En los últimos meses, Donald Trump ya había sido imputado en dos ocasiones, convirtiéndose en el primer presidente de los 234 años historia de Estados Unidos en ser encausado por cargos penales. Pero la tercera investigación que afronta, después de que el fiscal federal le acusara este martes de intentar revertir el resultado de las elecciones de 2020, reviste un nivel de gravedad mucho mayor.

Porque las otras dos causas en las que está implicado (un presunto soborno a una actriz porno, y el intento de eliminar pruebas de los documentos clasificados hallados por el FBI en su mansión de Mar-a-Lago) se refieren a conductas personales. Pero ahora, un gran jurado de Washington DC va a sentar en el banquillo a un presidente de los EEUU por intentar subvertir la democracia de la nación que gobernó. En general, los delitos que se le atribuyen son los más graves que ha podido cometer un ciudadano americano contra su país.

Hay que tener en cuenta que no se le acusa por difundir el bulo de un fraude electoral masivo (una mentira que alentó el asalto al Capitolio en 2021), sino por urdir una "conspiración" para obstruir e intentar manipular el proceso de escrutinio de las elecciones.

No obstante, legalmente podrá concurrir a los comicios del próximo año, y está decidido a seguir con su campaña incluso "aunque tenga que ingresar en prisión". Y eso que se enfrenta a penas de hasta veinte años, podría recibir una cuarta imputación y vivirá una campaña de 2024 jalonada de juicios. 

Pero Trump ha convertido su imputación en más munición para presentarse como víctima, alimentando así el ciclo del populismo que lo catapultó al poder. Y ahondando en la polarización de la sociedad americana y en su desconfianza hacia las instituciones. El expresidente sostiene que los cargos de los que se le acusa son "fake news", y que su encausamiento responde a una "caza de brujas" instigada por los demócratas para manchar su imagen antes de las presidenciales.

Por eso, este martes ha celebrado este nuevo proceso penal vanagloriándose de que "nunca he tenido tanto apoyo". Y lo cierto es que, según una encuesta publicada por The New York Times este lunes, Trump es el gran favorito en la carrera de las primarias republicanas, con un 54% del apoyo. Muy por delante de su principal contrincante, Ron DeSantis, con apenas un 17%. 

Además, otra encuesta publicada este martes por el mismo diario arroja un empate con el 43% de los votos en las presidenciales de 2024, si se convierten en una revancha, como todo parece indicar, contra Joe Biden.

Que una figura tan execrable como Trump siga reuniendo a una legión tan vasta de entusiastas sólo puede explicarse por el deterioro de los estándares morales y de los escrúpulos cívicos que ha corroído EEUU en los últimos años. Que ha inoculado en buena parte de la sociedad americana un descrédito hacia los procedimientos democráticos lo prueba el 63% de republicanos que, según una encuesta de la CNN del pasado mayo, consideran ilegítimo el resultado de las elecciones de 2020. Y también los centenares de candidatos apuntados a su negacionismo electoral que se presentaron a las pasadas midterms.

El cesarismo insurrecto del expresidente ha llegado a cuajar en una suerte de mesianismo que parece haberle hecho inmune a ojos de muchos estadounidenses, a pesar del aluvión de indicios penales que pesan sobre él. Por eso, su reelección volvería a tensionar hasta límites insospechados el Estado de derecho de una de las mayores y más antiguas democracias del mundo. Nada garantiza que no volviera a negarse a reconocer el resultado de las elecciones en caso de que perdiese de nuevo.

Además, que Trump, conocido por su sintonía con Vladímir Putin, regresase a la Casa Blanca podría perturbar toda la arquitectura de seguridad internacional. Ya amenazó con retirar a EEUU de la OTAN en 2019, y sería un factor de división en una Alianza reforzada en respuesta a la guerra de Ucrania.

En cualquier caso, Los Estados Unidos de América contra Donald J. Trump es un signo esperanzador de la fortaleza de la cultura política democrática de EEUU. Este proceso judicial es una reacción de autodefensa de la república americana, frente a quien ha intentado atentar contra los fundamentos mismos del sistema e impugnar el principio elemental del gobierno democrático.

Si con el asalto al Capitolio quedaron al descubierto las flaquezas de la democracia estadounidense, las imputaciones de Trump son una prueba de que un orden constitucional afianzado tiene la capacidad de sobreponerse incluso a un presidente, demostrando así que nadie está por encima de la ley.