Ester Expósito
Teresa Peramato y Ester Expósito: Sánchez usa a las mujeres como cortafuegos
El problema no es que una mujer asuma un puesto difícil. El problema es que Sánchez ha hecho de las mujeres un recurso instrumental. Cuando las cosas van mal, coloca a una mujer delante.
Que el Gobierno haya anunciado a Teresa Peramato como nueva fiscal general del Estado el 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, no es una coincidencia inocente.
Se trata de otro gesto calculado que busca revestir de solemnidad (y de cierto amparo moral) una decisión profundamente política.
Puede que la elección de la fecha pretendiera proyectar compromiso. Sin embargo, en un día destinado a reforzar el compromiso institucional y a evaluar la adecuación de las medidas adoptadas al respecto, lo que realmente hace es reabrir la discusión sobre la instrumentalización del poder.
Y, en este caso, el uso selectivo de referentes femeninos para sostener un proyecto político cada vez más personalista.
En los últimos años, el Gobierno ha recurrido de forma recurrente a mujeres para ocupar posiciones estratégicas en situaciones de riesgo político, con frecuencia sin ofrecerles ni la estabilidad institucional ni las condiciones materiales necesarias para desempeñar esas responsabilidades.
La retórica feminista convive, así, con decisiones que aparentemente contradicen sus propios objetivos: se visibiliza, pero no necesariamente se fortalece.
La nueva fiscal general del Estado, Teresa Peramato, durante la recepción de un reconocimiento en el Ayuntamiento de Salamanca. Ayuntamiento de Salamanca
Peramato es una fiscal veterana, muy conocida y valorada especialmente por su experiencia en violencia de género. Fue fiscal delegada de Violencia sobre la Mujer, y actualmente se desempeñaba como fiscal de Sala para la Protección y Tutela de las Víctimas.
Su carrera de treinta y cinco años está estrechamente vinculada al aparato Dolores Delgado / Álvaro García Ortiz.
Su trayectoria es indiscutible, y también su competencia.
Precisamente por eso desconcierta, en un momento de desgaste extremo para la Fiscalía y para el Gobierno, que alguien válido, solvente y respetado, acepte el encargo.
Porque ser fiscal general del Estado en el contexto actual implica aceptar un puesto desgastado, cuestionado, limitado, profundamente contaminado por injerencias políticas. Un cargo que probablemente no durará más que el ciclo de supervivencia del propio Ejecutivo, hipotecado desde el primer día.
Y, sin embargo, lo acepta. Tal vez por convicción. Tal vez por sentido del deber. Tal vez por una fe sincera en que puede reconstruir lo que otros han deteriorado.
Tal vez porque alguien tiene que hacerlo y ella considera que tiene la templanza y la experiencia para asumir el desafío.
Pero lo cierto es que entra en un campo minado, con expectativas imposibles y un Gobierno que, cada vez que ha tenido ocasión, ha puesto la Fiscalía de rodillas ante el interés del partido.
Pero este no es el único anuncio de la Moncloa para el 25N. El otro es el que protagoniza Ester Expósito para la campaña La búsqueda del tesoro del Ministerio de Igualdad, y debe leerse en esa misma clave.
La actriz, sin trayectoria vinculada a la política pública en materia de igualdad, ha sido convertida en rostro institucional de un mensaje de enorme gravedad. Su elección responde más a criterios de impacto mediático que a un compromiso especializado con la denominada violencia vicaria.
El antídoto contra la realidad, más ficción.
Esta lógica de comunicación traslada un doble riesgo. Diluye la especificidad del problema y refuerza la idea de que la imagen prevalece sobre el contenido.
El paralelismo es evidente y preocupante. Una Fiscalía que necesita blindaje profesional recibe un nombramiento en clave política. Una campaña sobre violencia contra la mujer recurre a una figura elegida por su poder de difusión, no por su conocimiento, experiencia o capacidad reivindicativa.
Se trata de dos decisiones que, además, comparten un mismo denominador común: la instrumentalización de mujeres para apuntalar la imagen de un Ejecutivo en momentos sensibles.
Y el resultado es el contrario al proclamado, pues se debilita la credibilidad institucional y se desdibuja el compromiso real con la consolidación de políticas públicas sólidas, independientes y estables.
El problema no es que una mujer asuma un puesto difícil. El problema es que el presidente Pedro Sánchez ha hecho de las mujeres un recurso instrumental, un amortiguador de crisis. Cuando las cosas van mal, coloca a una mujer delante.
Lo hizo con ministras sacrificadas en remodelaciones diseñadas para salvar al jefe.
Lo hizo con candidatas municipales y autonómicas arrojadas a batallas imposibles.
Lo hizo con perfiles aparentemente progresistas utilizados como parapeto técnico para decisiones estrictamente políticas.
Pedro Sánchez.
Sé que algunas voces celebrarán el nombramiento de Peramato porque es experta, porque es mujer, porque ha trabajado con víctimas, porque tiene teórica capacidad para recomponer la Fiscalía.
Y ojalá lo logre. Ojalá tenga más margen del que parece. Ojalá pueda devolver la institución a un lugar digno sin convertirse en mártir del relato gubernamental.
Si Teresa Peramato acepta este reto con la intención de reconstruir, será admirable. Si logra hacerlo, será histórico.
Pero si es sólo una pieza más en la maquinaria narrativa del Gobierno, si se convierte en la nueva protagonista del feminismo fake de Sánchez, entonces el daño a la causa de las mujeres (y a la justicia) será otra vez irreparable.
Tampoco es mucho pedir nombramientos basados en criterios estrictamente profesionales, campañas impulsadas por voces expertas y un marco de actuación coherente con la gravedad del desafío.
En un día dedicado a reforzar la acción del Estado frente a la violencia contra la mujer, a acompañar y proteger a las víctimas, hubiera sido deseable una señal inequívoca de fortaleza institucional.
Y poder así honrar debidamente lo que el 25 de noviembre representa.