La moción de censura anunciada este jueves por Pablo Iglesias en el Congreso es una irresponsabilidad que revela hasta qué punto el líder de Podemos está dispuesto a instrumentalizar las instituciones en beneficio propio. Una moción de censura es algo muy serio, un recurso extraordinario con el que no se puede frivolizar; tan es así que sólo ha habido dos en Democracia y la última se remonta 30 años atrás.

Iglesias no puede pretender que se le tome en serio cuando una decisión de ese calibre la comunica a bombo y platillo a los medios de comunicación sin haber hecho siquiera una ronda de consultas con el resto de grupos parlamentarios. Pero es que ni siquiera conocían la iniciativa diputados de su propia bancada.

Sacar tajada

Está claro que la intención de Iglesias es capitalizar el discurso de la lucha contra la corrupción, atraer todos los focos y sacar tajada de los últimos escándalos del PP. Se trata, al fin y al cabo, de intentar seguir polarizando la política española aislando entre los extremos al PSOE y a Ciudadanos, y presentándose como la verdadera oposición a Rajoy.

Pero no todo vale en política. Si el miércoles Iglesias fue incapaz de encontrar la mayoría suficiente para forzar un pleno monográfico urgente contra la corrupción, ¿con qué credibilidad plantea veinticuatro horas después una moción de censura sin candidato ni apoyos? Es una frivolidad, y la respuesta no podía ser otra que la que se ha encontrado: un rotundo rechazo. Ningún partido de la Cámara se ha alineado con él al advertir que sólo busca propaganda.

Contra el PSOE

Seguramente el líder de Podemos también pretendía resquebrajar el PSOE, en pleno proceso de primarias, provocando la adhesión de unos y el rechazo de otros. Pero hasta ahí le ha salido el tiro por la culata: los tres candidatos han rehusado su ofrecimiento y los tres le han recordado que tuvo la oportunidad de echar a Rajoy hace un año y no lo hizo.   

A la desesperada, Iglesias trata de recobrar el protagonismo perdido en los últimos meses por Podemos y tras unos días particularmente desafortunados, con el fiasco del tramabús y la ridícula protesta contra la Ser por no permitir el acceso a Irene Montero a una tertulia a la que no había sido invitada.

Si al final Iglesias acaba concretando su plan, asistiremos a una farsa de moción de censura en la que, muy probablemente, saldrá escaldado, como ya le ha ocurrido al anunciarla.