parte de la derecha no acepte hoy el paisaje moral compartido cuyo origen le debemos a la izquierda, cuando pulverizó los privilegios estamentales del Antiguo Régimen (y que luego continuó esgrimiendo la vocación igualitaria frente a los privilegios de clase).

Pero, desde luego, en tanto que privilegio y quiebra del principio de igualdad, la amnistía era y es completamente ajena a la tradición de cualquier izquierda reconocible.

Otro tanto podría decirse de la plurinacionalidad, del Estado confederal o del cupo catalán (o de los derechos históricos de los territorios forales, el concierto económico vasco o el convenio navarro).

Por mucho que, en España, la deriva posmoderna general de la izquierda, que parece haber enterrado a nivel global la defensa de la igualdad y de lo común en un laberinto identitario de diferencias y particularidades, ha adoptado un perfil aún más delirante, consistente en blanquear al nacionalismo etnolingüístico, de corte reaccionario, racista y xenófobo, eso no cambia el significado de las palabras ni quiebra las implicaciones básicas de los principios.

Un Estado débil y fracturado competencialmente, en el que las regiones ricas no contribuyen a la redistribución de la riqueza, recaudando sus impuestos y pagando al Estado central un cupo opaco, que les permite sustraerse de contribuir en su justa medida al sostenimiento del Estado social, no tiene absolutamente nada de izquierdas, si esa palabra aún conserva algo de relación con el justo reparto de la riqueza, la justicia distributiva y la igual libertad de todos los ciudadanos.

¿Qué tiene por tanto de extravagante una izquierda coherente?

"No se entiende bien, o quizás se entiende perfectamente, que haya quien aspire a una izquierda como la que siempre ha reclamado, pero que, a la hora de la verdad, no sea de izquierdas"

¿Acaso alguno de los que, durante décadas, clamó por su aparición lo hacía de forma impostada y con la boca pequeña, sabiendo del peligro que supondría su aparición, si su propuesta política llegara a oídos de los millones de españoles que podrían ser sensibles a una propuesta así?

No se entiende bien, o quizás se entiende perfectamente, que haya quien aspire a una izquierda como la que siempre ha reclamado, pero que, a la hora de la verdad, no sea de izquierdas.

Así, hay quien finge indignación cuando desde las huestes de una izquierda desacomplejadamente crítica con el sanchismo se critican también los aquelarres de Milei y sus fanboys en Madrid, elegía grotesca del sálvese quien pueda y del anarcocapitalismo.

Parece razonable que una izquierda que se toma en serio la nación no pueda compartir la fe solipsista de los que consideran que la patria debe vaciarse completamente, hasta el punto de impugnarse por completo el Estado y reclamarse una supuesta nación sin contenido material ni social, con un Estado mínimo. No parece siquiera un patriotismo serio, ni la mejor manera en España de enfrentarse a los secesionistas que quieren triturar la nación española y que, para ello, se aprovechan de la total ausencia del Estado en Cataluña o en el País Vasco.

Es una de las esquizofrenias habituales de nuestra derecha patria: una defensa retórica, y a veces inflamada, de la nación, al tiempo que se reclama que el Estado se minimice y esté aún menos presente de lo que ya está, allanando quizás sin pretenderlo el terreno a los que consecuentemente persiguen quebrar el Estado y la nación simultáneamente.

Si algo han soñado siempre los nacionalistas es que la causa de España la patrimonialicen los reaccionarios populistas, los identitarios recalcitrantes o los nacionalcatólicos trasnochados. Que España sea la caricatura con la que siempre soñaron. Un refrito cutre de todo ello es Vox.

Yo preferiría que la causa de España, de una España fuerte sin centrifugación autonómica ni hechos diferenciales, la pudiera defender una formación de izquierdas normal, sin estridencias ni radicalismos, casa común de millones de españoles políticamente huérfanos, hartos de ser tratados como extranjeros en su país, que aspiran a un Estado social eficiente, con gobernantes limpios y decentes, una nación cohesionada que les garantice un futuro digno.

¿A quién le puede molestar esto?

Quizás a los que aspiran a un Pedro Sánchez eterno, aunque sean incapaces de reconocerlo.

*** Guillermo del Valle Alcalá es secretario general de Izquierda Española.