El desarrollo del recuento electoral en EEUU sigue ahondando en la decepción que han supuesto las midterms de 2022 para los republicanos. El Partido Demócrata finalmente conservará el control del Senado, sin necesidad de esperar al desempate en la segunda vuelta en el Estado de Georgia.

Esto supone todo un hito, en la medida en que las elecciones de mitad de mandato normalmente no favorecen al partido en el poder. Que la Cámara Alta ya haya caído del lado de los demócratas acaba con las esperanzas de los republicanos de conservar ambos hemiciclos. Y entierra definitivamente el entusiasmo que había levantado la frustrada "marea roja".

Pero las implicaciones políticas de mayor calado tienen que ver con el castigo que estas midterms infligen al liderazgo de Donald Trump. Y es que ayer los candidatos republicanos bendecidos por el expresidente perdieron en los seis Estados clave en los que el expresidente esperaba revertir su derrota de 2020.

La lectura de estos resultados es clara: los votantes estadounidenses han rechazado el negacionismo electoral y el estilo extremista que representa el trumpismo. Porque los candidatos presentados por el GOP en Michigan, Arizona, Nevada, Pensilvania, Georgia y Wisconsin formaban parte del sector que ha venido replicando las infundadas acusaciones de fraude electoral con las que Trump alentó el asalto al Capitolio de 2021.

Es cierto que, como ha contabilizado The Washington Post, son 173 los cargos republicanos ganadores de sus respectivas competiciones electorales que cuestionan la victoria de Joe Biden en 2020. Pero el revés que ha sufrido el trumpismo en el Senado evidencia que el discurso conspirativo está amortizado y que ha dejado de ser una estrategia ganadora. Ha quedado demostrado que cultivar el descrédito de las leyes electorales y los sistemas de votación en EEUU no interpela a los electores, sino que los espanta, aunque Trump siga insistiendo en esta nociva estratega suicida.

Muchos de los votantes declararon que rechazar a los candidatos trumpistas es lo que motivó el signo de su papeleta. Lo cual no significa que hayan repuntado los reducidos índices de aprobación de Biden. Ni que se hayan evaporado los problemas económicos y sociales que más preocupaban a los estadounidenses, como la elevada inflación o el empeoramiento de la inseguridad ciudadana.

Sencillamente muchos electores han optado por el mal menor ante la horripilante perspectiva de que votar republicano pudiera impulsar el regreso de Trump a la Casa Blanca. A buen seguro el Partido Republicano tomará nota de la principal lección que dejan estas midterms. A saber, que los ciudadanos están cansados de las estridencias y los radicalismos, y que han premiado la seriedad, la tranquilidad, la competencia de los candidatos y la estabilidad política.

El hecho de que muchos republicanos estén pensando ya en el escenario de un GOP post-Trump pone de manifiesto que se ha entendido el mensaje de que el partido de Trump ha perdido por ser el partido de Trump.

Porque, pese a la derrota del líder ultraderechista en 2020, el Partido Republicano no quiso renunciar a la base electoral del expresidente. Y estas cábalas demoscópicas le disuadieron de purgar la organización del legado trumpista. Y le llevaron a seguir concediendo al expresidente un papel protagonista en la campaña de estas midterms.

Inevitablemente, las elecciones de 2022 iban a plantearse plebiscitariamente, como un test de la valoración de la administración Biden, por un lado, y como una prospección para tantear las posibilidades del retorno del expresidente, por el otro.

Pero la infección del GOP por el trumpismo le ha acabado pasando factura a los republicanos. Y crece entre ellos el clamor de que el expresidente ya no les es útil, sino contraproducente. Por eso, acudirá muy debilitado mañana al previsible anuncio de su candidatura a las primarias del Partido Republicano. Estas midterms pueden haber supuesto el principio del fin de Donald Trump.