Mientras Venezuela se debate en la incertidumbre de su futuro, la mayoría de democracias ha mostrado su apoyo a Juan Guaidó, que el pasado miércoles fue proclamado presidente por el Parlamento del país. No es ocioso recordar que el nombramiento de Guaidó se ajusta a ley y es plenamente legítimo.

Los opositores no reconocen a Nicolás Maduro como su presidente porque las elecciones de las que salió ungido el pasado 20 de mayo fueron convocadas por la Asamblea Constituyente, una cámara creada por el chavismo a medida de su líder para perpetuarse en el poder. Así pues, es la Asamblea Nacional la que, como verdadero poder legislativo, está facultada para "encargar" a un representante la convocatoria de nuevas elecciones.  

Europa, tibia

La tibia reacción de Pedro Sánchez, la apelación a la "unidad de acción" de la UE en la que se ha escudado el Gobierno no puede ser la coartada en la que se refugie el presidente. Más aún cuando ya se contabilizan decenas de muertos en los disturbios callejeros. 

El presidente Sánchez, que desde su llegada a la Moncloa ha hecho alarde de liderazgo internacional, está pasando por ahora de puntillas sobre este asunto: se ha limitado a llamar a Guaidó y ha tenido con él una conversación vacía de contenido que no le compromete a nada. 

Mera retórica

Sánchez trata de contentar a la oposición venezolana con mera retórica mientras no reconoce de facto su legitimidad democrática. Y lo peor es que, muy posiblemente, lo hace para no desairar a Podemos, su socio prioritario de Gobierno que no ha dudado en calificar los acontecimientos en Venezuela como un "golpe de Estado". 

A España, en este momento, le tocaría liderar en Europa el apoyo a la transición democrática en Venezuela. Por lazos históricos, sociales y afectivos. Por eso no es tolerable que Sánchez haga funambulismo político