Vladímir Putin durante su visita a Mariúpol.

Vladímir Putin durante su visita a Mariúpol. REUTERS

LA TRIBUNA

Putin quiere imitar a Zelenski

En un intento de imitar las visitas de Zelenski, el impopular presidente ruso interpreta un papel poco creíble en el que no están permitidas las tomas falsas.

22 marzo, 2023 02:19

La semana pasada, el mundo recibió la noticia de la imputación de Putin por la Corte Penal Internacional. El secuestro de más de 16.000 niños ucranianos a manos de las fuerzas rusas ha servido para que el fiscal Kharin Khan emita una orden internacional de detención contra el dictador.

Como reacción a su imputación, el presidente ruso realizó una visita nocturna y preparada a lo que queda de la ciudad ucraniana de Mariúpol.

El presidente ruso, Vladímir Putin, y otros cargos del Gobierno asisten al desfile militar del Día de la Victoria, en la Plaza Roja de Moscú.

El presidente ruso, Vladímir Putin, y otros cargos del Gobierno asisten al desfile militar del Día de la Victoria, en la Plaza Roja de Moscú. Efe

Este viaje debe ser entendido como un intento de Putin por restaurar su dañada credibilidad. Si bien la visita se produce en el noveno aniversario de la anexión ilegal de Crimea, Putin ha preferido visitar Mariúpol, en lugar de la península, por miedo a que se produjeran ataques sobre Crimea como los del pasado agosto.

En todo caso, la visita a la ciudad ucraniana no es casual. Mariúpol ha sido una de las ciudades que más daño ha recibido de las fuerzas ocupantes, aunque también ha sido uno de los lugares donde la resistencia ucraniana ha sido más feroz.

Como muestra de lo primero, hay que recordar que fue en Mariúpol donde Putin mandó atacar el hospital de maternidad. Y también donde las fuerzas rusas destruyeron el famoso teatro que, además de ser una referencia cultural para Ucrania, sirvió de refugio antiaéreo a más de 1.200 personas que buscaban guarecerse del fuego ruso.

Precisamente el ataque al teatro de Mariúpol es algo mucho más simbólico de lo que parece.

Durante los años de la URSS, los bolcheviques acostumbraban a cambiar los nombres de las ciudades. Algunas, como Donetsk, pasaron a llamarse Stalin, y otras, como Mariúpol, pasaron a llamarse Zhdánov.

En el primer caso no cabe duda de por qué se adoptó ese nombre. Pero en el caso de Mariúpol, esto merece una pequeña explicación. Andrei Zhdánov fue un bolchevique que dirigió el temido Agitprop, un órgano represor de la cultura que silenció a músicos tan contrarrevolucionarios como Shostakóvich o Prokofiev.

En 1947, Muradeli, un georgiano nacido en la misma ciudad que Stalin, estrenó la ópera La Gran Amistad. Esta composición debía ensalzar la labor de la URSS al haber unido a todos los pueblos que componían ese proyecto político.

Sin embargo, cuando Stalin y el propio Zhdánov asistieron a su estreno en el Teatro del Bolshoi en Moscú, el líder totalitario se encontró con un espectáculo en el que su autor había preparado una crítica ácida de la cruel dominación rusa sobre los pueblos georgiano y osetio, en vez de una loa.

"Putin es impopular, no es querido ni en las zonas rusófonas, antes rusófilas, que hace unos años votaban a los candidatos proKremlin"

Ese fue el momento en el que Zhdánov acabó con la música en la URSS. Y en el que Mariúpol perdió su nombre y su identidad, pasando a llamarse Zhdanov. Aunque el decreto no hablaba del fondo ni de su crítica, calificaba la obra de antipopular y formalista, exhortando a los músicos soviéticos a no cometer estos dos defectos.

75 años después del famoso decreto Zhdánov, la visita de Putin a la ciudad que llevó el nombre de su autor adolece de los mismos defectos que fueron prohibidos por Stalin: es antipopular y formalista.

Putin es absolutamente antipopular. No es querido ni en las zonas rusófonas, antes rusófilas, que hace unos años votaban a los candidatos proKremlin.

De hecho, la visita se produjo por la noche no sólo para evitar que se viera la destrucción de la ciudad. Sino también para evitar que pudiera haber protestas similares a las que se organizaban en la ocupada Jersón cuando la visitaban líderes rusos.

En este sentido, las personas que aparecen en los vídeos y en las fotos son agentes del FSB que ya han hecho de figurantes para Putin en otras ocasiones.

Por otro lado, Putin se muestra en su visita excesivamente formalista y carente de improvisación, escenificando un guion que bien podría haber pasado por las manos de los censores soviéticos.

En un intento de imitar las visitas de Volodímir Zelenski, el presidente ruso interpreta un papel en el que no están permitidas las tomas falsas y en el que los errores de los actores se pagan con la vida.

La visita de Putin, además de antipopular y formalista, es poco creíble.

El pasado viernes, Putin no visitó Mariúpol, sino que visitó Zhdánov, una ciudad en la que todavía no se permite representar La gran amistad de Muradeli. Algo que no volverá a ocurrir por lo menos hasta que los rusos se marchen de Ucrania.

*** Alberto Priego es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia de Comillas.

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