Giorgia Meloni aceptó el mandato del presidente de la República, Giuseppe Mattarella, para convertirse en la primera mujer que lidera un Gobierno en Italia. De no ser por su pertenencia a la derecha populista, arraigada a los movimientos posfascistas, y de no ser por las dudas externas que le acompañan desde su victoria electoral, sería esa la noticia. Pero la realidad es otra.

La nueva primera ministra de Hermanos de Italia prometió, junto a la Lega y Forza Italia, la creación de un equipo comprometido con una agenda conservadora, irreductiblemente europeísta y atlantista, y repleto de perfiles técnicos. De alguna manera, Meloni procuró tranquilizar a los italianos. Pactó una transición suave con Mario Draghi. Proyectó que son más los consensos que les unen que las diferencias que los separan. Y sin embargo, a la hora de la verdad, con los nombres de su Ejecutivo sobre la mesa, la verdad que reluce también es otra.

En los días posteriores a la victoria electoral de Hermanos de Italia, se pronosticó que el extravagante Matteo Salvini, de la Lega, quedaría al margen del equipo. El motivo era su vinculación con el Kremlin. Salvini, un oportunista de manual, siempre aireó su admiración por Vladímir Putin, a quien venera como verdadero baluarte de los valores occidentales contra las supuestas perversiones de la modernidad. El aparato político y mediático de Moscú le espoleó como recompensa, y Salvini apenas moderó sus elogios por el apoyo de la opinión pública de su país a la causa ucraniana.

El líder de la Lega, que incluso defendió hace unas semanas el levantamiento de las sanciones a Rusia, no sólo se ha librado de quedar al margen del Gobierno, sino que será uno de los dos vicepresidentes de Meloni. De modo que, si bien se ha quedado sin la cartera que anhelaba (Interior), su papel está lejos de ser secundario. Porque ocupará la cartera de Infraestructuras y Movilidad. Es decir, podrá exprimir su gallina de los huevos de oro, su supuesta lucha contra la inmigración irregular. Y porque, además, su partido contará con los ministerios de Economía y Educación.

El otro vicepresidente será Antonio Tajani, un hombre contrastado en Bruselas, con buenas relaciones en el Partido Popular Europeo. Es la extensión de Silvio Berlusconi, que se queda fuera del plano, pero difícilmente de la escena.

La efusividad con su “hermanito” Putin ha resultado incompatible con un proyecto de Meloni que ha sido franco en su mensaje a Bruselas. Italia será leal, sin fisuras, al proyecto común de la Unión Europea y a la OTAN. Meloni ha sido predecible en ese sentido. También en el incumplimiento de una promesa. Que los técnicos predominarían. Al contrario, prevalecen los perfiles ideológicos.

Con la primera tarea completada, se adivina un horizonte de inestabilidad para este Gobierno. Está por ver la capacidad de Meloni para sacar adelante una macedonia política con la inflación disparada y los tambores de la recesión de fondo. No ayudará la convivencia con Salvini o Berlusconi, que pueden liquidar el consenso en asuntos tan sensibles como la política exterior. Particularmente, sobre la conveniencia de mantener las sanciones a Rusia y el apoyo económico y militar a Ucrania. 

No es fácil agotar una legislatura en Italia. Sólo el Reino Unido posbrexit iguala sus registros. Sobran los argumentos para temer que, con semejantes actores de desestabilización en el seno del Gobierno, alguien acabe por romper la baraja.