Este miércoles, 30 de diciembre de 2020, se cumple un año desde que arrancó a andar el Gobierno de coalición de PSOE y Podemos. Tras la negativa de Pedro Sánchez en campaña a pactar con un partido que le generaba insomnio se pasó a la conformación de un Consejo de Ministros que la izquierda radical ha venido utilizando a beneficio de inventario, cuando no de altavoz del cambio de régimen que tanto ansía.

Es verdad que los números dan para quien quiera entender este Ejecutivo como un experimento sociológico de izquierdas. Pero entre el socialismo y el populismo de extrema izquierda media una brecha insalvable para una gobernanza mínimamente operativa. Y Bruselas lo sabe, como lo sabe la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles, tanto a derecha como a izquierda.

Prueba de ello son unos sondeos de opinión que desde hace meses insisten en mostrar un trasvase de votos lento, pero constante, desde Podemos al PSOE. Trasvase que en un primer momento logró sostener el nivel de voto socialista, pero que ahora empieza ya a no ser suficiente frente al auge del PP, de Vox y, en menor medida, de un Ciudadanos que parece en camino de recuperar parte del voto perdido en noviembre de 2019. 

A decir verdad, no son pocas las disonancias entre las dos almas del Gobierno. Cada semana, prácticamente cada día, los españoles se ven forzados a asistir a una nueva polémica a cuenta de la salida de tono de uno u otro ministro de Podemos. Salida de tono que el PSOE se apresura luego a minimizar en un falaz ejercicio de disociación en tanto que se justifica como opinión particular de Podemos, que no del Ejecutivo.

Pero Podemos es tan Gobierno como el PSOE y esa disociación no existe en la práctica. 

Sería ocioso enumerarlas, pero todas esas polémicas tratan de socavar la arquitectura central del Estado. Se trata de aspiraciones, además, que los populistas repican en las redes sociales sin respeto alguno a la ponderación que implica el cargo de ministro.

Una coalición imposible

El Ejecutivo de coalición ni siquiera ha sido capaz de ponerse de acuerdo en las propias nervaduras del sistema. Desde el papel de la Corona a la separación de poderes, de la política exterior a la reforma del Poder Judicial. O en algo tan nimio como el salario mínimo.

Este antagonismo flagrante entre PSOE y Podemos quizá haya quedado en relativa sordina por el trágico impacto de la pandemia. Pero la incompatibilidad de ambos partidos ha conducido a una parálisis del sistema que beneficia, en última instancia, a quienes abiertamente –el separatismo sedicioso– abogan por la implosión del Estado. 

La realidad es que hay un Ejecutivo dentro del Ejecutivo en una simbiosis perversa y contradictoria. Prueba de ello es la visión radicalmente contrapuesta del feminismo que distingue a la vicepresidenta Carmen Calvo de la ministra de Igualdad, Irene Montero.

También, la agenda paralela que Pablo Iglesias, con atribuciones impropias de su cargo, anda desarrollando en el exterior y en temas tan sensibles como el Sáhara o el papel de España en América Latina.

Lo irónico es que apenas una pequeña parte de la despiadada contundencia, casi rayana en la indiferencia, con la que Sánchez ha despachado no ya a Vox o al PP, sino a Inés Arrimadas, habría bastado para que Iglesias comprendiera cuál es su verdadero margen de acción en este Gobierno.

Pero Sánchez ha preferido tolerar las bravuconadas de Iglesias y las consecuencias las han pagado los ciudadanos españoles. En su salud y en su economía. Pero, sobre todo, en crispación social. Porque nunca jamás en cuarenta años de democracia los españoles habían estado tan enfrentados, tan polarizados y tan dividididos. Puede que esa crispación le convenga a Podemos. Es más dudoso que le convenga, a largo plazo, al PSOE. Pero lo que es evidente es que no le conviene a España ni a los españoles. 

Destruir 1978

Que nadie se lleve a engaño ni crea que la aprobación de los Presupuestos derivará en un Gobierno deslizándose sobre una balsa de aceite. Este Ejecutivo podrá tener la estabilidad parlamentaria necesaria para asegurar la presidencia de Pedro Sánchez. Pero la dependencia de Podemos y de los independentistas hace inviable una estabilidad política que España precisa más que nunca si queremos salir del pozo en el que nos han enterrado la epidemia y la crisis económica consecuente. 

La síntesis de este año, con pandemia o sin ella, es que quienes le quitaban el sueño a Sánchez le garantizan hoy su supervivencia. Lo hacen cabalgando unas contradicciones que los de Iglesias consideran tolerables para llevar a cabo su plan fundacional, la verdadera razón de su existencia: la de destruir el pacto entre españoles del 78