Nuria Espert, Pablo Iglesias, Kate Middleton y Carles Puigdemont.

Nuria Espert, Pablo Iglesias, Kate Middleton y Carles Puigdemont. Guillermo Serrano Amat

BESTIARIO

Puigdemont de subidón, Nuria la grande, tabernero Iglesias y el drama de Kate

Carles Puigdemont, Nuria Espert, Pablo Iglesias y Kate Middleton; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.

24 marzo, 2024 02:01

Carles Puigdemont

Carles Puigdemont.

Carles Puigdemont. Guillermo Serrano Amat

El pasado siempre vuelve y se llama Puigdemont. Pero el jueves pasado se hizo presente y llegó casi hasta la frontera española, donde le aguardaban sus fieles seguidores para cantarle Els segadors en estado de trance patriótico.

El discurso fue retórico, palabrero y largo como un día sin pan. La noche se le vino encima con su carga de aplausos entusiasmados. Hasta Elna (Pirineos Orientales) habían llegado en romería los más fieles. Puigdemont llevaba el traje siempre y el flequillo de nunca, recortado tal vez por un peluquero de Waterloo venido a menos. Vimos a Matamala el "paganini", a Toni Comín, a Turull el breve; a la deslenguada Miriam Nogueras. Y a Marcela Topor, que se besaba apasionadamente con su marido.

Él estaba feliz. A lo lejos (mejor dicho, a lo cerca) se respiraba Catalunya y podía tocar el Canigó con la punta de los dedos. Entonces recordó 2017, cuando todo estuvo a punto de ser diferente (y realmente lo fue, pero no en el sentido que a muchos catalanes les hubiera gustado). Pero, sobre todo, recordó los 120 días que vieron como los buenos catalanes ponían de rodillas al Estado.

En su discurso el expresident lo dejó claro: solo volverá a España para ser investido de nuevo. Dice que se propone restituir la legitimidad de la presidencia (ahí es donde Aragonès tragó bilis) y plantea la idea de un frente común independentista, con la CUP incluida. Está dispuesto a reabrir puentes, aunque descarta la lista única. Y finaliza diciendo: "Mi compromiso es que si soy candidato a la investidura dejaré el exilio definitivamente para asistir al pleno del Parlament".

Carles Puigdemont lanza su apuesta como la oportunidad de acabar el trabajo que dejó a medias en 2017, si bien el prófugo tiene más trabajo pendiente del que presume si es que realmente se aferra a la fantasía del procés fallido hace seis años y medio. Para recuperar ese hilo a Puigdemont no le bastará con presumir de haber arrastrado al PSOE a negociar fuera de España y haber conseguido la Ley de Amnistía. Bueno, eso cree él, aunque la aplicación puede depararle alguna sorpresa.

Nuria Espert

Nuria Espert.

Nuria Espert. Guillermo Serrano Amat

No era la primera vez que Londres rendía homenaje a una de las mujeres con más presencia y categoría del mundo teatral. Fue el lunes a la caída de la tarde, cuando la ciudad está en su momento más bullicioso y vibrante.

Ese día, en la residencia del embajador de España en Londres, José Pascual Marco en el papel de anfitrión, tuvo lugar un acto memorable. La actriz y directora Nuria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935), recibió el doctorado honoris causa de la Royal Central School of Speech and Drama, una de las instituciones culturales más prestigiosas del mundo.

Una fuerza de la naturaleza", dijo el embajador en reconocimiento al "talento multifacético" de Nuria y su versatilidad como intérprete". Ella calificó el premio de "muy especial", teniendo en cuenta que en el Reino Unido ha transcurrido buena parte de su carrera como directora.

Lo sucedido aquella tarde era un hito en la vida artística de Espert, un hito con emocionantes toques biográficos. Nunca olvidaría Nuria a sus padres, ejemplo de modestia y humanidad. Gracias a ellos estudió el bachillerato y aprendió música e idiomas.

[Nuria Espert, de 89 años, recibe el Max de Honor 2024 mientras sueña con estrenar 'Cleopatra']

Luego llegaría el cine, el teatro y todo lo demás. Lo demás era, entre otras glorias, los premios recibidos a lo largo de su magnífica carrera. Sin ir más lejos, el que le sería entregado esa misma tarde entre admiraciones y aplausos por sus más siete décadas de oficio como actriz y como directora.

La embajada bullía de curiosidad y entusiasmo. Destacaba la nutrida presencia de periodistas, diplomáticos, escritores, músicos, y sobre todo, actrices. Rodeada de excelentes mujeres que en su día interpretaron con Nuria La casa de Bernarda Alba (incluida la que dirigió en inglés y para ingleses con Glenda Jackson de protagonista, hace casi cuarenta años).

Nuria Espert habló desde el corazón con voz recia y poderosa, amable, deliciosamente cálida.

El magnetismo de su figura se hizo entonces carne y poesía durante el acto. Mujer de hablar suave, se expresaba sin perder el halo de su respiración. Risueña y emocionada, cuando el discurso comenzó a mermar Nuria cambió el tono de la voz y se entregó al Romancero gitano. En la atmósfera quedó prendida la Yerma de Víctor García, que tantas veces llevó la actriz por los escenarios del mundo.

Pero no todo empieza en la Yerma de Lorca ni acaba en la Medea de Eurípides, o El caballero de Olmedo. En el historial dramático de la inmensa Nuria Espert deslumbran también Las Criadas, de Jean Genet; La Traviata, de Verdi, y la Carmen de Bizet, por citar sólo tres obras de altura universal. Aunque de todos los premios recibidos (hasta 180) el más recordado ha sido el Princesa de Asturias de las Artes. El de 2016 fue para quien ha sido calificada de "última diva del teatro catalán".

Pablo Iglesias Turrión

Pablo Iglesias.

Pablo Iglesias. Guillermo Serrano Amat

Desde el miércoles pasado ya puede uno tomarse un Dry Durruti o una Ensalada Viva Zapata en la mesa Pepa Flores de la taberna "Garibaldi", "sólo para rojos".

Con éxito de crítica y público se presentó en sociedad el nuevo proyecto vital de un guerrillero de salón venido a menos. De vicepresidente del Gobierno a chico para todo. O dicho de otra forma: de abrazarse con las culebras en la gran farsa de la política a lavar platos detrás de la barra de un bar. Ya hemos visto a Pablo Iglesias de esta guisa "por echar una mano a los compañeros", dijo cuando apareció la foto en las redes sociales.

Les cuento: en el chiringuito de Lavapiés al que hago referencia se sirven comidas por 29 euros. "Demasiado caro", tronó Lucía Etxebarría, la cronista oficial del barrio. Ella come en la "La Taberna de Eulogio" sólo por 11 euros, lo que en el local de Iglesias cuesta una ensalada. Así que la ira de la escritora ha sentenciado en las redes: "Si la taberna de Iglesias es el bastión del proletariado, yo soy Miss Valladolid".

Quien nos iba a decir que este asaltador de cielos de diseño acabaría poniendo copas en una taberna de Lavapiés, mientras decide si le importa más hacer la revolución o ser famoso. Y todo por ahogar su fracaso como político en la épica de una frase histórica: "Las tabernas son el último baluarte de la libertad".

Aunque Iglesias es más de Ernesto Laclau, el teólogo del populismo, que ha inspirado la inesperada vocación tabernera del compañero de Irene Montero. La firmó cien años atrás un rojo rojísimo llamado Karl Kautsky (1854-1938). Un marxista "renegado", según Lenin, el patriarca del comunismo soviético que siempre consideró al autor de la famosa frase un tipo aburrido, palabrero y traidor a la causa del proletariado.

Pues si eso dijo el patriarca del comunismo soviético me hago una idea hubiera dicho de este rojo acoplado a una vieja taberna para mantener viva la llama de la libertad. Manda huevos, que diría Federico Trillo, si hubiera querido retratar al Pablo Iglesias que se sumó a la lista de juguetes rotos de la "nueva política" (Rivera, Garzón, Arrimadas, Echenique…).

Kate Middleton

Kate Middleton.

Kate Middleton. Guillermo Serrano Amat

La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa? Tiene cáncer, según ella misma ha revelado después de una temporada de opacidad impropia de una Monarquía del siglo XXI. Pero así son las cosas y así nos las contaron desde que Catalina fue sometida en el hospital de los famosos (London Clinic) a una cirugía abdominal que la retuvo en cama más de quince días.

Mientras la princesa de Gales permanecía ingresada, en el Reino Unido no se hablaba de otra cosa y Londres se rasgaba las vestiduras. El historial clínico de Kate se acabó convirtiendo en un secreto de Estado que ha movilizado hasta el celo policial de Scotland Yard.

Se daba la infeliz circunstancia de que por entonces, el rey Carlos III había sido diagnosticado del mal de próstata, o dicho en otras palabras, de próstata abultada, lo que le valió recluirse en su casa rural una temporadita, mientras la reina Camila emprendía rumbo a España para cazar perdices en la provincia de Ciudad Real.

Cumplidos quince días largos de hospitalización la princesa de Gales regresó al palacio de Kensington, no sin antes advertir que se incorporaría a la vida pública después de Semana Santa. Con ellos y con su marido celebrarían el día de la madre.

En Kensington, se sentía Kate como una reina. Descansaba, leía, paseaba por el jardín y jugaba largamente con los niños. Día sí y día también, los tabloides ingleses seguían preguntándose qué extraña enfermedad sería la que aquejaba a la princesa de Gales.

[Guillermo y Kate Middleton le contaron a sus hijos el cáncer de la Princesa "al terminar sus clases del colegio"]

Ahora ya lo sabemos. Era cáncer. Lo reconoció la propia Kate el viernes pasado ante las cámaras de palacio. Daba penita ver su aflicción y su delgadez, tras las primeras sesiones de quimioterapia preventiva. Pero necesita sentirse optimista. Por su marido. Por los niños. Por ella misma. Por la vida.

Ya antes, cuando había empezado a reponerse de la cirugía abdominal, Kate se sintió súbitamente activa, como las mujeres que de pronto sufren ataques domésticos y ordenan armarios como locas. A ella le dio por pintar. Si no pintaba, hacía mermeladas y si no hacía mermeladas, ponía a los niños en fila india y los mandaba posar.

Kate era muy aficionada a las fotos, pero un día se armó el pitote porque resultó que las fotos estaban hábilmente retocadas y daban el cante. Entre unas cosas y otras, ella tuvo que entonar el mea culpa y hacer suya la manipulación.

Esta anécdota me recuerda a otra, sucedida en Madrid durante unas navidades. La reina Sofía, ilusionada con la preparación de los crismas navideños, ordenó las fotos con los niños dentro. Los más mayores, en primera fila. Los pequeños, detrás, arropados en sus faldones, La Reina sostenía en brazos al que parecía recién nacido. Más tarde repartiría las felicitaciones entre la familia y los cientos de amigos.

Había niños como muñecos y muñecos como niños. Cuando corrió la voz de que uno de los niños era falso, sucedió lo mismo que con Kate: por poco se desmaya. Dicen que la reina Sofía no sabía dónde mirar. Realmente aquello parecía Zarzuela en versión Kensington.

No es la primera vez ni será la última que una Casa Real mete la pata. Con ocasión de los posados reales siempre habrá alguna dama que enseñe el tirante del sujetador. Y no quiero apuntar.

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