La presidenta de la Junta de Extremadura, María Guardiola.

La presidenta de la Junta de Extremadura, María Guardiola. EFE

Columnas EL PANDEMONIUM

El órdago de Feijóo a Sánchez en Extremadura: puerta grande o enfermería

Las elecciones extremeñas son la primera vuelta de unas elecciones generales que tendrán, previsiblemente, segundas y terceras rondas antes de la votación definitiva.

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Alberto Núñez Feijóo lleva tres años jugando una partida con las cartas marcadas.

Esas cartas marcadas dicen que los pactos del PSOE con EH Bildu, Podemos, Sumar o ERC y Junts, los dos partidos que organizaron el golpe de Estado de 2017 y que en cualquier otro país europeo habrían sido fulminantemente ilegalizados por la justicia, son no sólo legítimos, sino imprescindibles para la democratización de esa España franquista que encarnan PP y Vox.

Dicen también esas cartas marcadas que los pactos de PP y Vox son, en cambio, profundamente antidemocráticos y garantía segura de la caída de España y los españoles en un pozo de fascismo, recorte de derechos, enclaustramiento de las mujeres y otros espantos de todo tipo y condición.

Es más. Incluso los (hipotéticos) futuros pactos del PP con Junts son considerados de manera diferente a los acuerdos (presentes y reales, al menos hasta este lunes) del PSOE con Junts.

En el primer caso, el (hipotético) pacto de PP y Junts es considerado como una alianza de la ultraderecha española con la ultraderecha independentista liderada por un prófugo de la justicia, apremiado a su vez por el auge de un partido abiertamente fascista como Aliança Catalana.

En el segundo caso, el pacto de PSOE y Junts es una expresión de la España plural entre un partido socialdemócrata y un partido de centro liberal catalanista plenamente homologable

Lo que define el pacto no es, así, la naturaleza de Junts, sino el hecho de que quien pacte con él sea el PSOE (bien) o el PP (mal). 

Que este tipo de narrativa demente haya cuajado en una parte no precisamente desdeñable de la ciudadanía española lo dice todo acerca del estado de ruina de la cultura democrática en nuestro país.

El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, y la presidenta de la Junta de Extremadura, María Guardiola.

El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, y la presidenta de la Junta de Extremadura, María Guardiola. EFE

Fueron esas cartas marcadas las que le dieron in extremis a Pedro Sánchez la oportunidad en 2023 de conformar un ejecutivo de bloqueo destinado, no a desarrollar el programa de gobierno del PSOE, sino a impedir la investidura como presidente de Feijóo, el ganador de las elecciones generales.

En términos populares, un perro del hortelano político, que ni gobierna ni deja gobernar.

Los españoles llevamos dos años y medio viviendo, como pulgas cabreadas, a lomos de ese perro del hortelano cuyo único propósito vital es el de evitar la alternancia democrática.

Ese bullying político a media España es todo el programa que Sánchez oferta hoy a los suyos. No hay más, eso es todo. Corrupción, prostitución, cortinas de humo y la promesa de que la "otra" España no gobernará jamás, así se hunda el país entero en el océano. 

Y a ese bullying ha respondido este lunes Feijóo con un órdago a Sánchez.

El as de bastos de ese órdago podrían haber sido Mañueco, Azcón o Guardiola.

También Mazón, aunque el órdago habría adoptado en ese caso formas distintas.

Ayuso y Juan Manuel Moreno son un caso aparte y van por libre. La primera tiene garantizada una nueva mayoría absoluta en la Comunidad de Madrid. Moreno, veremos.

Con esas cartas en la mano, Feijóo ha escogido a Guardiola por delante de Mañueco, que era el plan B. Señal de que, hoy por hoy, el presidente del PP confía más en las posibilidades de Guardiola de alcanzar una mayoría (o cuasi mayoría) absoluta en Extremadura que en las posibilidades de Mañueco en Castilla y León.

Las elecciones en Castilla y León, por cierto, están previstas para el 15 de marzo de 2026. Si Mañueco no adelanta antes.

El partido debe de tener sus encuestas internas, pero la apuesta en Extremadura entraña riesgos.

Si Guardiola confirma los sondeos que le dan entre 29-30 escaños, uno o dos por encima de su resultado actual (28), pero a tres-cuatro de la mayoría absoluta (que es de 33 en el parlamento extremeño), el PP podrá sostener con hechos su promesa de gobernar en solitario con el apoyo puntual de Vox… o de los partidos que se lo presten en cada momento.

Si a esa subida, pequeña pero significativa, se suma una caída del PSOE de los 28 escaños actuales (los mismos que Guardiola ahora) a 25-26, el relato de Feijóo cobrará todavía más fuerza.

El escenario es propicio para Guardiola. Su previsible rival socialista en las urnas será Miguel Ángel Gallardo, que ha sido enviado a juicio junto a David Sánchez, hermano del presidente del Gobierno, por los delitos de prevaricación administrativa y tráfico de influencias relacionados con la adjudicación irregular de un puesto en la Diputación de Badajoz.

Es más, las elecciones podrían coincidir con una foto de Gallardo en el banquillo de los acusados.

El secretario general del PSOE de Extremadura, Miguel Ángel Gallardo.

El secretario general del PSOE de Extremadura, Miguel Ángel Gallardo. Efe

Pero también podría ocurrir lo contrario. Que Guardiola se quede como está y que, independientemente del resultado del PSOE, Vox incremente sus diputados y gane un poco (no mucho, pero sí un poco) de peso en su relación con el PP

En ese caso, Sánchez podrá argumentar que la oposición "ultra" del PP no sólo no beneficia a Feijóo, sino que alimenta a su principal rival por la derecha, Santiago Abascal.

O sea, "además de fascista, tonto". Eso es lo que dirá Sánchez. 

Guardiola, en este sentido, ha sido rápida. Frente a los sondeos que hablan de un estancamiento del PP y una subida de Vox, la presidenta extremeña ha convocado elecciones cortando de raíz la presunta sangría. Más vale prevenir que curar.

Suponiendo que la sangría sea real, cosa que está por ver. 

Buena parte de la suerte de Feijóo se decidirá en el terreno del relato. Si el PP logra convencer a los extremeños, y con ellos al resto de los españoles, de que PSOE y Vox se han aliado tácitamente y de forma cínica en una pinza contra su partido, el voto útil de la derecha podría favorecerle.

Si el que impone su relato es Vox o, peor aún, el PSOE, Guardiola se verá obligada a jugar a la defensiva, en un remedo de lo ocurrido en las generales de 2023.

El remedio, en cualquier caso, está encima de la mesa y lo ha estado siempre. Consiste en convertir las elecciones extremeñas en las primeras en las que los españoles podrán opinar y votar sobre la corrupción del entorno familiar de Pedro Sánchez. 

Dicho de otra manera. Estas elecciones serán sobre Extremadura, sí.

Pero, sobre todo, sobre Begoña, el hermano de Pedro Sánchez, el fiscal general del Estado, y Ábalos, Cerdán y Koldo. Y también sobre ese imperio de la prostitución de la familia política de Sánchez de la que el presidente ha vivido, presuntamente, toda su vida adulta y que está en el origen de su actual patrimonio inmobiliario. 

Así que estas elecciones van de Extremadura, por supuesto. Pero también de Sánchez. 

Las elecciones extremeñas son la primera vuelta de unas elecciones generales que tendrán, previsiblemente, segundas y terceras rondas antes de la votación definitiva.

Si el PP está a la altura, esa cascada de elecciones autonómicas se convertirá en un tsunami demoscópico que desgastará semana a semana a Sánchez y le provocará no pocos problemas en un PSOE en el que ya casi nadie, salvo sus ministros más mansos, acepta de buen grado sacrificarse en las urnas a cambio de la supervivencia del zombi político que duerme en la Moncloa.

Si ocurre lo contrario, Sánchez se aferrará a su cansino y desgastado truco de la ultraderecha, Franco, Netanyahu, Trump y el aborto. 

Para Feijóo, es puerta grande o enfermería. Y el toro parece enfermizo y casi moribundo, pero ya le dio una voltereta al presidente del PP que casi le parte la crisma en 2023.

Es de esperar que esta vez el resabiado sea el torero, y no el toro.