Un fotograma del documental 'La danza de Formentor'.

Un fotograma del documental 'La danza de Formentor'.

LA TRIBUNA

El egocentrismo de los herederos de Camilo José Cela

En el documental sobre Cela 'La danza de Formentor' sólo se nos dice de sus setenta y tantos libros que los corregía y pasaba a limpio la abuela, la pobre Charo.

11 mayo, 2024 02:29

Érase una vez una niña que nace el mismo año en que a su abuelo le dan un Premio Nobel. La niña quiere que el abuelo juegue con ella en el parque y le cuente cuentos antes de dormir. Pero el abuelo tiene otros planes, como separarse de la abuela y casarse con "otra", entre otras cosas que hacen los premios Nobel, como morirse pocos años después.

Camilo José Cela. Foto: Carlos Agustín

Camilo José Cela. Foto: Carlos Agustín

La niña crece odiando al abuelo; se hace bailarina y de izquierdas. Entonces encuentra una foto del abuelo, joven, flaco y con barba, y piensa que un hombre tan guapo no puede haber sido tan mala gente. Y entonces graba un documental y baila un baile en su homenaje

Ella se llama Camila

Él, Camilo José Cela.

Esa es la premisa del documental La danza de Formentor, reproducido ante mis ojos con siete años de atraso frente a su estreno. No encuentro ninguna reseña ni reacción al documental en internet, supongo que cayó en el más merecido y prudente de los silencios. Quién me manda a mí meterme en este jardín, por qué no me quedaré quieto. Corro el riesgo de enemistarme de por vida con las bailarinas de izquierdas de Mallorca, que como es fama controlan el país. 

Tiene gracia que Cela sea nuestro único Nobel prosaico. Dentro de un canon esencialmente lírico y dramático (Echegaray, Benavente, Juan Ramón, Aleixandre) sólo Cela escribió narrativa. Es sabido que España quedó abrumada y satisfecha por los siglos de los siglos con haber dizque inventado el género novelesco. No sorprende que Camila, cual español promedio, prefiera los dramas familiares, la poesía cursi y panfletaria.

Óigase el poema que recita ante las cámaras, una redacción escolar sobre su abuelo: "El más grande de los gigantes, / señor de lingüistas, de poetas y de amantes". 

En esas rimas prendidas con alfileres al tímpano, como cañonazos que nos hacen sangrar por las orejas, percibimos a las claras que el talento literario no se hereda tan fácilmente como los nombres de pila o los marquesados a dedo

"Nos enteramos de que, entre las maldades del abuelo, ocupa un puesto elevadísimo haberse separado de la abuela justo antes del Nobel"

A lo largo del documental, Camila pondera la trascendencia histórica de Camilo con una pregunta digna de deshojar mejores margaritas: ¿me quería o no me quería? Camila fantasea con encontrar una carta póstuma de Camilo en la que confiese que sí, que te quería, pero a ver quién se anima a bucear en el archivo inédito de un autor con treinta y siete tomos de obras completas. Mejor tomar un atajo: grabemos entrevistas con conocidos del abuelo y saquemos fuera de contexto quejas airadas por su mal genio.

Así nos enteramos de que, entre las maldades del abuelo, ocupa un puesto elevadísimo haberse separado de la abuela justo antes del Nobel. "La pobre no pudo estrenar vestido en Estocolmo", dice con cara compungida una anciana que antes se ha quejado porque Camilo soltaba tacos cuando había invitados finos en casa. No cuando venían periodistas o escritores, entonces se portaba normal. Sólo cuando había invitados finos en casa. ¡El horror, el horror! ¡Que le quiten el Nobel, por Dios! 

Todo gira alrededor de ese papel mojado sueco, lo único que Camila parece haber hojeado de Camilo. A juzgar por el documental, a Camilo deberían haberle expedido ese certificado nórdico premium por tres y sólo tres trabajos hercúleos: convocar a unos poetillas a charlar y emborracharse en un cabo inhóspito, publicar a los exiliados en una revista sin remuneración ni lectores y, por encima de todo, vivir en Mallorca. Todo el mundo sabe que a Cela le dieron el Nobel por el mérito de vivir en Mallorca. Si no, ¿de qué?

De sus setenta y tantos libros sólo se nos informa que los corregía y pasaba a limpio la abuela, la pobre Charo. Ella misma se desvictimiza en las declaraciones más sensatas, instructivas y reveladoras del documental: "Nadie me esclavizó. Nadie me obligó a trabajar. Lo hice porque quise". Camila dice identificarse mucho con esa "mujer fuerte". ¿Y a nosotros qué?

El Nobel de literatura Camilo José Cela.

El Nobel de literatura Camilo José Cela. Foto: Cidade da Cultura

"Para mí nunca estuvo en la sombra", leemos en los títulos de crédito, tras una hora de sombras impenetrables sobre Charo. ¿En qué año nació? ¿Y en cuál murió? ¿Y dónde, si puede saberse? Pero ¿cursó estudios o fue autodidacta? ¿Y qué hizo por su cuenta y riesgo? ¿Qué fue de su vida antes y después del divorcio? Ni pajolera idea. 

Con esta charocracia no hay quien se aclare. Pudiendo rodar una película que reivindique a su abuela, la nieta ha preferido rodar una en que condena severamente a su abuelo y luego, siguiendo la magnánima tradición jurídica española, le amnistía con arbitrariedad y benevolencia porque "es uno de los nuestros". Es más fácil destruir que construir una reputación, pero más fácil aún es apuntarse a una reputación ajena, que ni ayudamos a construir ni logramos destruir, pero ahí sigue. Al final será cierto que resistir es vencer.

"Puestos a callar, el documental se calla incluso el nombre completo de la abuela, la única que no camilea en una hora de metraje"

Cela, desde luego, ha resistido y vencido ya dos décadas bajo tierra desde un día como hoy sobre el resentimiento larvado de sus biógrafos y viudas. Por lo demás, se nota que el documental se estrenó antes del petardazo feminista de 2018, cuando la sororidad aún era compatible con reducir la biografía de una viejita al maltrato y las infidelidades de su exmarido. ¡Ah, no, calla, que todavía se hace!

Puestos a callar, el documental se calla incluso el nombre completo de la abuela, la única que no camilea en una hora de metraje. Se calla el suyo y el de su segunda esposa, la que sí estrenó vestido en Estocolmo, a la cual se le niega hasta el hipocorístico, refiriéndose invariablemente a ella como "la otra".

María del Rosario Conde Picavea (Gijón, 1914 - Palma de Mallorca, 2003) y Marina Castaño López (A Coruña, 1957). Este humilde cortaypega wikipediesco arroja más luz sobre esas grandes señoras, tópicamente situadas detrás del gran varón blanco hetero muerto. Infinita más luz que el sombrío y maniqueo documental de la nieta, que muestra pero no explica el objeto sublime de la trifulca familiar.

Aparece en pantalla un lienzo rajado y firmado en el reverso por Joan Miró. Resulta que Cela compró un Miró de segunda mano. Cuando se lo mostró al pintor, este enarcó una ceja. "¿No te das cuenta de que es una falsificación?". Rojo de cólera, Cela cogió un cuchillo y apuñaló el cuadro. Divertido por la rocambolesca situación, Miró añadió: "Ahora sí que es mío", y firmó alrededor del brutal tajo. Lo que el documental no dice es que el testamento de Cela ordenaba que ese Miró hecho trizas fuese la única herencia percibida por su hijo Camilo, padre de Camila

Sin duda, el mejor momento del documental es cuando Camila promete que no bautizará a ninguno de sus hijos futuribles con el dichoso nombre de pila, en plan El desencanto y su extinción de una estirpe.

Pero en España las estirpes patalean, se resisten a extinguirse por vanidad congénita de los estirpenses o estirpados. Ojo con los nietos de Camila, no vayan a camilearse.

"A mi abuelo, por ayudarme a entender que nada es blanco o negro, que en todo hay una compleja escala de grises". Otro topicazo para desangrarse por los ojos durante los títulos de crédito. Pero es falso, Camila. El franquismo y su democracia borbonesca posterior han sido grises, tremendamente grises, pero a tus ojos sólo existen las luces brillantes y las sombras tenebrosas, y nada entre medias.

Hay dos Camilos, insistes: el Camilo mediático, insultante, cucañero, colaboracionista, que no jugaba en el parque ni contaba cuentos a su nieta; y el Camilo familiar, tímido, entrañable, generoso, que organizó las Conversaciones de Formentor, fundó la editorial Alfaguara y dirigió Papeles de Son ArmadansUn poco más y entre los logros del camirlo blanco se incluye chapurrear íntimamente en mallorquín

En vez de detallar a quién delató y censuró durante la dictadura, y si sus actos y textos valían la pena; en vez de esclarecer cómo se metamorfoseó su ideología, y si resultó para bien o para mal; en vez de explicar las servidumbres incorregibles de su "resistir ergo vencer", y si dichas victorresistencias fueron meritorias; en vez de matizar las contradicciones del personaje público, el documental desciende a la apestosa privacidad del serrallo, donde escribientes, mayordomos y parientas protestan porque Camilo hacía el tonto en la tele. 

"A Camila le habría gustado que Camilo no hubiese hecho tanto el tonto. Que hubiese sido aún más eufemístico y oportunista. Que hubiese tapado mejor sus servicios no tan secretos"

También lo hacía en su obra, pero como esa no se la han leído ni los fantasmas que a pachas la compusieron, de lo poco que nos acordamos es del litro de agua tibia por el culo. Camilo José Cela: inventor del PEC (por el culo). Esa proeza de absorción anal, junto a empujar reporteras a la piscina, recibir periodistas en la bañera y mojarse en un pilón erecto en su honor, es ya lo único que sabemos del Nobel en nuestro siglo; ideal para esta era de Acuario. 

A Camila le habría gustado que Camilo no hubiese hecho tanto el tonto. Que hubiese sido aún más eufemístico y oportunista. Que hubiese tapado mejor sus servicios no tan secretos. Que hubiese reescrito unas memorias postrimeras como franquista o monárquico arrepentido. Que se hubiese escorado hacia la izquierda cuando no había riesgo y estaba de moda. Que se hubiese apuntado al independentismo gallego, mallorquín o lo que fuera, con tal de no ser español: cómoda penitencia que cumplieron tantos intelectuales de su generación. 

En suma, a Camila le hubiese gustado que Camilo no fuese Camilo, con sus propias penitencias incómodas incluidas. Los seis largos años que median entre su Nobel y su Cervantes, en orden de obtención inverso al natural, primero consagrado allí, luego refrendado aquí, evidencian cómo Cela estaba lejos de representar la literatura oficial de la España guapa, moderna, europea, drogadicta y desmemoriada que la Cultura de la Transición quería vender.

El documental, a todo color, no capta el tenue claroscuro político y moral de las iniciativas en apariencia más luminosas de Cela. Son Armadans, la revista que publicaba a los exiliados, se financió parcialmente con la millonada que Cela cobró por redactarle su novela nacional favorita a un caudillo latinoamericano, de esos que insistían en censurar a los exiliados al otro lado del Atlántico.

Lo comido por lo servido, pensarán ustedes, pero ya me dirán de qué le sirve a un escritor que come o no come en Caracas, Buenos Aires, Ciudad de México o Harvard que en Mallorca (¡en Mallorca, nada menos!) le impriman unos papeles gratis.

"El jarrón chino de la cultura de una generación", llama a esa revista Gregorio Morán, su estudioso más concienzudo y refunfuñón. "Papeles de Son Armadans no sirvieron para nada a la cultura española; hubieran podido no existir y hubiera dado lo mismo. Ni influyeron ni provocaron reacción ni reflexión; hubieran podido no existir y hubiera dado lo mismo".

Tres cuartos podría decirse de La danza de Formentor, si decirlo no supusiera ya autorrefutarse.

He dicho, pues.

*** Yago Preciado es escritor.

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