La prueba de que los líderes occidentales se toman en serio las amenazas nucleares de Vladímir Putin, actualizadas la pasada semana tras las anexiones de Jersón, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk, son las últimas palabras del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden. "Es la primera vez desde la crisis de los misiles de Cuba que tenemos una advertencia directa", dijo el jueves. "Putin no está bromeando".

La versión de la Casa Blanca coincide con los informes de la Inteligencia angloamericana y con los temores fundados del Gobierno ucraniano desde el comienzo de la guerra. Ya en abril, Volodímir Zelenski pidió a la comunidad internacional estar "preocupada" y a sus ciudadanos estar "preparados" para el peor escenario. Nadie se tomó la advertencia a la ligera en la nación de Chernóbil.

El tiempo le está dando la razón. Zelenski pidió armas para presentar resistencia al invasor y, ocho meses después, Ucrania es superior a Rusia en el campo de batalla. Lo que explica que Putin recurriera a la anexión de los cuatro territorios ucranianos al margen de la legislación internacional, y sin siquiera el apoyo de China, India o Irán, para infundir el temor a una respuesta atómica a los ataques en suelo ruso.

Ahora, Zelenski reclama a Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea que no cedan al chantaje nuclear. Que no sólo mantengan la presión sobre el régimen de Putin, sino que lo amplíen. Que esta y no otra es la estrategia que conducirá a la disuasión y la victoria. Hasta el momento, ninguna potencia del bloque occidental ha dado un paso atrás. Como debe ser.

Es comprensible que algunos ciudadanos sientan inquietud por la posibilidad de un ataque nuclear. Las imágenes de los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki nunca desaparecerán del imaginario colectivo. Pero retroceder sería la peor decisión imaginable. Los esfuerzos tienen que estar con la defensa incondicional de Ucrania y de los valores liberales en esta guerra de civilizaciones.

En este sentido, los líderes políticos de la Unión Europea han de ser francos. Por un lado, tienen que persuadir a la sociedad de que la protección de nuestro modo de vida comporta riesgos y combatir una propaganda alimentada por el Kremlin que busca una salida beneficiosa para Putin.

Por otro, explicar que es probable (o incluso "muy probable", según Zelenski) que Rusia tantee la templanza europea con ensayos nucleares o con el uso de una bomba táctica que frene los progresos de la resistencia y mine la moral ucraniana.

Occidente tiene que estar preparado, en todos los sentidos, y convencerse de que la respuesta a las agresiones no puede ser el pánico y la rendición, sino la serenidad y la firmeza. La historia está llena de ejemplos de que la salida más cobarde es, al mismo tiempo, la más estéril.

El escenario nuclear sería por su parte un error inasumible para el régimen de Putin. Estados Unidos ya ha advertido de que cualquier uso del arsenal atómico recibirá una represalia devastadora de la OTAN. Con la carta atómica, Putin comprometería su supervivencia política y física. Pero el riesgo es real y muchas voces en los círculos de poder de Moscú asumen que es inevitable. Para diluir los apoyos a Ucrania o para compensar las penurias rusas sobre el terreno. 

El mundo vive tiempos peligrosos. Pero, piense Putin lo que piense, la respuesta de Occidente debe ser clara: determinación, comunión y valentía contra un régimen que sólo entiende la mano dura. El chantaje no admite un paso atrás.