Hasta los más entregados putinófilos habrán abierto los ojos tras la cruenta invasión de Ucrania. ¿Queda algún ciego que sostenga que este baño de sangre, esta agresión desde todos los frentes y por todos los medios, tiene algo que ver con una Rusia supuestamente amenazada por la ampliación de la OTAN? ¿Quién en su sano juicio puede seguir apelando a ese supuesto espacio de seguridad que daría tranquilidad a Moscú, espacio tan amargamente reclamado por los propagandistas del régimen?

La ferocidad de sus hechos y la insolencia de sus palabras dan buena cuenta de la voluntad genuina de Moscú. Desde el punto de partida de la coacción, con las principales ciudades ucranianas asediadas y al borde del abismo, los delegados enviados por Vladímir Putin a negociar con los agredidos han resumido sus requisitos para deponer las armas. Más allá de la fiabilidad de las promesas de Putin, que llegó a negar a los presidentes de Francia y Alemania las intenciones bélicas sobre Kiev pocos días antes de atacarla, sus peticiones son a todas luces inadmisibles.

No es sólo que el Kremlin solicite el reconocimiento de las desestabilizados y ocupados territorios de Luhansk y Donetsk, y la independencia de la ya anexionada península de Crimea. Tampoco que exija, como expuso el portavoz Dmitri Peskov, la “desmilitarización” de la resistencia para concluir su “operación militar especial”. “Así nadie disparará”, dicen. Es la determinación de Putin de desposeer a la nación ocupada del máximo estandarte de su democracia. Es decir, su Constitución.

Extorsión

Lo que pretende Rusia con esta extorsión es que los ucranianos, en un proceso ajeno a la democracia más básica, ajusten sus normas de convivencia a la voluntad del exagente de la KGB. Que, bajo el falso pretexto de la neutralidad entre la tiranía del Este y la libertad del Oeste, renuncien a su soberanía. Que abracen las reglas de un sistema criminal que silencia con violencia a los disidentes y condena a sus ciudadanos al peor de los yugos.

Putin sabe bien que, atacando la Constitución de los ucranianos, ataca el Estado de derecho, que es la piedra angular de la civilización occidental. Resulta intolerable la extorsión del Kremlin. ¿Qué tipo de inspiración mesiánica posee a Putin? ¿Y qué tipo de negociación es esa que transcurre entre el estruendo de unas bombas que caen únicamente en una parte?

Ucrania viviría en paz de no ser por Rusia. Ahora, Rusia promete que sólo volverá la paz a Ucrania si se resigna a ser un Estado vasallo. Eso sí, con la única garantía de la promesa de Putin. Y no hay promesa que valga menos que la de su régimen. Uno que ha hecho de la mentira, la estafa y el engaño su más característica arma de guerra.