El infantilismo y la frialdad casi maquinal de la deslucida ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos han acabado convertidos en la metáfora perfecta de un evento que debería haber sido aplazado hasta 2022 como fue aplazado en un primer momento desde 2020 (la fecha de celebración original) hasta 2021 por la pandemia de Covid-19. 

La decisión de celebrar unos Juegos Olímpicos sin público es consecuente con la delicada situación que vive Tokio, una ciudad en la que apenas un 22% de la población ha sido vacunada y que vive su propia batalla con la variante india de la Covid.

La inoportunidad de los Juegos ha incomodado a la mayor parte de los ciudadanos japoneses. Varios sondeos publicados en la prensa nacional a lo largo de los últimos confirman que dos tercios de los ciudadanos japoneses creen que los Juegos Olímpicos deberían haberse suspendido o, como mal menor, aplazado de nuevo.

Son los mismos sondeos que sitúan la popularidad del primer ministro japonés, Yoshihide Sugaen su mínimo histórico. Algo a lo que no es ajena su decisión de celebrar los Juegos despreciando el estado de ánimo de unos ciudadanos para los que estos son poco más que una inversión que ha salido mal. 

Oportunidad histórica

Los Juegos Olímpicos de Tokio fueron vistos por Japón como una oportunidad histórica para un país que necesitaba demostrar al mundo que sigue siendo una potencia internacional a pesar de la avasalladora hegemonía china en la región y que ha logrado superar con éxito el desastre provocado por el tsunami de 2011. 

Pero el resultado ha sido decepcionante. Miles de empresarios japoneses que invirtieron en la reforma y la adaptación de sus negocios a la avalancha de visitantes que se suponía iban a generar los Juegos (desde establecimientos hoteleros a agencias de viajes o negocios de ocio de todo tipo) piensan ya en cómo paliar las inmensas pérdidas.

El coste de los Juegos Olímpicos de Tokio es, oficialmente, de 13.000 millones de euros. Pero los auditores japoneses hablan ya de un coste real de 17.000 millones de euros. Más de 9.000 millones de euros por encima del coste total de los Juegos Olímpicos de Londres de 2012, los más caros de la historia.

Aplazar los Juegos le ha costado a Japón más de 2.500 millones extra. Los estadios construidos a un coste aproximado de 6.000 millones de euros estarán todos vacíos. 

La última esperanza para recuperar al menos una parte de lo invertido descansa ahora en las audiencias televisivas y en la expectativa de futuros visitantes que decidan viajar a Japón una vez la pandemia haya quedado atrás. Pero son esperanzas pequeñas y hasta Toyota, la mayor empresa nacional, se ha desmarcado de los Juegos y no emitirá ningún anuncio en Japón relacionado con ellos

Impersonalidad extrema

Sería injusto no reconocer que las ceremonias inaugurales de los Juegos Olímpicos han acabado convertidas en un espectáculo azucarado y tan repleto de clichés globalistas, en el peor sentido de la palabra, como estéticamente pasado de moda. Y ese no es, por tanto, un mal que quepa achacar en exclusiva a los organizadores de los Juegos de Tokio. 

Pero aun así, la ceremonia que ayer se pudo ver en los televisores de todo el mundo brilló por su impersonalidad extrema. Más allá de algunos detalles folclóricos que salpicaron la ceremonia y que situaron al espectador en Japón, lo cierto es que esta podría haber sido ejecutada en un plató televisivo de cualquier rincón del planeta sin mayor problema. 

"Creo que los Juegos pueden seguir adelante sin comprometer la salud de los japoneses" ha dicho el primer ministro Suga. "La fácil sería haber abandonado, pero mi trabajo es afrontar los retos" ha añadido luego. 

Se multiplican las noticias que hablan de atletas que han llegado a Japón y que han dado positivo por Covid. Se suceden también las noticias que hablan de protestas de ciudadanos japoneses contra los Juegos y de una indiferencia nacional rayana en el hastío.

Y si algo demuestran esas noticias es que la opción sensata habría sido la de aplazar los juegos hasta que Japón y el resto del planeta hayan recuperado el estado de ánimo previo a la pandemia. Hay retos que es mejor no afrontar.