El descontento popular en Irán crece cada día a medida que aumenta la feroz represión de las autoridades. El asesinato de la joven de 22 años Mahsa Amini el pasado 16 de septiembre encendió la mecha de un estallido social que se ha extendido por decenas de ciudades de todo el país.

La sucesión de protestas de estas tres últimas semanas ha dejado un saldo de 185 muertos. 19 de ellos niños, lo que da muestra de la brutalidad inclemente de la tiranía que gobierna la República Islámica.

Las fuerzas de seguridad iraníes están arrestando niños en los colegios. Los manifestantes también han denunciado que la policía dispara contra las concentraciones y realiza arrestos arbitrarios. Los antidisturbios desplegan patrullas por las calles y los cafés. Y reina un clima de delación en la que ciudadanos corrientes denuncian a las mujeres que, como Amini, exhiben un "atuendo inapropiado".

No es posible por el momento calibrar la magnitud de los disturbios. Ni aventurar si estamos ante una auténtica contrarrevolución capaz de impugnar la de 1979, que instauró la República Islámica en Irán.

Es cierto que la inflexible teocracia iraní ya ha sofocado otras revueltas en el pasado. Y que las protestas son hasta ahora levantamientos desorganizados y sin un liderazgo central.

Pero la intensidad de la represión y la trasgresión de las reivindicaciones de los manifestantes evidencian que estamos ante la mayor reacción contra el régimen de los ayatolás hasta la fecha.

Es también el primer movimiento revolucionario protagonizado por mujeres y centrado en sus reivindicaciones. Porque aunque todos los iraníes sufren el sometimiento de la dictadura chií, son las mujeres las más damnificadas, estando privadas de cualquier derecho.

Son sobre todo ellas quienes están arriesgando su vida y desafiando día tras día a un régimen que encarcela a las mujeres por quitarse el velo en público. Por eso, están quemando sus hiyabs y cortando su pelo en señal de protesta, bajo el lema "muerte al dictador" y #WomanLifeFreedom.

Como en su día las sinsombrero españolas, las mujeres iraníes se desprenden de una prenda que simboliza todo un sistema de sumisión. Una estructura de dominación mediante la que se ejerce el terror religioso en el país.

Una marciana "policía de la moral" se encarga de velar por el cumplimiento de estrictos códigos de vestimenta y conducta, según los cuales llevar el velo aflojado se considera una ofensa intolerable. La rebelión de las 'sinvelo' iraníes ataca así uno de los pilares sobre los que se sostiene la República Islámica, y que ahora se tambalea.

Los estudiosos de las revoluciones saben que las nuevas generaciones con mayores niveles de educación tienen una tendencia más contestataria. Las redes sociales permiten también que los sectores aperturistas de las sociedades dictatoriales estén conectados con el resto del globo.

Es esto lo que ha permitido la ola de solidaridad de mujeres en todo el mundo, con personalidades del mundo de la cultura y la política cortándose el pelo para mostrar su apoyo a las manifestantes iraníes.

Este hábil manejo de las nuevas tecnologías ha quedado también patente en el hackeo de la televisión estatal este sábado. Mientras hablaba el ayatolá Jamenei, se interrumpió la transmisión, y apareció en pantalla el texto "tus manos están llenas de la sangre de nuestros jóvenes".

También confluyen en Irán una serie de condiciones favorables para una 'Contrarrevolución islámica'. El régimen atraviesa un momento de debilidad que encarna la delicada salud del propio Jamenei, líder supremo de Irán. Una debilidad a la que se añade una difícil situación económica agravada por las sanciones de EEUU y el aislamiento internacional del país.

Los manifestantes culpan directamente al ayatolá y al presidente iraní, Ebrahim Raisí, de la muerte de Amini y el resto de adolescentes asesinadas.

El régimen de los ayatolás se encuentra más amenazado que nunca. Pero la caída de la República Islámica sólo será posible si esta oleada de altercados logra ganarse también el apoyo de amplios sectores de la población masculina. Y si surge un frente de disidentes entre la estructura clerical gobernante capaz de impulsar una apertura política desde dentro.