Las erráticas explicaciones que el primer ministro Boris Johnson ha dado sobre el escándalo del partygate ya no convencen a nadie. Ni siquiera a los suyos. La moción de censura a la que el primer ministro británico fue sometido ayer, aunque fracasada, es una buena muestra de ello.

La moción, que se ha celebrado en la Cámara de los Comunes entre las 18:00 y las 20:00 horas, no ha prosperado, al obtener Johnson 211 votos. El premier británico necesitaba 180 para mantenerse en el número 10 de Downing Street.

Después de Theresa May, la moción de censura a Boris Johnson es la segunda a la que es sometido un primer ministro conservador en cuatro años. 

Pero esto no significa que lo vivido anoche en Westminster sea una victoria para el líder de los conservadores. De hecho, de los seis líderes conservadores que han afrontado mociones de confianza, sólo uno sobrevivió para presentarse después a las elecciones.

La victoria de anoche es, en fin, más técnica que política. Y la abultada cifra de 148 parlamentarios tories (más del 40%) que han votado en su contra supone una auténtica derrota psicológica para Johnson, al que le espera un final de legislatura agónico e incierto. Hay que recordar que May, en comparación, sólo perdió la confianza de 111 parlamentarios. 

Liderazgo herido de muerte

Aunque Johnson no ha podido ser censurado, resulta encomiable la posibilidad misma de que un partido político pueda libre y abiertamente cuestionar el liderazgo de sus cuadros. El insólito fenómeno que para los españoles supone ver a destacados conservadores pedir la dimisión de su líder y primer ministro se debe a las particularidades del sistema electoral y constitucional británico, que no entiende de disciplinas de voto.

Un sistema en el que las lealtades de los representantes electos no están con el jefe del partido, sino con sus votantes. Es evidente el plus de transparencia, democracia y rendición de cuentas que este modelo comporta. Pero también la mayor inestabilidad parlamentaria que puede acarrear.

La insostenible situación de Boris Johnson al frente del Gobierno británico se agravó cuando el premier fue multado por haber violado las leyes Covid que él mismo promulgó. Una sensación de lacerante injusticia se apoderó de los británicos tras tener noticia de que el primer ministro toleró, hospedó y participó en fiestas y celebraciones en su residencia oficial mientras el resto de la población estaba aislada; las reuniones, prohibidas; y el número de muertos, disparado.

El partygate se añade a otros escándalos que le han salpicado a él y a su Gabinete y a una gestión económica decepcionante. Johnson ha dilapidado su capital político y perdido su popularidad en los últimos años. Por eso es una buena noticia, pese a todo, que gran parte de los británicos y cada vez más representantes políticos renieguen del que ha sido uno de los mayores representantes de la extravagancia política del populismo.

¿Principio del fin?

La victoria en la votación no cierra el debate sobre su liderazgo. De hecho, es dudoso que Johnson salga reforzado de la votación. Más bien todo lo contrario: el daño irreparable a la autoridad del primer ministro ya está hecho.

El hecho mismo de que su liderazgo haya sido sometido a debate en el Parlamento evidencia que un número muy significativo de sus propios correligionarios lo quieren fuera. Por eso, los analistas británicos dudan de que Johnson vaya a poder liderar a los tories en las próximas elecciones ni que vaya a poder seguir otro año en el cargo sin nuevos sobresaltos. El precedente es el de su antecesora en el cargo, quien, pese a haber superado la cuestión de confianza en diciembre de 2018, fue forzada a dimitir tan sólo cinco meses después.

La moción de ayer marca el agotamiento de la capacidad del líder conservador por salir airoso de todos sus escándalos. El principio del fin de un fenómeno político que irrumpió como un tifón de excentricidad e insolencia y apuntaló el camino del Reino Unido hacia el brexit.

A la larga, los ciudadanos pierden la paciencia con los extravagantes y los mentirosos, y exigen profesionalidad y responsabilidad en el ejercicio del poder. La maquinaria de las quinielas para designar al próximo líder de los conservadores, y tal vez siguiente premier británico, ya está en funcionamiento.