Fotograma de La ventana indiscreta, de Hitchcock.
Te cuento la vida secreta de mis vecinos de la derecha: una escritora siempre es una espía
La gente dice que Madrid es una ciudad hostil, una ciudad en la que nadie te habla y todo el mundo va a lo suyo. A ver si van a ser ellos los que son unos malajes.
No conozco a mis vecinos de la derecha. En tres años no les he visto jamás por el pasillo ni en el ascensor.
A mi izquierda vive una señora mayor, amable y bastante sorda, cosa que siempre es un gustazo. "Hija mía, has llegao' de vacaciones y ni te he sentío", me dice, cogiéndome del bracito con sus dedos suaves y llenos de anillos.
A mí esto me extraña, porque yo soy muchas cosas en la vida, pero silenciosa no. "¿Tú has visto la suerte que tienes conmigo?", le contesto muy alto para que se entere. Y ella se pone melosa. "Es que soy muy discreta", miento piadosamente.
Está bien así, nos queremos en mute. Yo dejo pasar siempre delante su belleza antigua y encorvada y ella se niega a que la ayude con el carro de la compra cuando lo empuja hacia adelante como Sísifo, con dos cojones.
Es orgullosa. La aprecio mucho, a mi Marisol.
La gente dice que Madrid es una ciudad hostil, una ciudad en la que nadie te habla y todo el mundo va a lo suyo. A ver si van a ser ellos los que son unos malajes.
En Chamberí, que es mi barrio, no sólo nos saludamos, sino que nos leemos las caras, que es un lenguaje algo más laborioso y prácticamente médium.
Yo llego a la Carnicería Quevedo, donde están mis hombres favoritos (hombres fuertes y claros, inteligentes, conocedores de lo atávico, tan limpios y útiles, tan dignos y fiables, reconfortantes, tan al servicio de mi felicidad, descantes siempre de que esté alimentada y fuerte: saben la anatomía del cerdo igual que saben de familia y de amor, es decir, de la sangre) y ellos me detectan el ramalazo de nube negra. Inescapable. Acorralada.
Su psicología es tan sofisticada que en mi día aciago no me dicen nada. A veces no hay nada que decir, a veces solo hay que meter una gilda destrangis en mi bolsa guiñando un ojo. Yo estoy automáticamente mejor porque soy muy fácil ante el milagrillo salado de una anchoa.
Pero al día siguiente, cuando vuelvo ya más luminosa y peleona, me suelta el jefe: "¡Mírala! ¡Hoy vales mil euros más que ayer!". Me río. Me acuerdo de esa canción de Estopa, la de Te vi, te vi: "Siempre quiero estar contento. Triste no valgo la pena".
En mi caso es verdad.
Eso sí, pasan los meses y sigo sin conocer a mis vecinos de la derecha. Imagino sus caras y sus cuerpos. Su ropa de buena calidad y de colores neutros, beiges. Su entusiasmo quebradizo, su retrete, su padre exigente, su acondicionador, su finalizar el día atroz. Les escucho todo el tiempo desde mi habitación, que colinda con su dormitorio. Son novios. Son jóvenes, cada día menos, como yo misma.
Se oye todo, todo. Eso me hace pensar que somos bastante pobres a pesar de nuestro privilegio. Se oye tanto que a veces pongo un audio en altavoz antes de dormirme y se molestan y golpean la pared con los nudillos, los muy policías. ¡Menudos son! ¡Pues iros a La Moraleja, pijos wannabe!
Creo que han estado muy enamorados porque se reían y follaban, incluso al mismo tiempo. Eso era la vida, ese ánimo. Les escuchaba tener sexo regularmente, varias veces en semana. Ella sobreactuaba un poco, pero quién no. Se le iba el tonillo. El amor siempre es una exageración.
A veces oírles me excitaba un poco y eso me hacía sentir una degenerada, pero se me pasaba rápido y aprovechaba sus fiebres. Me unía a ellos en solitario. Acabábamos a la vez. ¿Qué puedo decirles? En este vecindario somos unos románticos.
Otras veces siento en mis oídos su polvo escueto y contractual de día laborable, su polvo deportivo y conyugal. Mal rollo. Yo arrugaba el gesto y trataba de concentrarme en mi libro. Es el polvo que te da argumentos para no volver a hacer el amor hasta dentro de un tiempecillo, una semana o dos. Chasqueo la lengua, claudico. No todos los días son Navidad.
Pero los días del amor... esos eran grandes días.
Ahora hay mucho sábado de silencio y manzanilla. Es invierno, qué sé yo. ¿Qué estamos intentando demostrar? ¿A quién?
Él me resulta un poco pusilánime. Un poco suavón. Presumiblemente estudió ICADE y ahora lidia con banqueros y empresarios implacables (los hombres grises de Momo) en los edificios largos de Castellana, en los rascacielos duros donde viven los malos. Se intenta unir a ellos con bromas machas como un pequeño mortífago en prácticas, pero no es su estilo, no es su naturaleza. Es más bondadoso, es más aburrido. Cuando le habla a su novia, siempre parece que le suplica.
Ella es más dispuesta, más caliente. Aún no ubico del todo su acento. ¿Es canaria? ¿Es latinoamericana? Es dulzona, cantarina y fuerte, arrojada. A veces llora y él la consuela con la palma de las manos, porque noto cómo se le acerca y la acaricia sin decirle nada, como a un felino que fue doméstico y amenaza cimarrón.
Llora bajito, con un quejidillo huesudo, sin mucho motivo. Es más bien esa leve insatisfacción que conecta las semanas y los meses. Ese pequeñísimo desencanto casi imperceptible...
Su ciclo menstrual y el mío aún no se han acompasado, pero yo diría que estamos en ello. La ciclotimia es capaz de atravesar paredes de papel.
¿Será publicista? ¿Será decoradora de interiores? ¿Dará clases en un máster?
Ella habla a menudo con su madre por teléfono.
Él no habla con nadie y la mira.
Creo que no tienen muchos amigos. Cuando se enamoraron se encerraron un poco. Por aquí no pasan ni las águilas.
Hace poco, él cantó "vivo en el número siete, calle Melancolía, quiero mudarme hace años al barrio de la alegría...". Y yo canté bajito: "Pero siempre que lo intento, ha salido ya el tranvía... y en la escalera me siento a silbar mi melodía".
Se me cogió un pellizquillo en el corazón.
El otro día, ella puso rancheras en alto y fregó la casa con violencia, con desquite, como un personaje de Almodóvar. Sospecho que algo se está deshilachando. Pronto irá a la peluquería a pedir un corte radical o un nuevo color. Pienso en lo que dijo Louise Gluck: "Una escritora siempre es una espía".
Soy una espía, me rindo. Y creo que están dejando de quererse.
Cada vez hace más frío en este puto edificio.