Cada día que pasa, la crisis del coronavirus arroja nuevos interrogantes sobre el futuro que nos espera cuando la pandemia amaine y esté controlada. El principal, claro, es el de la tormenta económica y laboral que se avecina.

Según el estudio de SocioMétrica para EL ESPAÑOL que publicamos hoy, ya son más los ciudadanos que temen perder su empleo que los que temen las consecuencias sanitarias del virus. Todo un síntoma, cuando la curva de la epidemia aún no baja.

Autónomos

Con la filosofía solipsista a la que se ha abonado el Ejecutivo, actuando de forma unilateral sin tener en cuenta a la oposición ni el clamor de los empresarios y los emprendedores, España afrontará la crisis en una situación muy difícil.

Por ejemplo, permitir aplazar el pago de servicios básicos a los autónomos, como presenta a bombo y platillo el Gobierno, es un gesto de cara a la galería que le sale gratis. No resuelve el pago de la cuota de unos profesionales que van a pasar unos meses durísimos, y carga sobre los suministradores de agua y energía la medida. Estos, además, ya habían concedido, motu proprio, que las facturas de los clientes más vulnerables pudieran prorrogarse.

Credibilidad

El Gobierno está perdiendo la batalla de la credibilidad no sólo por la envergadura del reto al que se enfrenta, sino también por sus propios errores. Hoy recogemos unas manifestaciones de Felipe González en las que pone en cuestión incluso la comunicación del Ejecutivo en esta crisis, una faceta que había sido hasta ahora uno de los puntos fuertes de Sánchez.

El expresidente asegura que ante catástrofes como la actual, la comunicación debe de ser "austera, breve y empática". A la vista está que resulta ampulosa, redundante y autocomplaciente.

En el fondo, la sobreexposición, las supuestas medidas estrella y repentinas, las dudas sobre unos planes económicos elaborados a la sombra de Podemos y la alergia al consenso están hundiendo la imagen del Gobierno.