La vicepresidenta regional valenciana, Mónica Oltra.

La vicepresidenta regional valenciana, Mónica Oltra.

LA TRIBUNA

Tú no nos interesas, Teresa

El silencio de la Generalitat valenciana sobre Teresa, víctima de abusos por parte del exmarido de Mónica Oltra, demuestra que muchos de aquellos que claman contra la violencia sexual no están tan interesados en erradicarla como en utilizarla políticamente contra sus rivales. 

18 enero, 2022 06:02

Como a estas alturas todo el mundo sabe, uno no elige los libros que lee, sino que son los libros los que le eligen a uno. Así, pasan a formar parte de nuestras vidas sin saber muy bien por qué. Y en no pocas ocasiones justo, además, en el momento adecuado. Esto mismo me acaba de suceder con un breve ensayo escrito en 1942 por la filósofa francesa Simone Weil titulado La persona y lo sagrado que me regaló mi mujer hace unos días.

Ha coincidido que lo tenía entre mis manos cuando han aparecido varias entrevistas a la víctima de los abusos sexuales cometidos en un centro de menores por el entonces marido de la consejera de Igualdad y Políticas Inclusivas de la Generalitat valenciana, Mónica Oltra, de quien dependían dichos centros. Ha sido inevitable, en consecuencia, no contemplar este caso de perversión a la luz de un texto escrito cuando el mal se propagaba por Europa.

El inicio del librito no puede ser más contundente: “Tú no me interesas”. Es una frase que un ser humano no puede dirigir a otro ser humano sin cometer una crueldad y ofender a la justicia. Y yo no he podido más que preguntarme, a la luz de actos y declaraciones, si Mónica Oltra podría manifestar que Teresa (que es como se llama la chica) le interesa.

Que cada uno saque sus propias conclusiones sobre si su silencio falto de petición de perdón; si su no aceptación de una mínima responsabilidad compartida; si la forma en que actuó su departamento (con "un singular expediente o peculiar instrucción paralela", en palabras de los magistrados que condenaron a cinco años al educador por, entre otras cosas, coger la mano de la niña cuando creía que estaba dormida para masturbarse), supone interesarse por la víctima o no.

En las entrevistas a la joven se desvela toda la crueldad de lo que supone nacer en según qué entornos. Uno no puede más que conmoverse, no ya del sufrimiento por el delito en sí, que también, sino por la vida entera de la chica: esa existencia en la supervivencia, en la mentira, en la desolación y la marginalidad que se da en los entornos desestructurados, planos y sin apenas horizontes de esperanza de quienes acaban en centros de acogida.

"Teresa no interesa a la oposición, ni a los medios, ni, por supuesto, menos aún, al Gobierno autonómico, al partido de la política ahora en cuestión (Compromís), o a la sociedad en general"

Esa vida, que es su historia, es lo que menos interesa políticamente cuando es el origen de todo el drama. Porque, en el fondo, Teresa no interesa a la oposición, ni a los medios, ni, por supuesto, menos aún, al Gobierno autonómico, al partido de la política ahora en cuestión (Compromís), o a la sociedad en general. Pasará Teresa al olvido como tantas otras víctimas fueron olvidadas una vez sirvieron a los propósitos políticos de turno (ya fuera tras atentados islamistas, accidentes de metro o desgracias de todo tipo).

Porque el interés que pide Weil no es la mera atención, sino algo mucho más profundo, más total. Tiene que ver con la justicia. Es decir, con ser tratado desde el bien que todo ser humano desea para sí.

Para Weil, se ignoran los gritos de gente así porque lo más habitual es que las palabras que utilicen nos suenen falsas. Y suenan falsas porque aquellos que están más expuestos a sentir que se les hace el mal son los que menos saben expresarse. Las víctimas (y cuanto más humilde es su condición con mayor crudeza) son miradas con el clasismo que otorga nuestra posición de superioridad.

Es el mismo clasismo con el que las elites nacionalistas miran por encima del hombro a los ciudadanos que se sienten maltratados por ellas. Como si su prestigio político, económico, cultural o social ofreciera mayor dignidad. Por eso reclamará Weil un modelo de sociedad donde, más que libertad para expresar el dolor, lo que triunfe sea el silencio.

No escuchar a las víctimas no es el problema, sino que no se les hace caso de verdad. O, lo que es peor, que son utilizadas para fines ideológicos, ya sea para desgastar un gobierno o para afianzarlo según sean los intereses dominantes. De eso sabemos mucho, justamente, gracias a políticas como la propia Mónica Oltra, entre otras.

La actual vicepresidenta de la Generalitat valenciana y otros representantes de la “nueva política” hicieron del debate público un espectáculo de camisetas reivindicativas, zafios mensajes, querellas, escraches y acusaciones sin cuartel. Lo que hoy llega no es sino el eco de cómo entendieron que se debía alcanzar el poder.

"Su indignación no nacía de una posición moral, sino ideológica. Porque no les importaban las víctimas de entonces, sino los culpables"

Esta vileza de lo nuevo se sumó a la decadencia y corrupción de lo antiguo. Un cóctel que hoy sufrimos todos los ciudadanos cuando comprobamos que nada ha mejorado en la política en este tiempo.

Los que antaño gritaban contra la degradación de la política ahora callan. Y al callar revelan la naturaleza de aquella indignación. Su indignación no nacía de una posición moral, sino ideológica. Porque no les importaban las víctimas de entonces, sino los culpables. Es decir, el rédito político que pudieran obtener. No les importaba a ellas ni les importa a los que hoy son oposición.

Al menos en esto el Partido Popular es más noble. No finge un compromiso moral con la víctima. Porque lo cierto es que, en política, las víctimas no suelen importar de verdad. Si no, no se entienden los silencios del Ministerio de Igualdad según qué casos; que el presidente deje desamparados a los padres que son señalados por el nacionalismo; que no salga en tromba el Gobierno contra los enaltecimientos del terrorismo; que sólo se hable de abusos o de machismo si los casos se vinculan a la Iglesia católica, pero no al islam (puede el lector pensar otros ejemplos porque los hay de todos los colores).

Es el silencio frente al ruido mediático lo que permite escuchar el grito ahogado del sufriente. Silencio para poder oír la queja. Silencio para ir más allá de los hechos. Silencio para trascender el cálculo. Silencio para ahondar en la reparación moral y el arrepentimiento. Cada uno debería guardarlo para poder así estar atentos. Menos alharacas, más saber escuchar.

Lo que aquí estamos reclamando no es sólo una sociedad basada en la compensación económica y el cumplimiento de penas; una sociedad no sólo fundamentada en el derecho, sino que parta de la justicia cordial, que atienda al dolor en función de la responsabilidad de cada uno. Y que lo hagamos con todas las consecuencias: incluidas las de perder el poder.

Eso, o que tú no nos interesas, Teresa.

*** Guillermo Gómez-Ferrer Lozano es doctor en Filosofía Moral y Política y profesor en la Universidad Católica de Valencia. Es el autor del libro La inteligencia religiosa.

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