Alberto Núñez Feijóo protagonizó ayer una intervención impecable y templada durante el debate de investidura. Enfatizó sus victorias electorales en casi todas las comunidades autónomas y en las generales de julio. Presentó un programa económico que cualquier socialdemócrata asumiría como propio. Apeló a los progresistas desencantados con la decadencia moral del PSOE, aunque con poca confianza en que algún diputado socialista muestre dudas. Mucho menos en que la materialice con su voto.

Y ante la perspectiva asumida de una investidura fallida, Feijóo subió a la tribuna para contraponer a ojos de los españoles su filosofía y moral política al maquiavelismo de Pedro Sánchez. "Puigdemont nos ofreció a los dos lo mismo", dijo, dirigiéndose al jefe de Gobierno en funciones. "Tengo a mi alcance los votos para ser presidente, pero no acepto el precio que me piden para serlo".

La idea queda clara. Feijóo proyectó la imagen de un líder político con palabra y valores firmes, a diferencia de un Sánchez que adapta sus principios a sus necesidades. Pero esa no fue la única desemejanza entre los dos líderes.

Sánchez quiso seis debates en la campaña electoral. Pero, como recordó Feijóo, ni siquiera llegó ayer al segundo. En un acto calculado de cobardía, se mantuvo al margen de la sesión y envió a la tribuna al exalcalde de Valladolid, Óscar Puente, con un propósito definido. Elevar el tono con unas formas impropias del Congreso. Injuriar al candidato hasta extender la ofensa a todos los diputados. Y, al fin, embarrar el terreno de juego para que la bronca se impusiese al debate de la amnistía.

Buena parte de los afines a Sánchez elogian el ingenio de su golpe de efecto. La ausencia descolocó a Feijóo, que esperaba un cara a cara, y escenificó el rechazo a una investidura sin visos de éxito, dejando que el protagonismo recayese en un secundario. Pero los afines omiten lo esencial. No corresponde valorar la estrategia, sino la ejecución. El problema principal no es que Sánchez guarde silencio para que sus palabras salgan de otro. El problema principal son las palabras y maneras escogidas para emponzoñar el proceso, la institución y el debate, y para seguir adelante con una operación poco prometedora para los intereses de España.

Ningún español debe por tanto caer en el juego de prestidigitador de Sánchez, que es reparar en la mala educación de Puente mientras mina el Estado de derecho con sus continuas cesiones a los independentistas.

Quizá Sánchez salga aliviado de una sesión incómoda, sin intervenir personalmente en un debate del que no había forma de salir bien parado. Quizá Sánchez crea que la apuesta por el frentismo y la crispación, con la voladura incluida de todos los puentes tendidos por el otro partido de Estado, le sacará de cada uno de los apuros. Pero ese plan no es más que una huida hacia delante.

Sánchez ha quemado todas las naves. Es un líder vulnerable, sostenido por la suerte de quienes proclaman como fin la destrucción de España. La bronca de ayer, con sus modales de caverna, sólo le arrincona.

Sánchez ha quedado marcado por la producción de esta obra de teatro-pánico, con una bancada socialista retratada con sus ovaciones tras el esperpento de un Puente que, más que como un diputado, actuó como un dóberman. Sánchez prefirió eso a dar explicaciones a los españoles. Pero es el turno de los españoles de tomar nota. Entre ellos, los votantes socialistas que, como Alfonso Guerra o Felipe González, no se resignan a la decadencia moral y democrática de su partido.

Mientras Sánchez se arrincona, Feijóo se ensancha. El candidato popular reivindicó los necesarios pactos de Estado ofrecidos al actual presidente del Gobierno, que incluyen una legislación estable para la educación, un plan hidrológico nacional o la relajación de los impuestos a las rentas medias y bajas. Despachó al airado Puente con humor, dignidad y compostura. Proyectó la cohesión del PP en torno a su liderazgo. El tiempo dirá a cuántos socialdemócratas convenció de su proyecto integrador y centrista.

Puede que el camino de la serenidad y la humildad sea temporalmente ingrato en una época de sectarismo y populismo. Pero, si el PP es paciente, si mantiene con firmeza el rumbo marcado por Feijóo, su voz se elevará sobre el ruido. De esto no cabe duda. Puede que no salga adelante esta investidura, pero la situación de Sánchez es difícilmente sostenible a medio plazo. Más pronto que tarde, la ciudadanía, cansada de la radicalidad y el enfrentamiento, buscará una alternativa moderada y fiable. Y en estos momentos, Feijóo es el único capaz de ofrecerla.